El titanosaurio, colosal y elegante, no podía dar un paso sin que todos lo miraran.
–Otra vez los estegosaurios haciendo como que no me ven –suspiraba.
Mientras tanto, el hipsilofodonte, pequeño y ágil, roía tranquilamente un helecho.
–Nadie me saluda –se quejaba–, pero al menos nadie me da consejos sobre cómo masticar.
–A mí me ven todos –gruñía el titanosaurio–, pero no puedo mover la cola sin que alguien se esconda detrás de una roca.
Y así, uno saturado de miradas, el otro de indiferencia, ambos envidiaban al otro.
Moraleja: El mundo nunca es del tamaño justo para todos.