jueves, 31 de diciembre de 2020

Había una vez unas perdices que no querían que acabara el cuento

 –Fueron felices y comieron perdices.
–Sí, pero ¿cuántas?
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Sospechan que el flautista de Hamelín le puso el cascabel al gato.
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Aunque Caperucita se hizo la tonta, no logró salvarse.
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Caperucita llegó demasiado pronto. Le pilló comiendo.
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Caperucita entró en casa de su abuela sin levantar la mirada de la pantalla del móvil.
–Yaya, aquí te dejo la cesta con la comida –gritó.
Salió, con la vista fija en el móvil, sin advertir que su abuela tenía largas orejas, enormes ojos, afilados dientes.
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–¿Así vas a salir?
–No empecemos, mamá.
–Yo sólo digo que podrías ponerte algo más discreto, Caperucita. Con esa ropa te vas a meter en la boca del lobo.
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INESPERADO
No llegó Caperucita, sino el viejo leñador que era amante de la abuelita.
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LA BELLA DURMIENTE
–Entonces, ¿se pinchó con el huso de la rueca?
–¿Qué? No. Era una poltrona. Empezó a juntar la siesta con la noche y la noche con la siesta.
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Sola, borracha y medio descalza llega Cenicienta a casa.
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Al príncipe le llevaron a palacio a la joven con la que había bailado en la fiesta y que había perdido el zapato. Vivía con su madrastra. Apenas si sabía leer y escribir. Se expresaba de una manera muy pobre. Discretamente, ordenó que la mandaran de vuelta.
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Todos supusimos que aquel fanfarrón nos estaba contando un cuento. No le creímos cuando relató cómo devoró a la vieja y, luego de vestirse con las ropas de ésta, se comió también a la nieta.
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DE LO QUE SE COME…
El lobo vio tan tonta a Caperucita que se asustó y la dejó ir.
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–¿Os ha gustado alguna joven, majestad?
–¡Pss!
–¿Ninguna?
–La de los zapatos de cristal era tan… 
–Se le cayó uno cuando salía del palacio. Al parecer se fue con mucha prisa. ¿Es que os gustó? Si queréis, podemos buscarla, majestad.
–¿Buscarla? No. Era tan… pueblerina. Iba sin depilar.
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El príncipe habló de monterías; Cenicienta, de la mejor forma de limpiar el parqué del salón de baile.
No congeniaron.
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La Bella Durmiente siente que la besan. Entreabre los ojos. Ve a un marichulo. Rápidamente, vuelve a cerrarlos.
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Había una vez varias perdices. Cenicienta y el príncipe se las comieron.
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El lobo se disfrazó de abuelita, de Caperucita, de la mamá de Caperucita, de cazador, de tabernera, de comerciante de vinos, de prostituta, de conde, de condesa, de jardinero.
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Cada vez que la princesa se quitaba los zapatos de cristal, volvía a ser Cenicienta. Era fastidioso.
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Bailó con ella toda la noche. Era alegre y hermosa. Pero también maleducada y descuida: se fue sin despedirse y perdió un zapato en las escaleras.
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Érase una vez varias perdices. Cenicienta y el príncipe se las comieron.
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La fiesta era tan aburrida que Cenicienta se fue a las diez y media.
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–Espejito, espejito, ¿quién es la más guapa del reino?
–Vos, majestad.
–No es mi hijastra.
–Vuestra hijastra no tiene un martillo en la mano.
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Cenicienta se niega a probárselo. La otra noche acabó con los pies tan destrozados que tiró un zapato en la escalera del palacio y arrojó el otro a la cuneta.
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–Chica, no hago nada más que besar sapos y nada, no he conseguido que ninguno se transforme.
–¿No será que no eres una princesa?
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Blancanieves llegó a la casita de chocolate. Digamos que sigue siendo guapa, pero que ahora usa la talla 52. Y la dueña de la casa, una anciana, la mira de manera muy extraña.
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EL COLMO
Cenicienta se convirtió en madrastra de Blancanieves.
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Cenicienta perdió su virginidad. El príncipe no quiso saber nada más de ella.
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Hansel y Gretel llegaron a la casa de los siete enanitos, que se alegraron de tener a alguien que se ocupara de barrer y de lavar la ropa. Una noche, hartos, Hansel y Gretel huyeron. Pero lo que les pasó a continuación es otra historia.
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–¿De qué se acusa a mi hijo?
–De abuso sexual, majestad. Besó a la Bella Durmiente.
–¡Qué tiempos estos! Yo besé a Blancanieves y todos me consideraron un héroe. 
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CUATRO AÑOS COMPLICADOS
Las ovejas votaron por el lobo.
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–Le di un beso a aquel repugnante sapo y no pasó nada.
–Tiene que ser un beso con lengua.
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Los siete  enanitos van a visitar a Blancanieves, que vive feliz con el príncipe. Llevan una enorme bolsa.
–¿Qué es eso? –les pregunta Blancanieves.
–La ropa sucia. No te importa lavarla, ¿no?
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La bailarina dejó al soldadito de plomo: era un amor tóxico.
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–Espejito, espejito.
–Sí, majestad.
–¿Quién es la más preguntona de todo el reino?
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Hansel y Gretel tenían tal hambre que devoraron la casita de chocolate. Esa noche durmieron a la intemperie.
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Problemas para la bruja: la casita de chocolate atrajo a los osos.
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–¿Qué hacéis en medio del bosque? –les preguntó el gendarme–. ¿Por qué no estáis confinados en casa?
–Porque nos la hemos comido –respondió Hansel.
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MISE EN ABYME
La vieja les contó a Hansel y Gretel el cuento de la casita de chocolate.
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El doctor Frankenstein hizo de tripas corazón.
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Al lobo le duele la tripa. Ha comido mucho. Demasiado. Ya quedó saciado cuando se zampó a la vieja, pero no pudo resistirse a devorarla cuando vio aparecer por la puerta a aquella muchacha vestida con una caperuza roja.
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Caperucita, a pesar de los pelos y señales, no se entera de nada.
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–Señor Barnum, contratarle le costaría sangre, sudor y lágrimas, ¿no?
–¡Quia! Contratar al conde sólo me costó sangre.
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Había una vez unas perdices que no querían que acabara el cuento.
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–Fueron felices y comieron perdices. 
–Pero ¿todos los días o sólo de vez en cuando?