Decidió no crearse enemigos al empezar. Escribió: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme.
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Tuve una infancia anodina. Mis padres no me dejaron tener un monstruo debajo de la cama.
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EL COLMO
Al famoso chef se le fue la olla.
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Colón le dijo a su mujer que iba a buscar tabaco.
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EL COLMO
Un hombre cultivado quería casarse con una mujer florero.
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DIOS BENEVOLENTE
–Señor, ¿no te has dado cuenta? Hemos decidido ir vestidos.
–Vale.
–Y ahora vamos a fornicar como locos todo el día.
–De acuerdo.
–¿Sabes? Hemos comido la fruta del árbol prohibido.
–Ah, ¿sí? Bueno, nadie es perfecto.
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Anoche, en la cama, se puso a leer El dinosaurio, de Monterroso. Se quedó dormido en la mitad.
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Me hace entrar en mi nuevo hogar. Una casa enorme, hermosa, con un sótano seco y limpio. Ahí es donde pondré mi ataúd.
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HISTORIAS DE BAJEZA
Un par de semanas después, en la UVI, había de recordar la discusión que mantuvo con sus compañeros, en la que él defendía que los asintomáticos no contagiaban.
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EL COLMO
Aquel sicario no sabía cómo matar el tiempo.
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–Eh, oiga. Que este camino no lleva a ningún lado.
–Ahí es precisamente a donde quiero ir.
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Cuando, repentinamente, se levantó la espesa niebla, el conde no supo dónde meterse.
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Ya nadie le dirá a Van Gogh que tiene una oreja más grande que otra.
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Y DE NOVELA
Robinson Crusoe encontró en la arena de la playa decenas de minúsculas huellas de pies. Se había equivocado de isla.
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–No me lo explico, Watson. ¿Cómo he podido contraer cáncer de pulmón?
–Elemental, querido Holmes. Siempre está usted fumando.
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–¿Y cómo fue que llegó a la abstracción?
–Un día, pintando un retrato, perdí las formas.
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Sólo sale los días de niebla. Así nadie se da cuenta de que está difuminado.
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–¿Por qué me sigue? Si cree que me dirijo a algún sitio, se equivoca. No voy a ningún lado.
–Ahí es precisamente a donde voy yo.
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Escribí un microcuento tan bueno que llegué a la conclusión de que no era mío.
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A Prometeo le perdieron sus ganas de complacer. Alguien le pidió fuego y lo que pasó, bueno, ya lo saben.
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–¿Y cuando empezasteis a codearos?
–Durante la pandemia.
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–¿Hace algún ejercicio?
–Me subo a la báscula por lo menos veinte veces por día. Esto cuenta, ¿no?
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Me lavo las manos veinte veces al día. Siempre tengo las gafas empañadas. No puedo ver a mis familiares, a mis amigos. No puedo tomarme una cerveza en un bar. No puedo ir al cine. No puedo viajar. Estoy pasando por la etapa más feliz de mi vida.
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Ese día, en clase de Ciencias Naturales, tocaba destripar una rana. Jack descubrió que le gustaba.
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–¿Cómo descubriste que era un robot y no un humano?
–Porque maquinaba.
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Claude Drôle y Françoise Pépin posaron durante dos meses para El beso, de Rodin. Eran novios. Ya no lo son.
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Mansur Al-Qahir oyó que Yusuf Al-Amir contaba que Abu Yaqub sostenía que Al-Mutawakkil había dicho que Abu Yafar Al-Muqtadi había visto que Muhammad (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él) se tapó un día la boca con la mano al bostezar.
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Aquella guapa vendedora de helados le dio un corte.
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Estaba loco por que hubiera silencio. Se cortó la oreja. Pero sus demonios seguían gritando.
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Puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero prefiero ver una serie.
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Hace siete años que Keops resucitó, pero, con tantos laberínticos pasillos, aún no ha conseguido encontrar la salida.