jueves, 15 de febrero de 2018

Microcuentos

Cuando dejó de escribir, los críticos le acusaron de plagiar a Salinger.
--
Después de tantos años, pudo por fin satisfacer su curiosidad: en el fondo del abismo estaban los esqueletos de los que allí habían muerto.
--
VECINOS RUIDOSOS
Se mudaron a un piso cerca del aeropuerto y por fin nadie se quejó del ruido.
--
Los arbustos frenaron su caída, pero lo que le salvó la vida fue caer en el centro del estanque. Maltrecho, subió para intentarlo de nuevo.
--
Se tiró al vacío. Cayó. Cayó eternamente. No comprendió que estaba en el infierno y que ese era su castigo.
--
–¿Tuiteaba?
–No, no tuiteaba. Se limitaba a titubear.
--
El historiador quería explorar la Galia conquistada por Julio César pero acabó en la Francia del Magdaleniense. Un funesto fallo en los frenos de la máquina del tiempo.
--
Vivía en el fondo del abismo. Creía que no le podría ir peor hasta que un suicida le cayó encima.
--
–Tomad y comed todos de él, porque éste es mi cuerpo –dijo el sacerdote.
Y eso hicieron los monstruos.
--
No entiende por qué no le han invitado al Congreso sobre Lovecraft y el horror cósmico. Cthulhu está furioso.
--
–¿Te pasa algo? Tienes los ojos en blanco.
–No, no me pasa nada. Simplemente estoy mirando hacía mi interior.
--
–¿Y qué encontraste al otro lado del espejo?
–Una pared.
--
Llovía. Su amigo el gigante lloraba.
--
–Gracias, doctor, me ha convencido de que no salte al vacío –dijo mientras sacaba una pistola.
--
Según los críticos, entre su primera y su segunda novela había un abismo. Comprendió que no tenía que haber despedido al negro.
--
En medio de la cama había un abismo creciente. Para llenarlo, fueron a Vietnam y adoptaron a una niña.
--
–¿Y cómo murió tu marido?
–El pobre no sabía nadar. Se ahogó en un vaso de agua.
--
COQUETO
Estaba tan distraído colocándose el pelo en el espejo del parasol que, cuando el camión aplastó su coche, ni se enteró.
--
Están lloviendo hombres... ¡Y qué hombres! Es una lástima que, al chocar contra el suelo, todos acaben destrozados.
--
El cíclope le guiñó un ojo. Aprovechó para escapar.
--
Cierra la puerta al mundo real, triste, tedioso. Aburrida, enfadada, necesitada de evasión, abre un libro. Entra en un mundo irreal, divertido, sorprendente.
--
Todos decían que el coche de mi cuñado era muy coqueto. Ya no lo dirán más.
--
–Sobre todo, no se le ocurra cortar con unas tijeras mi uniforme de general de caballería –advirtió el archiduque al cirujano.
--
Les había sometido a un régimen tan severo que sucedió lo inevitable: se rebelaron y le obligaron a marchar al exilio.
--
El policía reiteró la advertencia: le dispararía si no abandonaba inmediatamente la cornisa. El suicida no supo qué hacer.
--
–¿Qué vas a comer hoy?
–Pollo asado.
–Eres un especista, ¿no?
--
El contratista, por si las moscas, construyó la prisión con paredes de papel.
--
Para que la cotilla de su vecina no se aburriera, cuando se iban de vacaciones, dejaban puesto Telecinco.
--
Después de su cese como concejal de Hacienda, éste, como en los viejos tiempos, le organizó un escrache a la alcaldesa.
--
Vistos los síntomas, el doctor Kissinger recomienda la aplicación de un severo régimen castrense.
--
Cuando vio el menú que le había preparado el dietista, se fue de tiendas y compró ropa una talla más grande.
--
–Venite omnes ad me –les gritó el cenobita.
Los monstruos hicieron una traducción libre. Y se lo comieron.
--
–Pestañeó dos veces para decir que sí. Así que le corté el oxígeno.
–¿No habías dicho antes que dos veces significaba no?
--
Acabada la Navidad, se multiplicaba el trabajo. Llegaban cientos de currículos a la agencia de modelos curvy.
--
CUENTO DE AMOR
Cuando lo vio por primera vez, no le llamó la atención. Sin embargo, con el tiempo, se fue acostumbrado a recorrerlo. Ahora, no podría pasar sin él. El astrónomo ha aprendido a amar el planeta FR-345.
--
Fue al puente de los suicidas, como todas las Nocheviejas.
--
–Espero que vaya rápido –le dijo al taxista.
–Pero, ¿a dónde quiere ir?
–Al cementerio.
--
Tratando de imitar a los clásicos, rodó la película en blanco y negro. Según los críticos, el resultado fue gris.
--
El muñeco de nieve recibió una noticia que le dejó temblando: pronto subirían las temperaturas.
--
Cuando la conocí, no era un príncipe. Sin embargo, cuando me dejó, sí que me había convertido en un sapo.
--
Hansel y Gretel no se acercaron a la casa. Su madre no les dejaba probar el chocolate.
--
–¡Socorro, Siri! ¿Cómo llegamos a fin de mes?
–Subástame en eBay.
--
El caracol ha dejado una nota: No estoy en casa.
--
Estaba en casa, enfrascado en un atrayente libro, doblemente encerrado.
--
Durante las guerras médicas los homeópatas sufrieron una derrota de cuidado.
--
–¿Un café, Monsieur Balzac?
–No, hoy es mi día de descanso. Tomaré una tila.
--
Álvaro les pidió a los Reyes todos los juguetes que tenía su primo. Los Reyes, que necesitaban un nuevo paje, se llevaron a su primo.
--
Al nuevo consejero le indignó tanto que el constructor sólo le ofreciera el dos por ciento que adjudicó las obras a la oferta más barata.
--
Durante el Festival de Bayreuth, nosotros siempre aprovechamos para ir a Benidorm. Al vecino de al lado le gusta Wagner.
--
Se sumergió en el libro y, ¡bluf!, desapareció. 483 páginas después emergió con una gran sonrisa de felicidad en el rostro.
--
Bebe, bebe. A ver si hacemos algo esta noche.
--
La madre de Caperucita puso una reclamación. La Consejería de Medio Rural le dio 300 euros de indemnización, como a cualquier perjudicado por el ataque de un lobo.
--
HETEROPATRIARCAL
Un cuentista, un lobo, una abuela, una niña llamada Caperucita.
--
CLÁSICO
Se alegró cuando el médico le anunció que en unos meses se quedaría ciego. Como poeta podría por fin igualar a Homero, Milton y Borges.
--
MENÚ DE GOLLUM
Entrante: seis o siete peces ciegos atrapados en el ancho, profundo y frío lago.
Plato principal: un trasgo o, si la competición de acertijos se da bien, un tierno saquehobbit.
Postre: Huevoss, huevoss (si pudiera conseguirlos).
--
No supieron qué hacer con el incienso y la mirra, pero el oro les sirvió para hacer una escapadita a Egipto.
--
Como todos los días, la lechera, para quitarse de preocupaciones, arrojó el cántaro al suelo.
--
Ella no ha venido. ¡Qué contrariedad! Le dije que tenía un rato para ella entre las once y las once y media y la musa no ha venido.
--
Me regaló una pulsera con el símbolo del infinito. Me dieron 200 euros por ella en la tienda de empeños.
--
Cuando despertó el 2 de enero, el año viejo todavía estaba allí.
--
–Mi propósito de año nuevo es escribir escribir escribir escribir…
–¿Y cuántas veces tienes que escribir escribir?