viernes, 1 de septiembre de 2017

Poe

“Y puedes quedarte con el gato.”

Leí y releí el último guasap de Daniel. Me dejaba el gato, el maldito gato. ¡Qué bien! Tendría que seguir soportando la molesta caja de arena en la cocina, los cuencos, el piso lleno de pelos, los arañazos en el sofá.

–Poe –le llamé.

Desde luego, no acudió. Tuve que buscar por toda la casa para dar con él. Por fin lo encontré tomando el sol en la terraza, como un rey. Lo cogí tratando de mantenerme apartado de sus uñas y dientes. Sin embargo, no pude evitar que me arañara cuando lo metí en el microondas. Poe estaba como loco. No era tonto, no.

–¿Cuánto tiempo quieres? –le pregunté.

Como no me respondió, programé cinco minutos.

–Adiós, Poe –le dije–. Saluda a Fortunato de mi parte.

Regresé a la habitación de estar y encendí la tele. Subí al máximo el volumen. Todo acabaría en menos de cuatro minutos. De repente, sonó el tono de notificación de un nuevo guasap de Daniel.

“Lo he pensado mejor. Ya sé que me lo regalaste, pero he decidido quedarme con Poe. Sé que siempre le has odiado.”