miércoles, 30 de marzo de 2016

Los desvanecedores

–Lo haremos –me dijo.

–¿De verdad?

–Sí, señor Ferreri. El comité ha aprobado su solicitud. Lo haremos. 

Sentí una alegría inmensa. Estuve a punto de levantarme y abrazar a mi interlocutor, pero su aspecto sombrío me disuadió. 

–¿Qué hay que hacer ahora? –le pregunté. 

–Tiene que firmar unos documentos eximiéndonos de cualquier responsabilidad y, desde luego, poner a nombre de nuestra sociedad sus cuentas bancarias y todos sus bienes.

Aquello me recordó lo que Dehler me había dicho: los desvanecedores eran eficaces, pero caros. Nunca pensé que aceptarían mi caso. 

–Sí, por supuesto. Firmaré todo lo que haya que firmar. 

El hombre comenzó a teclear algo.

–¿Desaparecerá todo el rastro…?

El hombre habló sin parar de escribir.

–Por supuesto, señor Ferreri. No tiene que preocuparse.

Durante unos instantes no intercambiamos más palabras. Aquel tipo seguía tecleando datos, números, la vida que yo quería borrar. La suave melodía que salía de los altavoces me recordaba algo. ¿Qué?

–¿Cómo lo hacen? Siento curiosidad.

–Tenemos nuestros métodos, señor Ferreri. Si usted tiene alguna duda, sabe que puede nombrar a un albacea. Le aseguró que dentro de dos meses hasta su albacea habrá olvidado quién es usted.

¿Un albacea? No quería nombrar a ningún albacea. 

–Pero, ¿qué sucederá, por ejemplo, con mi piso, con mis discos, con mis libros?

–Sacaremos todo lo que haya dentro. Lo revisaremos. Aprovecharemos lo que se pueda aprovechar, todo lo que no esté de alguna forma relacionado con usted. Lo demás lo destruiremos. Eliminaremos cualquier rastro de usted en los registros, en Internet, en cualquier lista en la que ahora mismo aparezca su nombre.

De pronto, la impresora que había encima de la mesa comenzó a escupir un papel.

–En unas pocas semanas, Arturo Ferreri sería un recuerdo borroso para muchas personas. En dos meses, el mundo le habrá olvidado. 

El hombre me acercó el folio recién salido de la impresora y me tendió un bolígrafo.

–Señor Ferreri, firme.


Microrrelato ganador (ex aequo) del Certamen Las Historias 114