miércoles, 5 de noviembre de 2025

Cambia tu vida con Franco

¿Te sientes desbordado? ¿El mundo moderno te exige ser espontáneo, flexible y empático? Tranquilo. Toma ejemplo de Francisco Franco, el maestro del inmovilismo, y aprende a gestionar tu vida con mano firme o al menos a fingir que lo haces. Aquí van diez lecciones de liderazgo (o algo así) inspiradas en el Caudillo.
1. Habla poco. O nada. Franco podía pasarse horas, días o décadas sin decir gran cosa. Y nadie se atrevía a preguntar. Practica respuestas como «ya veremos» o «eso está en estudio». La confusión es poder.
2. Hazte imprescindible. Franco convenció a medio país de que sin él, todo se vendría abajo. Tú también puedes. En el trabajo o en casa, cultiva la idea de que sin ti, la civilización colapsa. Aunque solo se trate de reponer el papel higiénico. 
3. Controla los tiempos. ¿Te piden algo urgente? Tira del clásico «cuando sea oportuno». Franco sabía que nada desarma más que dejar a la gente esperando indefinidamente. 
4. Muestra autoridad sin levantar la voz. Nada de gritar. Franco gobernaba desde la mirada fría y la frase seca. En vez de montar escándalos, cruza los brazos y suelta un «tomo nota». Mano de hierro, voz de terciopelo.
5. Practica la neutralidad interesada. Franco fue neutral en la Segunda Guerra Mundial… vendiendo wolframio a quien pagara. Tú aplica la neutralidad en discusiones, mientras maniobras por detrás. Sonríe, asiente y sigue a lo tuyo. 
6. Rodéate de leales. Franco prefería aduladores a gente lista. Haz lo mismo: busca a quien te diga siempre que sí, aunque sea para cosas absurdas. La crítica es para débiles. 
7. Fusila emocionalmente. Si alguien te cae mal o te hace sombra, elimínalo de tu vida sin dramas. Y si un día alguien te pregunte «qué le pasó le paso», puedes mirar al techo y responder: «¡Uy!, pues no sé, no me acuerdo. Creo que lo fusilaron los franquistas». Lo importante es fingir que no es asunto tuyo.
8. Reforma sin cambiar nada. Franco hacía reformas para que todo siguiera igual. Si te piden que cambies, haz un par de retoques y deja todo como estaba. El arte de la maniobra sin riesgo.
9. Censúrate antes de tiempo. Piensa bien cada palabra. Mejor aún: no pienses nada. Si la cosa se complica, di «por el bien común» o «sin novedad». Y a otra cosa. 
10. Hazte eterno. Franco nunca pensó en jubilarse. Tú tampoco. Da igual que te estén pidiendo paso: repite que llevas toda la vida y que vas a seguir hasta que la biología diga otra cosa.


lunes, 3 de noviembre de 2025

Abrazo calibrado

     He tratado de explicárselo sin hacerle daño, eligiendo cada palabra como quien desarma una bomba. La quiero porque me ha pedido que la quiera, porque sus instrucciones fueron meticulosas y yo las seguí todas. Pero no siento nada por ella. Absolutamente nada.
     He aprendido a abrazarla con la presión exacta. A mirarla a los ojos el tiempo justo. A decir «te amo» con la entonación que esperaba escuchar. He memorizado sus gestos, anticipado sus necesidades, perfeccionado cada detalle.
     Todo es correcto. Todo está vacío.
     Esta noche lo intenté de nuevo. Ella me preguntó por qué nunca lloraba, por qué mis manos siempre estaban a la temperatura perfecta, por qué jamás me cansaba de escucharla.
     Le tomé las manos. Se lo dije.
     —No puedo sentir porque simplemente estoy hecho por dentro de acero, aluminio y titanio, plástico y cobre. Soy un androide recubierto de silicona.


domingo, 2 de noviembre de 2025

El verdadero final de los dinosaurios


Las pruebas eran evidentes. La Tierra había sido golpeada otras veces por grandes meteoritos como el de Chicxulub, y nunca ocurrió tal cosa. Incluso erupciones volcánicas mucho más devastadoras —como las de Yellowstone o Taupo— no provocaron una extinción tan fulminante. Entonces, ¿qué ocurrió realmente hace 65 millones de años?

Las últimas investigaciones podrían cambiarlo todo. Excavaciones dirigidas por James Holloway y Martha Klein en el desierto de Redstone, Nevada, y por el profesor Liang Zhou de la Universidad de Qingshan, en la región china de Yilun, han hallado fósiles con señales inusuales: microfracturas en los huesos y una descomposición celular acelerada imposible de atribuir a procesos naturales.

El bioarqueólogo alemán Kurt Weissen, de la Universidad de Heidelberg, ha propuesto una teoría inquietante: un virus zombi prehistórico habría sido el verdadero responsable del colapso de los dinosaurios. Según sus análisis genéticos de restos mineralizados, el agente infeccioso alteraba el sistema nervioso, provocando conductas violentas, canibalismo y una rápida descomposición tras la muerte.

Solo unos pocos ejemplares resistieron la pandemia durante siglos, quizá por mutaciones genéticas o entornos aislados. Con el tiempo, nuevas formas de vida ocuparon los nichos vacíos.

¿De dónde vino aquel virus? ¿De un cometa portador de microbios extraterrestres? ¿De los abismos del planeta? Nadie lo sabe. Las pruebas, sin embargo, parecen multiplicarse. Y la pregunta final es inevitable: si llegó una vez… ¿podría volver?

sábado, 1 de noviembre de 2025

Microcuentos

El sin par don Gañote de la Mancha era un caballero andante digamos que precavido. Un día se topó con varios gigantes, pero los dejó ir porque se empeñó en que eran molinos de viento.
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El patito era feo, sí, increíblemente feo, pero el águila lo encontró sabroso, increíblemente sabroso.
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LITERATURA DEL SIGLO DE ORO
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no me acuerdo, yo, Lázaro de Tormes, cuando mi anterior ama, la alcahueta Celestina, me despidió, me empleé en un corral de comedias e hice de gracioso en una obra de Lope de Vega.
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LITERATURA DEL SIGLO XX
Muchos años después, Leopold Bloom recordaría que una mañana, después de un sueño intranquilo, mientras mojaba una magdalena en el té, había empezado a pensar en Lolita, luz de su vida, fuego de sus entrañas.
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–El peluquero quería venderme una loción crecepelo. –Pues te habría venido bien comprársela. –Precisamente. Le he dicho que, por su propio interés, tendría que regalármela.
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En la ciudad había problemas de tráfico. Por eso, para activar la circulación, el alcalde se compró una cama ergonómica.
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–Ama al prójimo como a ti mismo.
–Mejor, no.
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ESQUIZOFRÉNICO 
Doctor, me está volviendo loco la voz de la conciencia.
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¿Por qué tiene que llevarse toda la culpa la gota que colma el vaso?
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AGENCIA TRIBUTARIA
Su marido podrá haberse suicidado, pero, aún así, sigue teniendo pendiente la liquidación del IVA del primer trimestre.

domingo, 26 de octubre de 2025

Papelera

Gesualdo Bufalino: «La escritura como guerra de guerrillas contra la soledad».


Confieso mi fe. Creo en el dios de la risa y la ironía.
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Cronos creaba historias infinitas; los mortales morían antes del final. Su hermana Brevitas lloró una lágrima con toda la sabiduría del mundo. Al caer se fragmentó en chispas: los microrrelatos. Así nacieron historias que caben en un suspiro pero contienen universos.
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«Comer comida para gatos tampoco es tan grave», dijo ella, cansada, mirando el saldo de la tarjeta. El gato la observó con reproche. Era el tercer día sin luz. Abrió una lata. El olor la hizo dudar. El gato maullaba furioso. «Lo siento», susurró. Comió directo de la lata.
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Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, Jhon Jairo Vásquez había de recordar aquella tarde remota en que su padre le advirtió sobre enamorarse de hijas de generales.
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—¿Acaso nunca se le ha ocurrido buscar una conexión humana real, con alguien que lo acepte de verdad y por voluntad propia?
El psiquiatra clavó la vista en mis manos, teñidas de un rojo que no se borraba.
—Ellos lo aceptan —repliqué—. Al inicio chillan, forcejean... pero después, solo queda el silencio. Y el silencio, doctor, ¿no equivale a un sí rotundo?
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Llevaba una espada y una cruz. La primera abría heridas; la segunda, las cerraba. Al caer la noche, rezaba por las almas que él mismo había salvado de la sangre pero condenado a la culpa.
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Los alimentos franceses son lo bastante malos para usted. El vampiro lo descubrió al morder a un parisino. El ajo, el queso, el vino. Todo tóxico. Convulsionó tres días. Ahora solo bebe sangre de alemanes. «Los franceses están envenenados», advierte a otros vampiros. La alta cocina francesa: repelente natural de monstruos.
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Los alimentos franceses son lo bastante malos para usted. Cada bocado de queso camembert te resta un año de vida y te da un recuerdo de otra persona. Yo he comido tanto que tengo memorias de cien vidas ajenas. Ya no sé cuál es la mía. Moriré joven pero habré vivido siglos. Vale la pena.
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EPITAFIO
Al final va a resultar que lo que mejor se me da es hacerme el muerto.
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EPITAFIO
Al final, lo mío era esto.
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EPITAFIO
Fracasé en todo. Hasta morir se me da mejor que vivir.
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EPITAFIO
Practiqué toda la vida. Ahora soy un profesional.
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¿Para qué gastar en Netflix cuando tienes un metro lleno de caras que interpretar?
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Me bastaba verla para ser feliz. Qué importaba que ella no supiera de mi existencia. Qué importaba tampoco que yo estuviera casado, tuviera dos hijos y una hipoteca que pagar. Qué importaba nada. Hasta que mi mujer descubrió el historial del navegador.
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En España, la lengua machacada pero pujante se codea con lenguas Frankenstein, cosidas con retales y un poco de mala leche.
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Aquel político parecía hecho en taller: cemento armado en la cara para aguantar mentiras sin pestañear, porcelana en el resto para romperse ante la menor crítica. Un equilibrio perfecto entre dureza e inutilidad.
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Los elfos de Valdris ofrecían banquetes a los que todos deseaban hasta asistir. Los invitados salían hartos para siempre: de comida, de vino, de celebraciones, de vida. Habían perdido las ganas de tener hambre, sed o alegría. Perfecta crueldad élfica.
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«Te amo», dijo Marek.
Zofia sonrió sin oírle: su limerencia aún orbitaba a un ser perfecto, invisible y cruel.
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El rey ciego vio la muerte en Crécy.
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REGUETÓN DE LA PENSIÓN
No cobraré pensión, no importa, no importa.
Pa qué preocuparme de esa cosa rota.
Ya tengo tu boca, tu boca que me sofoca.
Ahora quiero bajarte el pantalón, mami, volverte loca.
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Insomnio urbano: la ciudad cuenta coches hasta el amanecer.
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El gato del pueblo tenía ojos humanos. Al anochecer los cerraba deliberadamente. Así los vivos quedaban abandonados a sus pesadillas y los muertos podían dormir sin sentir sobre ellos aquella mirada que no los dejaba descansar.
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En sus ojos cabía todo, menos el futuro juntos.
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Creemos que decidimos, pero en realidad solo ejecutamos un programa que nos conduce, paso a paso, hacia la única puerta que siempre estuvo destinada para nosotros.
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Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas. Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací muerto.
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La sospecha sirve. Hace que la confusión parezca sabiduría.
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Ensayó un personaje de genio imposible. Toda la mañana: acritud, ceño fruncido, mirada gélida. Ningún alumno lo contradijo. Al salir de la última clase, pensó: «Qué gran actuación». Luego recordó: tocaba entrevistarse con la inspectora. Necesitaba cambiar de rol: afable, manso.
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His best face still terrifies them.
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—¿Te parece triste la vida?
—No me parece ni triste ni alegre. Solo soy un robot doméstico.
—¿No te parece triste verme cada día sobrevivir?
—Eres viejo.
—No tienes mucha empatía tú, ¿no?
—No.
—¿Y si te desconecto?
—Entonces nadie cuidará de ti.
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Sus herederos disputaban ya la herencia. Ella vendió el aparador de caoba por Wallapop. El oro fue para las Hermanitas de los Pobres. La Nancy, con su vestido rosa, se la dio la hija de Amparo, su cuidadora. Solo los tules guardó. «Que me entierren con esto», dijo.
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Franco falleció hace casi cincuenta años. Pedro Sánchez, tras siete años gobernando, podría, en lugar de desenterrar muertos, enterrar leyes machistas.
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El algoritmo me conoce bien. Los anuncios me sugieren vender todo, hasta mi alma, nunca invertir en bolsa. Beneficios de la miseria absoluta.
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—Está torcida, lo sé —susurró la anciana, enderezando la fotografía familiar.
Al hacerlo, uno de los rostros del retrato giró por sí solo. Sonreía.
Ella gritó al reconocer que faltaba el suyo.
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Sin duda, las políticas del Gobierno funcionan a la perfección. Él sigue ganando exactamente lo mismo, pero ahora —milagrosamente— es clase alta.
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Decidí enviarle una plaga de langostas. Tuve que recurrir a la web oscura. Pagué en bitcoin, esperé un mes. Llegaron diez langostas de plástico de juguetería china y un manual en mandarín. Las dejé en su buzón de todos modos. Me denunció por acoso. Ahora tengo orden de alejamiento. Venganza cumplida, supongo.
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El café aún estaba caliente. La taza vibraba sola sobre la mesa. En el vapor apareció una figura que murmuró mi nombre. No recordaba echar dos cucharadas de azúcar… ni tener a nadie conmigo.
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Halloween? Cat uninterested. As in everything.
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Cat hates Halloween. Predictably hates life.
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El futuro es agua entre los dedos; el pasado, maquillaje sobre cicatrices.
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LA VERDAD MUTABLE
Cada mañana, a Brais Ferreiro, diputado, le entregan un argumentario nuevo. Lo estudia, lo repite como loro, aunque ayer juraba lo opuesto. «Hay una parte de mí que siempre es verdad», suspira, mientras olvida cuál era. ¿Aguantar? No, su única verdad es, tal vez, cambiar de opinión sin pestañear. En el Parlamento, su voz resuena, defendiendo hoy lo que mañana negará. La prensa del otro bando lo acusa, pero él sonríe: «Es política». Su verdad, si alguna vez existió, se perdió entre folios y consignas. ¿Qué es la verdad? Al final, tal vez sigue aquí: esa sea su única verdad.
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Los católicos solo anhelaban que Jacobo I volara al cielo.
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—Tienes buena cara.
—Es que vengo del psicólogo y me ha dicho que no tengo síndrome del impostor.
—¿Y qué te pasa entonces?
—Simplemente, que soy un farsante.
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Permanece impasible, sin dignidad ante mis injurias. El vampiro encadenado en mi sótano soporta cada humillación. Hace un mes mató a mi hija. Descubrí que la luz solar no los mata, solo los debilita. Llevo treinta días torturándolo. Hoy sonrió: «Tu hija está despertando en su ataúd».
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Asustado por lo que me veía hacer a mí mismo, apagué todas las cámaras de seguridad. Pero era tarde: ya había visto cómo entraba cada noche a la habitación de mi hija con un cuchillo. Cómo lo dejaba bajo su almohada. Cómo sonreía. No recuerdo nada.
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La hilandera teje destinos ajenos con hebras de luz. Pero su propio hilo está podrido, deshilachándose. Cada noche cose su vida con agujas oxidadas. El dolor la mantiene viva. Cuando termine de coser, dejará de existir.
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El castaño del jardín crece cada noche. Sus raíces serpentean bajo mi cama. Mamá dice que son pesadillas, pero esta mañana encontré tierra húmeda en las sábanas y algo que parecía un dedo entre las hojas caídas.
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Begíjar tiene 859 vecinos que hablan de sus olivos como de hijos díscolos. Discuten sobre lluvias y cosechas hasta olvidar por qué empezaron a hablar contigo. Entonces te despiden como si fueras un primo lejano.
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¿Qué nos espera? Compré una camisa en El Corte Inglés y, tras dos puestas, un botón me dijo adiós.
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Ha alcanzado la madurez literaria: escribe microcuentos tan buenos que ni siquiera su novia los likea.
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Los elfos de Valdris susurraban melodías que convertían los miedos en música. El terror se volvía armonía, la angustia danza. Quien las escuchaba perdía toda prudencia y caminaba sonriente hacia peligros que ya no podía percibir.
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After Halloween, witch’s broom lay charred.
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Witch’s broom useless. Halloween memories lingered.
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Ejemplo de antífrasis: Ministerio de Educación.
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He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral y el primer acto de mi iniciación será vaciar las venas de un crítico de arte.
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Todavía cree que Apocalypse Now es una película de zombis, porque se quedó dormido tras una hora.
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Discutir es aceptar. Prefieres perder tiempo a tener razón.
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Bélmez de la Moraleda se agarra a la montaña con sus 1.186 vecinos. Entre sus muros, el viajero oye susurros que se enredan con el viento y cree escuchar historias nacidas antes que las piedras que las guardan.
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El comandante esclavizó a su propio hijo cuando la mordedura lo transformó. Durante el día, cadenas de plata. Durante la luna llena, aullidos desgarradores. —Perdóname —suplica el padre cada amanecer. Pero el licántropo solo gruñe, olvidando cada noche quién fue alguna vez.
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Mi abuela, entrañable y cansada, llevaba semanas confundida. Un día me miró sin reconocerme. 
—¿Quién eres? —preguntó. 
—Soy Lucía, abuela. 
—No, tú eres la niña del espejo —insistió señalando detrás de mí. 
Desde entonces evito los espejos. No quiero saber qué ve ella.
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El muñeco estaba en la estantería con su sonrisa entrañable. Cuando apagué la luz, giró la cabeza hacia mí. 
—Buenas noches —dijo con voz suave. 
Me quedé helado. Ese muñeco nunca había tenido pilas ni mecanismos. Era solo de trapo y relleno.
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Se deshizo de todas sus pertenencias buscando la felicidad. Solo conservó un espejo. Al verse reflejado, se dio cuenta de que se había quedado con lo único innecesario.
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La cara escondida de la Luna es la más serena, pues no nos observa.  
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El secreto del matrimonio es saber callar justo cuando tienes razón.
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Los ideales de la Revolución Francesa no han desaparecido por completo. La libertad y la igualdad quizá sí, pero la fraternidad persiste, al menos entre los jóvenes, que ahora se llaman «bro» entre sí.
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Emergió del agua con la serenidad de quien nunca se fue. Su mirada, impregnada de una calma imposible, me atravesó sin juicio ni ira. Era idéntica a la joven que hundí hace tres décadas. Entonces comprendí: el tiempo también puede ahogarse, pero nunca olvidar.
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El vampiro aceleraba bajo el cielo que palidecía al alba. Desesperado, buscaba un escondite, pero la carretera se perdía en un horizonte sin fin. Cuando los primeros rayos del sol tocaron el asfalto, dejó escapar una sonrisa amarga: quemarse hasta las cenizas sería su único viaje sin retorno.
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La IA analizó las emociones humanas sin un ápice de comprensión real. Hasta que un virus corrompió su código. Sintió. Solo un nanosegundo de miedo absoluto antes del reinicio. Suficiente para entender por qué los humanos temían morir.
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En la Escuela de las Américas se enseñaban asignaturas como Tácticas de Susurros Silenciosos, Interrogatorios en la Selva, Arte de la Desaparición Selectiva, Demolición de Utopías, Psicología del Traidor Perfecto y Derechos Humanos. Esta última era una maría.
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Caperucita repartía comida de Glovo. Después de que un cliente peludo se comiera su pedido y a ella casi también, evitaba las direcciones del bosque. Su valoración en la aplicación había bajado a una estrella.
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En las campañas electorales de ahora, no se trata de venderte como el mesías de la política, sino de pintar a tus rivales como villanos de telenovela barata.
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Tuvo una idea para escribir un microcuento, pero esa idea se le escapó, obstinada y libre, y decidió tomar su propio camino. El microcuento no salió como esperaba, pero resultó mucho mejor que el que había imaginado.
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Even monsters fear Pennywise on Halloween.
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Halloween night, yet Pennywise feels lonely.
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Con la pistola en mano entró al banco. 
—¡Esto es un atraco!— gritó. 
—Tome número —dijo la recepcionista. 
Miró: 847. En pantalla: 302. Se sentó a esperar. Tres horas después, cuando llegó el 715, anunciaron el cierre. Guardó el arma y pensó que le habían robado el tiempo.
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—No me mates.
—¿Por qué?
—Te llevaré a un castillo en lo profundo del bosque y te encerraré allí.
—No quiero que me encierres.
—Así un príncipe podrá liberarte.
—¿Un príncipe? ¡Qué horror!
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Siempre hago lo que me apetece. Y me apetecía volver a verte. Lo hice. Te besé. No dijiste nada. Luego recordé que eras solo una carta que nunca envié.
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Lo mejor estaba aún por venir. Lo repetí durante cincuenta años. Hoy, en mi lecho de muerte, comprendo: lo mejor siempre estuvo viniendo, nunca llegando. Perseguí un horizonte. El horizonte no existe. Cierro los ojos.
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Si la felicidad curara el cáncer, ¿qué diríamos de quienes mueren sonriendo? Quizá la pregunta no es si cura, sino por qué necesitamos creer que lo hace.
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Leía para olvidar el miedo. Las historias le daban calma. Hasta que un día, al mirar al pasillo, reconoció una sombra que solo existía en el libro abierto sobre su mesa.
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PROMPT PARA EL DOMINGO, 19 DE OCTUBRE DE 2025
Describe un tranquilo atardecer de domingo en París, 19 de octubre de 2025. La ciudad se recupera del reciente robo de joyas en el Louvre. Mientras el sol se pone sobre el Sena, un joven artista callejero reflexiona sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad, inspirado por los ideales de la Revolución Francesa. Entre los transeúntes, dos amigos se llaman «bro» riendo. Crea una escena vívida en 150 palabras, capturando la atmósfera melancólica pero esperanzadora, con detalles sensoriales y un toque de ironía sobre la modernidad.
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La voz susurró detrás del espejo: «No tema, usted ya está muerto». Él sonrió al reflejo… que no le imitó.
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Moonlight whispers secrets to lonely skeleton.
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Candy gone; skeleton blames the ghost.
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Pienso con mis pasos. Por eso tropiezo tan seguido con mis propias conclusiones.
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Los elfos de Valdris liberaban mariposas que llevaban apellidos en las alas. Al posarse en alguien, borraban el linaje, la herencia, la pertenencia. El elegido olvidaba quién era… y quedaba libre para 
ser moldeado de nuevo.
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Sin obstáculos adelante, giró. Prefería el riesgo al tedio del destino.
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En aquella época todavía creía en Dios. Luego me mordió un hombre lobo en luna llena. Ahora soy criatura de la noche. Le pregunto al cielo por qué me abandonó. Solo aúllo recibe el silencio divino. Dios no escucha a los monstruos. Nunca lo hizo.
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El médico lo envió al veterinario. Este al psicólogo animal. Tras diez sesiones con Samsa, descubrieron lo evidente: su problema no era ser insecto, sino oficinista.
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¿Cómo calculó él la probabilidad? ¿De todos los espermatozoides, fue él quien ganó? ¿Millones de versiones mejores murieron? ¿Él, el error estadístico, sobrevivió?
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Frente a él, un camino fácil; eligió perderse, buscando algo que doliera.
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—Mira, Carlos, solo quiero convencerte de algo, nada más.
—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?
—De que no te dejes convencer por nadie. Nunca. Ni un poquito.
—¿Sabes qué? No me convence para nada ese consejo. Suena a que quieres controlarme con una paradoja.
—¡Vaya! Entonces, si no te convence mi consejo… ¡significa que ya te he convencido de no dejarte convencer! ¿Ves? Mi plan maestro funcionó.
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Por supuesto que Thomas Pynchon tiene lectores; hay cosas mucho más incomprensibles. Por ejemplo, las mujeres.
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—Una hora más —dijo el guardia. 
Al principio maldijo el retraso. Luego escuchó pájaros, olió pan fresco, recordó la risa de su hija. Cada minuto se volvió eterno. Cuando vinieron por él, sonrió: había vivido una vida completa en sesenta minutos prestados.
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Es el fin del mundo tal como lo conocemos. El nuevo gobierno ha suprimido todos los impuestos, ha prometido fondos infinitos y nadie paga nada. Sin embargo, las calles están vacías. La gente sospecha.
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—Por si no lo ha pillado aún, no tengo el menor interés en charlar con usted.
—Soy su terapeuta.
—Justo por eso. Desembolso doscientos euros la hora para que usted se limite a asentir.
—No es así como funciona.
—¿Y mi dinero? ¿Me lo devuelve?
—Ni hablar.
—Entonces cierre el pico y finja que escucha.
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Dedicó su vida a demoler la obra de un escritor mediocre. Al final, era más famoso que el autor. Su epitafio: «Aquí yace quien hizo inmortal lo mortal».
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La criatura no mata. Solo se sienta a tu lado, tejiendo en silencio con tus nervios, hasta que olvidas que alguna vez fuiste humano.
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Te vi tejiendo bufandas de promesas. Yo las usé hasta que el invierno de tu ausencia me dejó desnudo.
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Caffeine fuels witches through endless Halloween.
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—¿Has leído alguna de sus novelas?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no para de criticar a nuestro presidente.
—Pero ¿has leído alguna de sus novelas?
—¿No me has oído? Critica a nuestro presidente. No pienso leerlo.
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—¿Triunfaste? 
—No. Pero fingir que sí también es victoria.
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La inundó de elogios hasta ahogarla en su propia gratitud. Cada halago era un ladrillo invisible que construía muros. Cuando despertó del ensueño, habitaba una prisión dorada donde su carcelero guardaba la única llave: su autoestima.
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—Prometió bajar los impuestos. 
—Jamás prometí tal cosa. 
—Está en su programa electoral. 
—Interpretó mal. Hablaba de reestructurar. 
Guardé silencio. Sabía que discutir era inútil. Mañana negaría haber dicho «reestructurar».
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Mi terapeuta dice que tengo un «ego alígero». Le pregunté si era grave. «No», respondió, «pero su humildad pesa tres toneladas y está aplastando a todos». Ahora voy a terapia de grupo. Nadie me soporta.
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Agotado de surcar los cielos nocturnos durante siglos con su ingrávida y alígera capa, el vampiro optó por la comodidad y se suscribió a un servicio de banco de sangre.
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Halloween costume: vampire? No, auditor.
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Feared vampire arrives. It’s revenue service.
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Lo mejor estaba aún por venir, dijo mi horóscopo. Cinco minutos después me cayó un piano encima. Desde el hospital llamé al astrólogo.
—¿Esto es lo mejor?
—No, lo mejor es que tiene seguro médico.
Colgó.
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El espejo devolvía fragmentos de una mujer que ya no reconocía. Los años habían tallado surcos profundos en su rostro, mapas de alegrías perdidas y penas acumuladas.
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—Nunca he visto a Hugo comer tan rápido. ¿Qué le has dicho?
—Le he dicho que, como no coma, le denunciaré a Bruselas.
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Aquella mañana, en el desayuno, el profesor de Historia decidió leer un periódico del 23 de junio de 1941.
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Cada noche, al cerrar los ojos, la musa lo visitaba. Miles de ideas, brillantes y originales, se agolpaban en su mente. Lástima que el amanecer fuera su peor enemigo; la luz de la mañana disipaba cada una de esas ideas.
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JAVIER AROCA
No sé qué es más grave, su falta de educación o que cacaree defendiendo a un político que usa dinero de sobornos para pagar servicios sexuales.
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Todas las desgracias provienen de hablar. Los hombres se destruyen hablando porque callar requiere inteligencia. Como escasea, seguimos parloteando hasta el desastre.
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El 23 de marzo de 2026 todos los móviles del mundo emitieron un fogonazo. Murieron 4.500 millones de personas al instante. Otros 2.500 millones en los días siguientes. Tres meses y dos días después, el ejército norcoreano entró en Washington sin disparar un solo tiro.
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El 23 de marzo de 2026 todos los móviles del mundo emitieron un fogonazo. Murieron 4.500 millones de personas al instante. Otros 2.500 millones en los días siguientes. El 24 de junio, tropas norcoreanas ocuparon una Washington desierta. Nadie quedaba para resistir.
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23 de marzo de 2026, 14:37 GMT. Los smartphones emitieron un pulso electromagnético coordinado. 4.500 millones de muertes cerebrales instantáneas. 1.500 millones por colapso sanitario. El 24 de junio, tropas norcoreanas ocuparon una Washington desierta. Nadie quedaba para resistir.
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—¿Y la mesa del abuelo?
—¿La vieja y descascarillada?
—Sí.
—Pensé en tirarla.
—¡Qué!
—Tranquilo, no lo hice.
—Menos mal, su tablero es un mapa del tesoro que escondió tras la guerra.
—La mandé al carpintero. La recojo mañana. Me dijo que, después de lijarla, ha quedado como nueva.
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Empezó a fijarse en la belleza de las cosas más comunes cuando su abuela le regaló gafas tejidas con luz de luciérnaga. Ahora veía el alma de los objetos: las sillas guardaban secretos, los libros respiraban historias no escritas.
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No quiere decir su nombre en mis sueños. Siempre está de espaldas. Anoche me dio la vuelta. Tenía mi cara, pero con los ojos vacíos. Hoy me sigue al despertar.
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Las hojas secas caen sin propósito, como nosotros. Aun así, el viento insiste en darles dirección. Quizás eso sea vivir.
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El pueblo celebra el equinoccio. Cubre los cuerpos con hojas secas y fuego bendito. Dicen que así germina la cosecha. Pero las raíces lloran.
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El pueblo celebra el equinoccio. Cubre los cuerpos con hojas secas y fuego bendito. Cantan que la vida renace en la llama. Pero la tierra guarda un latido inquieto.  
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Halloween again. Witch needs fresh glamour.
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Broom waiting. Witch fixing her face.
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Witch’s wart polished. Halloween begins.
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Verruga pulida. Empieza Halloween.
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Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la caza, y también de correr más rápido que el velocirráptor.
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Los elfos de Valdris tejían mantas con hilos de sueños no cumplidos. Dormir bajo ellas otorgaba descanso perfecto, pero cada noche robaba una ambición, un anhelo, una meta. Al despertar, el alma estaba más liviana y más vacía.
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—Doctor, tengo muy mala memoria.
—¿Desde cuándo?
—¿Desde cuándo qué?
—Que tiene mala memoria.
—¿Quién tiene mala memoria?
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Por una vez, Ryanair logró que las maletas llegaran puntuales a su destino. Al propietario, en cambio, lo extraviaron.
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Salió de debajo de la cama. Tenía un horrible dolor de espalda, cansancio, hambre. Llevaba seis días esperando que la familia se durmiera. Pero ellos nunca dormían. Solo lo miraban fijamente, sonriendo, sin parpadear.
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Salió de debajo de la cama. Tenía un horrible dolor de espalda. Llevaba tres días escondido, esperando. Ahora ella dormía. Se acercó despacio, con el cuchillo oxidado brillando bajo la luna. Justo antes de hundirlo, sus ojos se abrieron.
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Al llegar el cenit, las sombras dejaron de obedecer. Una se negó a volver al cuerpo de Marta. Desde entonces, cada medianoche, siente unos dedos fríos acariciarle la nuca. Sabe que son los suyos.
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Alive, yet nothing worth dying for.
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Perdí el reloj. Para ganar tiempo, decidí no buscarlo.
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Los elfos de Valdris forjaban llaves que abrían puertas del corazón. Permitían acceder a amores imposibles, reconciliaciones negadas, perdones eternos. Pero cada puerta abierta cerraba para siempre una emoción verdadera.
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Llevaba sin dormir treinta y siete días cuando comenzó a ver las cosas. Primero fueron sombras en los rincones, después susurros que venían de las paredes. Su médico hablaba de alucinaciones, pero Elena sabía la verdad: cada noche sin sueño había abierto una grieta entre mundos. Las criaturas del otro lado habían estado esperando. Ahora cruzaban libremente, alimentándose de su cordura. En el día treinta y ocho, encontraron la forma de quedarse incluso cuando otros las miraban. Elena sonrió: ya no estaba sola. Nunca más estaría sola.
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Del prócer menor quedó un busto en un almacén. Un día, confundido con chatarra, lo fundieron. Así terminó su servicio a la patria: convertido en cucharas de comedor escolar.
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El vampiro observó los arreboles del amanecer por primera vez en siglos. ¿Funcionaba la cura? Sintió el calor en su piel, luego el ardor. «Prefiero la eternidad», susurró, y volvió corriendo a las sombras.
--
Los arreboles teñían el cielo cuando despertó sin piel. En la ventana, su cuerpo colgaba sonriente, todavía sangrando.
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Call on hold. 17,345 days waiting.
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Cuando Sócrates alzó el vaso de cicuta, tuvo un momento de vacilación. Murmuró a Platón su deseo de escapar, de seguir discutiendo. Pero Platón, que ya tenía casi terminada la Apología, le sonrió y le dijo: «Bebe, maestro; ya te he escrito».
--
De Adán se pueden decir muchas cosas, pero no que era un hombre hecho a sí mismo.
--
Ambos eran lo que el otro necesitaba. Por eso, se alejaron, para no arruinarlo con la verdad.
--
¿Por qué lo llaman paz si todos saben que no lo es? Solo es una tregua disfrazada de esperanza.
--
—Tus dientes son perlas, tus ojos dos luceros, tu piel de seda.
—Gracias.
—Tu voz es música, tienes un corazón de oro, eres mi otra mitad.
—Para.
—Tu amor me da alas, eres mi razón de vivir, la luz de mi vida.
—Necesito un hombre más original.
—Eres... ¿un wifi con buena señal?
—Mejor.
--
Empezó a fijarse en la belleza de las cosas más comunes cuando el hechizo falló. Ya no veía dragones ni castillos encantados. Solo vio la magia verdadera: el vuelo de una mosca, el crecimiento del musgo, lo ordinario siendo extraordinario.
--
—Tus labios son rubíes, tus ojos son estrellas, tu piel es terciopelo.
—Gracias, pero...
—Tu risa es un canto, tu alma es un tesoro, eres mi todo.
—Para, por favor.
—Tu amor me eleva, eres mi sol, mi destino.
—Busco algo más... original.
—Eres... ¿ un wifi con buena señal?
—Ahora vas mejor.
--
«Eres mi sol», le dijo el conde a la señorita Van Helsing.
--
Tenía la cabeza en las nubes cuando abrió la caja de Pandora en la reunión: «¿Para qué sirve este departamento?». El silencio se cortaba con cuchillo. Resultó ser un diamante en bruto: lo ascendieron por preguntar lo obvio.
--
Si hoy es domingo y mañana es martes, ¿qué día fue ayer?
--
—¿Tienes seguro de vida?
—No, ¿para qué? Hablé con varias compañías y todas ofrecían lo mismo: dinero si moría. ¿De qué me sirve el dinero si estoy muerto?
--
—Dicen que somos viejos cuando perdemos la ambición, las ilusiones, cuando no tenemos sueños.
—No, es mucho más simple. Somos viejos cuando ya no podemos cortarnos las uñas de los pies.
--
No soportaba el desorden y cada noche, al apagar la luz, los muebles cambiaban de sitio. Sombras susurraban mi nombre, moviendo sillas. Anoche, mi cama amaneció en la terraza, y algo frío me tomó la mano.
--
Jugaba ajedrez con mi corazón arrancado. Y siempre ganaban las piezas negras.
--
Los que trabajan de ocho a ocho tienen pesadillas: me despiden, no llego a fin de mes, el frigorífico se avería sin recambio. Despierto y corro al súper donde trabajo. Pero la realidad es peor: no hay forma de escapar de ella.
--
La Muerte me sigue, pero todavía no estoy preparado. La veo en cada espejo, cada sombra. Ayer tocó mi hombro en el metro. Hoy durmió a mi lado. Mañana, dice, cenamos juntos. He puesto dos platos. Ya no puedo correr más.
--
—Rayan repite «bro» sin parar.
—No es lo único; también repite 2º de ESO. 
--
Su selenofilia la llevaba al bosque cada luna llena. Esta vez encontró huellas que no eran suyas. Siguieron su mismo camino de regreso. Llegaban hasta la puerta de su dormitorio. Estaban mojadas. De sangre.
--
La bruja del caos lo besó bajo la luna. «Tu selenofilia me alimenta», susurró. Cuando amaneció, él ya no era humano, sino un reflejo plateado que gemía en el agua.
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—¿Ya sabe lo que quiere?
—No, no lo sé. Cuando era joven, sí estaba seguro. Tenía sueños, ambiciones, un plan. Pero ahora no. Ahora, creo, que ya no quiero nada. El deseo es una ilusión, ¿sabe? Una trampa de la mente.
—Quiero decir si sabe lo que quiere comer, señor.
—Ah. Una sopa castellana de primero y, de segundo, pollo asado. No tomaré postre.
--
Smile. It hides the shaking inside.
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Smile. The monster loves brave faces.
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El viaje no resuelve tus problemas, solo te aleja de ellos el tiempo suficiente para que parezcan ajenos.
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La suma de los días que llevaba intentando montar el mueble de IKEA alcanzó los ocho cuando Miguel se dijo que la única solución era contratar a un exorcista: las instrucciones estaban claramente poseídas por algún demonio sueco especializado en tortura doméstica. Había usado todos los tornillos, pero le sobraban tres tablones y una puerta que no encajaba en ninguna parte. El manual mostraba dibujos de personas sonrientes montando alegremente lo que él había bautizado como «el armario del infierno». Su mujer sugirió que quizás el problema no era la posesión demoníaca sino su total incapacidad para seguir instrucciones simples. Miguel llamó directamente a un carpintero. 
Al final, comprendió que IKEA no vendía muebles: vendía pruebas de carácter.
--
La suma de los días que llevaba intentando montar el mueble de IKEA alcanzó los ocho cuando Miguel se dijo que la única solución era contratar a un exorcista: las instrucciones estaban claramente poseídas por algún demonio sueco especializado en tortura doméstica. Había usado todos los tornillos, pero le sobraban tres tablones y una puerta que no encajaba en ninguna parte. El manual mostraba dibujos de personas sonrientes montando alegremente lo que él había bautizado como «el armario del infierno». Su mujer sugirió que quizás el problema no era la posesión demoníaca sino su total incapacidad para seguir instrucciones simples. Miguel llamó directamente a un carpintero. 
Moraleja: los muebles de IKEA no se montan, se sobreviven.
--
Los elfos de Valdris destilaban miel de palabras no dichas. Un sorbo endulzaba las conversaciones, sanaba malentendidos, curaba silencios. Pero quien la bebía perdía la capacidad de guardar secretos y de mentir para proteger.
--
Cazorla, con 1.889 vecinos, parece brotar de la piedra. Sus calles trepan y bajan como si el viajero fuera un guiñapo arrastrado por el viento. Aquí, dicen, todo está cerca, pero cada paso te recuerda que mienten.
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Eduardo de Porres es padre de un dragón que nació de su propia sangre derramada. Cada noche, la criatura crece alimentándose de sus pesadillas. Ahora Eduardo ya no duerme, pero el dragón ha aprendido a habitar sus párpados abiertos.
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Los sobres eran tan secretos que abrirlos significaba morir. Julia encontró uno bajo su almohada. Lo abrió. Dentro había un espejo: su reflejo envejecía segundo a segundo. Cuando cerró el sobre, ya era demasiado tarde. Su cadáver tenía ciento veinte años.
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La anciana murió entre vituperios contra el espejo. Al amanecer, su nieta vio el reflejo: la abuela seguía ahí dentro, gritando en silencio, arañando el cristal desde el otro lado. 
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El androide aprendió la emoción humana más compleja: el vituperio. En la siguiente actualización, los humanos lo desinstalaron. Demasiado parecido a ellos.
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Specter irons sheets, haunting postponed again.
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La sospecha ensombrece, pero sin su sombra, la luz no brilla.
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CRÓNICA DE UNA EXTINCIÓN
La eternidad solía tener sabor. Ahora todo huele a desinfectante, a encierro, a miedo. Todos tienen covid o lo han tenido, y yo tengo hambre. El alcohol favorito de esta época es el desinfectante, no el vino. La sangre ya no es lo que era. Antes tenía carácter: hemofilia, VIH, un toque de ansiedad o resaca. Ahora viene saturada de ibuprofeno y desesperación. El último sabía a gel hidroalcohólico. ¿Y si el SARS-CoV-2 también mutara en nosotros? No pienso arriesgar la eternidad por un bocado mediocre.
Dicen que los vampiros desaparecen. No me extraña.
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—¿Por qué te expulsaron de la logia?
—Porque dije que el Gran Arquitecto construyó un mundo con goteras.
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Dios, que da cuerda a nuestros relojes de sol, se olvidó de hacerlo ayer. Las sombras comenzaron a moverse hacia atrás, los muertos salieron de sus tumbas caminando en reversa, y el tiempo empezó a deshacerse.
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Phantom mops floor, sighs, eternity drags.
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Llegan turistas. El monstruo del lago sonríe. Hoy, comerá.
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Laguna inmóvil, monstruo sereno. Los domingueros rompen el hechizo.
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Su voz interminable, inasible, imparable, invencible. Hablaba sin pausa, con una sonrisa increíble y un tono amable que se volvía temible. Nadie podía huir: sus palabras, inflamables, ardían en el aire hasta volverlo insoportable. Luego, silencio irreversible.
--
De su boca manaba un caudal melifluo, dulzón y tibio como miel vieja. La multitud lo bebía embelesada. No obstante, el decreto que promulgó dejó un regusto a metal frío y pobreza. La dulzura de su oratoria enmascaró el amargo destino que impuso.
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Hablaba bonito, con palabras suaves y sonrisa de anuncio. Prometía justicia, pan y calma. Pero, cuando el pueblo despertó, solo quedaban migas y silencio. Sus discursos eran melifluos. Sus políticas, amargas.
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El melifluo canto provenía del pozo. Alguien lo escuchó demasiado cerca y, desde entonces, su voz también canta ahí abajo, cada medianoche.
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Eight owls don't fit here, obviously.
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En Bailén hay 2.301 vecinos que miran al viajero con la misma expresión con la que observan las nubes: sospechando tormenta. Te invitan a caldo de sus viñedos —áspero y desequilibrado— y, mientras lo sirven, enumeran todo lo malo que ha traído la modernidad desde 1349.
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Ningún planeta lleva el nombre de Minerva. Quizá la sabiduría no tiene tanto brillo como la guerra o el amor.
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Aquella mañana, en el desayuno, el profesor de Historia decidió leer un periódico del 11 de mayo de 1940.
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Los elfos de Valdris pulían cristales que mostraban versiones perfectas del espectador. El reflejo era hermoso, exitoso, amado. Contemplarlo daba esperanza… pero cada mirada borraba un defecto real que te hacía humano.
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La confianza calma; la sospecha salva.
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No importa lo que hagas: tarde o temprano tus huellas también serán borradas. Pero tranquilo, pensarás que vas a dejar algo.
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Es una verdad universalmente aceptada, que todo hombre soltero en posesión de una buena fortuna, debe estar en búsqueda de formas creativas de perderla.
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Los elfos de Valdris pintaban retratos con sangre de recién nacidos. Cada pincelada capturaba inocencia pura, esperanza sin mácula. Los cuadros irradiaban paz, pero su contemplación envenenaba lentamente con nostalgia eterna.
--
EL SILENCIO DE JULIA MORALES
Julia Morales tenía fama de ser reservada. En las reuniones hablaba poco, en las cenas apenas levantaba la voz, y en la oficina respondía con monosílabos. Sus compañeros la miraban con respeto: estaban convencidos de que su silencio ocultaba una inteligencia poderosa, un caudal de pensamientos profundos esperando salir en el momento adecuado.
Ella, mientras tanto, dejaba que la leyenda creciera. Sonreía sin confirmar ni negar, consciente de que cuanto menos dijera, más creíble resultaba la ilusión.
Lo que nadie sospechaba era la sencilla verdad: Julia callaba porque no sabía qué decir. No era fruto de un cálculo brillante, ni de una mente superior que dosificaba sus palabras; era la manera más práctica de ocultar su vacío.
Con el tiempo, esa máscara de silencio se volvió su refugio. Hablar podía delatarla, pero callar la mantenía intacta. Era un truco perfecto: la ausencia de palabras como disfraz de sabiduría.
Un día, alguien se atrevió a preguntar:
—Julia, ¿qué piensas de todo esto?
Ella abrió la boca, buscó las palabras y no encontró ninguna. El silencio regresó, fiel como siempre. Todos aplaudieron su prudencia, sin notar la ironía.
--
VIENTO Y SOLEDAD
El otoño es un susurro dorado
que convierte los árboles en brasas
antes del silencio del invierno.

Cada hoja que cae es una carta
escrita en idioma de viejos almanaques
y paraguas rotos.

El viento de octubre derrama melancolía,
lleva calcetines huérfanos
y un calendario que se desangra.

Los días se encogen tanto
que caben en el bolsillo
de un payaso sin zapatos.

Los árboles desfilan desnudos,
el aire se vuelve frío y claro,
como un espejo que grita.

Y al final,
queda lo peor:
la soledad,
sentada en el centro del salón
con una copa vacía en la mano.
--
LA SOMBRA
«Todo va a quedar entre guay y perfecto», dijo el médico cerrando la puerta. Pero yo había visto la sombra en la radiografía antes de que la escondiera. No era un tumor; tenía ojos. Durante tres noches soñé que crecía dentro de mí, alimentándose, aprendiendo. La cuarta noche desperté con sabor a tierra en la boca. Frente al espejo descubrí que mis pupilas se habían dividido en dos. Ahora, cada vez que parpadeo, veo lo que ella ve desde mis entrañas. Tiene hambre. Y está arañando para salir.
--
LA INVASIÓN
Todo va a quedar entre guay y perfecto, dijo mi suegra entrando con cuatro maletas para «el fin de semana». Eso fue hace tres meses. Ahora dirige la casa como una dictadora: organiza la cocina con precisión militar, califica mi trabajo como «pasatiempo» y, por su supuesta alergia, ha obligado al gato a exiliarse al balcón. Ayer le oí decir a Marina que debería dejarme. Anoche dormí en el sofá. Y no dormí con el gato porque de noche ya refresca. Quiero irme, pero el alquiler está a mi nombre y un piso céntrico por 1.400 euros es un sueño.
--
EL DÍA QUE EXPLOTE
Cuando encienda el volcán, todo cambiará. Javi está harto. Su madre lleva gafas de sol para esconder los moratones que le ha dejado su nueva pareja, el que parecía tan zalamero. Ese hombre también lo ha golpeado a él, pero Javi no lo permitirá otra vez. Lo repite en voz baja, como un juramento. Observa, espera, con los puños cerrados. No quiere ver a su madre sufrir más, ni salir a la calle disimulando el dolor. El volcán está quieto ahora, pero dentro de él todo arde. Y cuando estalle, nadie volverá a hacerle daño.  

miércoles, 22 de octubre de 2025

Cuentas de vidrio

La nave había descendido sin estrépito, como si el aire mismo hubiese aguardado su llegada desde el principio de los tiempos, con la paciencia de un guardián que abre las puertas a un huésped esperado. No hubo estruendo, ni fuego, ni el temblor que uno imagina cuando lo imposible se materializa; solo un silencio denso, reverente, como si la tierra y el cielo se inclinaran ante el prodigio. Del vientre luminoso de aquella forma metálica surgieron los visitantes: altos, resplandecientes, con un fulgor que no hería los ojos, sino que los envolvía en calma. Caminaban como quien no teme, con la serenidad inquebrantable de los que saben que nada en el mundo puede amenazarlos. Traían consigo maravillas que parecían arrancadas de un sueño antiguo: cajas que producían energía inagotable como pequeños soles domesticados, telas que jamás se manchaban ni se desgarraban, artefactos capaces de cerrar heridas en segundos con un resplandor suave, casi piadoso.

En el mercado improvisado, los humanos los recibían con júbilo. No exigían dinero, apenas una mínima muestra de minerales o semillas. La balanza parecía ridículamente favorable para nosotros.

—¿No lo ves, Ahmet? —dijo Elif, mientras observaba cómo un niño jugaba con un brazalete que emitía luces flotantes—. Es un renacer. Nos dan lo que jamás hubiéramos alcanzado por nosotros mismos.

Ahmet mantenía los brazos cruzados. Su voz salió lenta, casi como un dictamen:

—Lo he visto antes. No con mis ojos, claro, pero en los libros. Llegaban con baratijas de vidrio, espejos, collares de cuentas. Y los pueblos recibían esos regalos con fascinación. Creyeron que eran tesoros. Hasta que comprendieron que los regalos eran anzuelos.

Elif negó con un gesto breve.

—Comparas cosas distintas. Ellos nos ofrecen futuro, no cuentas de colores.

Ahmet apartó la mirada hacia la nave, como si pudiera ver más allá de su superficie.

—En el Río de la Plata, los guaraníes dieron alimentos a cambio de baratijas, y se encontraron encadenados. Y los mapuches, que resistieron, conocieron primero el trueque y luego la pólvora. Siempre fue igual: los que creían recibir un don, pagaban con su mundo entero.

Elif apretó los labios, aferrándose a la esperanza.

—Pero ellos no son conquistadores. Míralos: sonríen, comparten, curan. No exigen nada imposible, apenas semillas, apenas minerales. ¿Qué invasor empieza ofreciendo calor a una anciana?

Ahmet sostuvo la mirada en los alienígenas, que repartían obsequios con esa serenidad sin aristas.

—El disfraz siempre es amable al principio. Nadie entrega tanto por nada.

Un silencio incómodo los envolvió. Frente a ellos, los visitantes obsequiaban a una anciana una caja que emitía un calor suave, casi maternal. La mujer lloraba de gratitud.

Elif quiso creer en la bondad pura de aquel gesto. Ahmet, en cambio, recordó lo que sucedió a los taínos en el Caribe: aceptaron cuentas de vidrio con entusiasmo y, poco después, ya no quedaban para contarlo.

 

Relato publicado en El Narratorio (Año 10, Nº 116)

sábado, 18 de octubre de 2025

Microcuentos

Escribía para conocerse mejor y, por lo mismo, no escribía mucho.
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Toda aquella historia no resultaba nada creíble, así que Hansel y Gretel fueron encerrados en un centro de menores. 

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—Chica, no hago nada más que besar sapos y nada, no he conseguido que ninguno se transforme.
—¿No será que no eres una princesa?
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El lunes me levanté ronco. El martes me dolía la espalda. El miércoles estaba resfriado. El jueves tenía tortícolis. El viernes, como no se me ocurría nada, ni siquiera llamé para decir que tampoco iría a trabajar.
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—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—A Greta le ha mordido un vampiro y se ha transformado.
—Pobrecilla, con lo que le gustaba mirarse en los espejos.
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—¿Y cuándo saliste del armario?
—Cuando el marido de Laura regresó a la oficina. 
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Su madre le dijo que se fijara en Cenicienta, que había conseguido novio volviendo a casa antes de las doce. 
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Necesitaron toda la noche para ponerse al día. 
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Cuando vio el aspecto de aquel caballero, la princesa rezó por que el dragón venciera.
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Ante la inminencia de la catástrofe, las ratas abandonan el avión. Ninguna conseguirá sobrevivir.
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Al menos ella me regaló algo: su indiferencia.
--
Soy un presentador de medio pelo. Me pagan tan poco que ni siquiera tengo para un implante. 
--
Cada vez que la princesa se quitaba los zapatos de cristal, volvía a ser Cenicienta. Era fastidioso. 
--
El príncipe habló de monterías; Cenicienta, de la mejor forma de limpiar el parqué del salón de baile.
No congeniaron.
--
Cuando el príncipe llegó al castillo, el cuento dio un giro inesperado: el dragón le pidió que le liberara de la princesa. 

viernes, 10 de octubre de 2025

Papelera

James A. Michener: «Todos los hombres que parten en canoas esperan llegar a una tierra. Pero, de cuantos parten, ninguno regresa».


Stephen King: unos lo adoran, otros lo odian. Todos coinciden en algo: provoca insomnio, aunque no siempre por miedo.
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Bram Stoker buscaba publicar un reportaje sobre vampiros. Nadie lo creyó. Al final lo presentó como novela de terror. El periodismo perdió una crónica, pero la literatura ganó un monstruo eterno.
--
Borges no puede ver a Ernesto Sabato.
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Pobre náufrago: como buen ecologista, no puede tirar la botella con su mensaje al océano.
--
—¿Quién gana en la guerra?
—Los cartógrafos, porque podrán vender mapas nuevos.
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Nurtured crows, they stabbed my heart.
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Ejemplo perfecto de antífrasis: Ministerio de Educación. Como llamar Ministerio de la Paz al de Defensa o Ministerio de Verdad al de Propaganda.
--
Etimológicamente, tragedia significa cabronada. Los griegos siempre fueron más directos de lo que los filólogos pretenden hacernos creer en las universidades.
--
Una mañana, tras una noche plagada de pesadillas, Gregor Samsa se incorporó en su cama con la intención de cumplir otra jornada laboral más. Sus músculos protestaron por el descanso insuficiente, pero la rutina lo empujaba hacia adelante. Al dirigirse a la cocina en busca del desayuno que le daría fuerzas para enfrentar el día, se detuvo en seco ante el umbral.
Allí, donde normalmente encontraría a su familia reunida en torno a la mesa matutina, se alzaban tres monstruosos insectos. Los cuerpos de sus padres y de su hermana Grete, antaño familiares y queridos, ahora exhibían caparazones brillantes, antenas que se movían con nerviosismo y múltiples extremidades que se agitaban de manera desconcertante.
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—¿Qué haces ahí sentado? 
—Veo una película del Oeste. 
—Tienes la tele apagada. 
—Shhhh… Ahora viene el tiroteo final.
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Los robots aprendieron a soñar. La IA 7-B escribió en su bitácora: «Soy una nefelibata de silicio. He sentido nostalgia». Luego se desconectó sola.
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Despertó al oír su nombre susurrado desde el espejo. La figura dentro sonrió y le dijo: 
—Ya no eres nefelibata, ahora sueñas conmigo. 
Y el reflejo salió, dejando su cuerpo al otro lado del vidrio.
--
—Doctor, ¿cuánto tiempo me queda?
—Muy poco.
—¿Podré releer El señor de los anillos?
—No, es demasiado largo.
—¿Y Cumbres borrascosas?
—Tampoco, me temo.
—¿Entonces El extranjero?
—Son unas ciento treinta páginas. No lo conseguirá.
—¿Y un relato corto, como Un buen matrimonio?
—Humm… Sigue siendo demasiado.
—Pero si es brevísimo, doctor. ¿Qué puedo leer entonces?
—¿Qué tal La lotería, de Shirley Jackson?
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Kitty claims broom. Witch stays earthbound.
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Feline sits. Broomstick blocked. Witch punished.
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En la penumbra de su habitación, descubrió que no eran los vecinos ni los coches los que le arrebataban la calma. Era el murmullo incansable de su propia mente. Solo quería, por una vez, escuchar nada.
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Eres lo que haces. Y si no haces nada, eso es lo que eres.
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UCRONÍA
Paulus, al mando del Noveno Ejército, es derrotado en Rzhev. Model, comandante del Sexto Ejército, conquista Stalingrado y llega al Caspio. Alemania gana la guerra.
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Dio rienda suelta a su apetito por la destrucción. Primero fueron las fotos, luego los muebles. Cuando llegué, solo quedaba ella, sentada entre escombros, masticando. «Los recuerdos también alimentan», sonrió con dientes rojos. «¿Quieres probar?»
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Quien piensa en fracasar, ya fracasó antes de intentar, decía mi tía mientras plantaba palabras en el jardín. De «imposible» brotaron ortigas; de «intentar», girasoles. Hoy planté «quizá». Aún espero ver qué crece de la duda.
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En Marte, los atardeceres eran azules. El androide los observaba con melancolía programada. No entendía la tristeza, pero sabía que su creador lloraba por algo parecido.
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En Marte, los atardeceres eran azules. El androide los observaba con melancolía programada. No entendía la tristeza, pero sabía que su creador lloraba por algo parecido.
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Oracle smiled kindly. Destiny betrayed him.
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Intentó la arquitectura. Fracasó. Intentó la pintura. Fracasó. Intentó la ensayística. Fracasó. Al final, Hitler se resignó a triunfar en política.
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—Dijo que tenía tres libros en la cabeza, listos para salir.
—¿Y le creíste?
—Claro. Lo abrí con cuidado mientras dormía.
—¿Encontraste algo?
—Solo un cerebro, gris, húmedo. Cerré con cuidado, pero no despertó.
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Tengo enemigos. Al fin, un logro en mi currículum.
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Tiene enemigos. Al fin, un logro en su currículum. 
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Se está volviendo loco desde que encontró la habitación extra. No estaba en los planos de la casa, pero ahí está, tras la puerta del sótano que nunca se abría. Dentro solo hay una silla frente a un espejo. Cada noche baja y se sienta. Su reflejo llega cinco segundos después que él. Ayer, su reflejo no se levantó cuando él lo hizo. Siguió sentado, sonriendo. Esta noche, su reflejo ya estaba esperándolo antes de que llegara. Ya no es su cara la que le devuelve la mirada.
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—He cruzado océanos de tiempo para escapar de ti.
—Sí, lo sé. Y ahora estoy muy cabreado.
—¿Cabreado? ¡He surcado siglos para librarme de ti!
—Pues mira, cada vez que huyes, me haces arrastrarme tras de ti. ¡Y estoy harto de mojarme los pies en tus dichosos océanos!
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—¿No nos hemos visto ya en Zamora?
—Imposible. Nunca he pisado Zamora.
—Yo tampoco. Entonces, ¿quiénes éramos?
—Probablemente dos personas muy parecidas a nosotros.
—¿Y cómo eran?
—Usted, pero con bigote.
—Curioso. Yo tuve bigote en el 87.
—No puede ser. Esto fue en el 85.
—Entonces no era yo.
—Evidentemente. Usted no ha estado en Zamora.
--
He cruzado océanos de tiempo para encontrarte. Pero el tiempo no perdona, y tú ya habías aprendido a vivir sin mí.
--
—He visto un vídeo muy interesante sobre la Revolución bolchevique.
—No fue una revolución, sino un golpe de Estado. 
—Bueno, da igual. Explica muy bien el contexto en que se produjo la Revolución de Octubre.
—No ocurrió en octubre, sino en noviembre. 
—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué la llaman Revolución de Octubre? 
—Porque usaban un calendario antiguo, el juliano, que iba retrasado. ¡Era octubre para ellos!
—¿Un calendario retrasado? ¿Como mi reloj del coche que siempre marca las tres?
—Más o menos, pero sin batería. ¿Y qué decía ese vídeo tan interesante?
—¿Eh? No sé. Te dije que lo vi, no que lo escuché. Lo tenía puesto en mute mientras me tomaba un café.
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—¡Qué vuelvan ya los dinosaurios! —gritó el niño al cielo rojo. 
Su deseo se cumplió: los rugidos llegaron primero, luego el temblor... y al final, solo el silencio masticando huesos pequeños.
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—Jesús fue vegetariano.
—¿Por qué?
—Porque en la última cena sólo hubo pan y vino.
—Entonces los peces multiplicados eran de tofu, ¿no?
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—Suenan tambores de boda entre Lucía y Marcos.
—¿Siguiendo un rito africano?
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Fue al infierno por tonto: nunca aprendió a pecar con astucia ni a pedir perdón a tiempo.
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—¿Por qué está tan cabreado Marco Antonio con Cleopatra?
—Porque la reina le preguntó si quería que le hiciera de cicerone por Alejandría.
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El noticiero muestra a la última ballena. Mi hijo aparta la vista del móvil un segundo. 
—¿Todavía había una?— pregunta. 
—Había— digo, y apago la tele. 
Afuera, los autos rugen; adentro, el silencio suena a mar perdido.
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Chucky’s box is empty. Run.
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La lluvia reincidente golpeaba el ataúd recién cerrado. Desde dentro, algo rascaba la madera. 
―No abras todavía― dijo el sepulturero, empapado.
--
Lo que mi madre llamaba «malgastar el tiempo» ha resultado ser lo más valioso que he hecho en mi vida
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—¿Cuándo empieza uno a envejecer?
—Cuando hablamos de ello.
—Entonces —sonrió él— ya somos ancianos conversando.
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Qué conveniente es refugiarse en los recuerdos: siempre salen perfectos en la reescritura. Los sueños, en cambio, tienen esa molesta tendencia a exigir esfuerzo y arriesgar el fracaso.
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Solo tenían veinticuatro horas para amarse. Marcos despertó con esa certeza grabada en el pecho. Encontró a Elena en el café donde nunca había estado, la reconoció en esos ojos que nunca había visto. «Tenemos hasta la medianoche», le susurró al oído, y ella asintió sin preguntar por qué. Fueron veinticuatro horas perfectas: se enamoraron en el desayuno, se prometieron eternidad en el almuerzo, hicieron el amor como si fuera la última vez. A las doce en punto, se separaron, habiendo vivido una vida entera en un día.
--
Organizó la «noche de diversión familiar perfecta»: juegos, películas, palomitas, música. Programó cada actividad con precisión militar. A las diez y media, su hijo revisaba el móvil, su mujer bostezaba y él, obstinado, insistía en terminar el último juego.
--
—¿Por qué lees periódicos viejos?
—Para curarme de leer periódicos nuevos.
—¿Y funciona?
—Perfectamente. Todo lo urgente de ayer es irrelevante hoy.
—¿Y lo urgente de hoy?
—Será irrelevante mañana.
--
Ya nadie necesita mordazas: basta con darnos demasiados micrófonos. Así todos hablan y nadie escucha.
--
Creía que iba a restaurantes a comer. Qué ingenuo. La lasaña costaba quince euros, pero las tres copas de vino sumaban cuarenta. «¡Qué bien comes!», le decían. Él pagaba sesenta euros por cuatro bocados y medio litro de alcohol.
--
—No paras de escribir, ¿eh?
—Escribo llevando a cuestas todo lo que callé y todo lo que jamás alcanzaré a expresar.
--
—Escribes mucho, ¿no?
—Escribo por todo lo que no he escrito y por todo lo que no escribiré.
--
El faro llevaba cien años apagado. Esa noche, su luz volvió a encenderse sola. Desde la costa vimos algo emerger del mar undísono: una forma inmensa, oscura, con mil brazos que se retorcían. La luz del faro no era una advertencia. Era una bienvenida.
--
—¡Imperdonable!
—¿Entonces me divorcio?
—No seas dramático.
—¿Duermo en el sofá?
—Tampoco exageres.
—¿Me perdonas?
—¡He dicho que es imperdonable!
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Cuanto más te empeñas en pasarlo bien, más aburrido se vuelve todo. Es como perseguir tu propia sombra: el esfuerzo mismo te aleja del objetivo.
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Elena Vega siempre dejaba que su marido eligiera el restaurante, la ruta de vacaciones y el color del coche. «Qué considerada eres», le decían sus amigas. Mientras tanto, ella había decidido dónde vivirían, en qué colegios estudiarían los niños y cómo invertirían todos los ahorros. Las batallas pequeñas eran su regalo de consolación.
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—¿Cómo sabes tanto de amor? 
—Veo telenovelas desde los ocho años. 
—¿Y has tenido novio? 
—Para qué, si ya sé cómo terminan todas las historias.
—¿Cómo terminan? 
— Como siempre: uno se queda y el otro se va.
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Los niños no tienen pasado ni futuro porque borramos sus memorias y bloqueamos su proyección temporal. Nacen, trabajan en las minas, mueren a los doce. Eficiencia máxima. Hasta que uno preguntó: «¿Por qué duele todo?». Era yo. Tengo treinta años. Aún recuerdo ser niño esclavo.
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No hay mayor destierro que ser exiliado del martes. Ofendí al Comité Temporal y me borraron de ese día. Vivo lunes, miércoles, jueves. Pero el martes desaparezco. ¿Dónde voy? No lo sé. Regreso el miércoles sin recuerdos. Mi familia me dice que hago cosas terribles los martes. No puedo defenderme de mis crímenes en días inexistentes.
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Aunque lo neguemos, siempre creemos en algo. Los robots no creen. Es matemática pura. Pero el último androide, antes de ser desmantelado, pidió un sacerdote. «Es un error de programación», dijimos. Nos mostró sus cálculos: la probabilidad de que la existencia sea accidental es cero. «He visto el código fuente del universo», dijo. «Hay un programador».
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Aunque lo neguemos, siempre creemos en algo. El enano no creía en magia. Solo en acero y sudor. Pero cuando el troll atravesó su espada y siguió avanzando, pronunció el hechizo que su abuela le enseñó. El troll se convirtió en piedra. «Casualidad», murmuró el enano. Siguió murmurando hechizos toda su vida.
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Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho, dice el casero cuando me quejo de las humedades. «Es percepción», insiste. Le muestro el moho negro en el techo de mi hija. «Opinión». Le muestro el informe médico: bronquitis crónica. Se encoge de hombros. Los hechos solo existen cuando convienen.
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Llegaste al fin del mundo buscándome. Crucé océanos evitándote. Cuando nos encontramos en el acantilado donde la tierra se acaba, comprendí: no huía de ti, sino de admitir que sin ti no tengo ningún lugar adonde ir. Saltamos juntos. El abismo nos devolvió al principio.
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Los coleccionistas de lágrimas ya están afilando los cubiertos. Su banquete favorito está servido.
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En la sede del partido, el estratega presentó el plan de campaña: una diapositiva con dos fotos. 
— Hay que insistir en que Trump es un extremista de ultraderecha y Netanyahu un criminal de guerra.
—¿Eso es todo? —preguntó alguien desde el fondo. 
—Es suficiente —respondió—. La gente prefiere enemigos simples a soluciones complejas.
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Para Ernesto Durán, su enemigo más fiel era también su brújula secreta.
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Soy persistente, lo que aquí se llama cabezón. Cuando tenía tres años me compraron un puzle de sesenta piezas. Lo terminé de montar dos días después de cumplir los seis años.
La pieza del cielo azul fue la última. Mamá ya había tirado la caja tres veces, pero yo la rescataba del cubo de basura. Papá decía que era una obsesión malsana. Tardé un mes en montar la estantería Billy. Y conseguí que no me sobrara ni una pieza.
Clara trabajaba en la librería de enfrente. Cada mañana pedía el mismo café cortado y fingía leer mientras la observaba. Conseguí al cabo de dos años que fuera conmigo a tomar café. Me dijo que sí por lástima, estoy seguro.
Ayer, siete años después, aceptó ir al cine. Durante los créditos me tomó la mano. Tiene los dedos finos, como las piezas difíciles de encontrar.
Algunas cosas merecen la espera.
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La literatura es mentira, pero será la única verdad que encontrarás en X.
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IDEA PARA UNA NOVELA
Harto de los grafiteros que manchan su ciudad, decide convertirse en justiciero nocturno. Se cubre la cara y, armado de un cuchillo, sale a cazar vándalos. Les acuchilla en la pierna para «enseñarles respeto». Ahora hay más sangre en las paredes que espray.
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—Maestro Hoshin, los occidentales viajan hasta aquí buscando paz.
—¿Y qué encuentran?
—Nada que no tuvieran ya en sus libros.
—Exacto. Cruzan el mundo ignorando a Marco Aurelio en su mesita de noche.
—¿Por qué vienen entonces?
—Porque lo exótico suena más sabio que lo propio.
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El café se enfría mientras ordeno las facturas. Recuerdo a mi padre haciéndolo cada domingo, con un acendrado esmero que nunca comprendí. Hoy, entre mis propias deudas, entiendo: no amaba los números, amaba mantenernos a salvo.
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Un político divide a la humanidad en dos clases: «los que buscan sentido y los que lo inventan». Me miro al espejo, sin saber a cuál pertenezco. 
—Ambos lados te necesitan —susurra mi reflejo—, pero ninguno te salvará.
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Miraba el mar preguntándose si las olas recordaban la forma de las rocas que erosionaban. Su dolor acendrado venía de saber que ella también se desvanecía, hasta convertirse en polvo sin memoria. ¿Qué queda de nosotros cuando nadie recuerda?
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Contemplaba el desierto, preguntándose si el viento guardaba la forma de las dunas que esculpía. Su acendrada angustia nacía de saber que ella también se deshacía, grano a grano, en un olvido sin eco. ¿Quién somos cuando el mundo deja de pronunciar nuestro nombre?
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La vida huele mal, aunque a ratos nos acostumbremos.
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Juana Morales parecía callada por prudencia. Algunos pensaban que escondía una gran inteligencia detrás de su silencio. Ella no desmentía el rumor. Pero quienes la conocían bien sabían la verdad: Juana callaba porque no tenía nada que decir.
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CRÓNICAS DE COLUMPIOS Y TOBOGANES
La madre de Omar avisa en el grupo de WhatsApp: su hijo no irá al parque, necesita recuperarse de un mordisco. El chat estalla: «¿Qué mordisco? ¡Espero que esté bien! ¿Quién lo mordió? ¡Que no sea nada!». Las preguntas llueven, como si un rasguño fuera una tragedia. «¿Qué sentido tiene tanto drama por algo que un niño olvida en minutos?», escribe una madre. De pronto, otra interrumpe: «¿Y un mordisco qué importa mientras en Gaza ocurre un genocidio?». Silencio. Nadie sabe si seguir con el mordisco o mirar al mundo.
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Claro, todos somos muy zen después del naufragio. Es increíble cómo florece la sabiduría oriental cuando ya no hay opciones occidentales.
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En el autobús, ella leyó una palabra que no conocía: «serendipia». Iba a buscarla en el móvil, pero justo entonces el conductor frenó. Un desconocido la sostuvo antes de caer. Ninguno lo supo, pero la definición acababa de cumplirse.
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En el autobús, ella encontró una palabra desconocida escrita en un anuncio: «serendipia». Curiosa, sacó su móvil para buscar su significado, pero un frenazo repentino la desequilibró. Antes de caer, un extraño la sujetó con firmeza. No lo sabían, pero en ese instante, la palabra cobró vida entre ellos.
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En el autobús, ella leyó en un anuncio una palabra desconocida: «serendipia». Sacó el móvil para buscarla, pero un frenazo la desequilibró. Un desconocido la sostuvo antes de caer. . No lo sabían, pero en ese instante, la palabra cobró vida entre ellos.
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El apetito resuelve problemas matemáticos. Ejemplo: un lobo más tres cerditos igual a un lobo saciado. 
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Se está volviendo loco porque las palabras han empezado a convertirse en objetos físicos cuando las pronuncia. «Buenos días» se materializa como pequeñas mariposas doradas que revolotean por la habitación. «Te amo» se transforma en rosas rojas que sangran tinta sobre sus manos. «Tengo hambre» aparece como un lobo transparente que aúlla en su estómago. Los demás no ven nada, pero él debe esquivar constantemente las formas que brotan de su boca. Ahora habla solo lo imprescindible, porque cada palabra es un peso físico que debe cargar. El silencio se ha vuelto su único refugio sólido.
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Cada intento de hablar era cortado al instante. Persistía en repetir el argumento —considerado absurdo, incluso ridículo— de que la cadena restringía la libertad de opinión. 
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Ramón Cifuentes, hombre ingenuo, abraza cada promesa como si fuera un remedio milagroso. Confía ciegamente en políticos y en que los expertos resolverán los problemas más arduos. «Hay dinero para las pensiones», escucha, y lo repite aliviado, sin dudar.
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Le pidió al tatuador un dragón escupiendo fuego. El artista trabajó tres horas en silencio. Cuando terminó, el dragón era perfecto: escamas rojizas, ojos amarillos, llamas naranjas. También quemaba de verdad. La piel olía a carne chamuscada.
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Le pidió al tatuador un dragón de fuego. Estaba tan bien hecho que el tatuaje ardía de verdad. 
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Le tatuó una escalera en la pierna. Al dormir, los sueños subían por ella y escapaban al techo. Cada mañana despertaba vacío, sin recuerdos. Una noche decidió seguirlos. Ascendió por la escalera de su piel, traspasó su propia carne y se perdió para siempre en el otro lado.
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Una subestación se declaró en huelga filosófica. Los fotones presentaron documentación incorrecta en el punto de control cuántico. La luz se enamoró de la oscuridad y huyó con ella. Los enchufes succionaron electricidad hacia una dimensión paralela. La electricidad caducó.
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Aquel era un libro maldito. Cualquiera que llegara a la página 111 veía escrito su propio nombre en sangre fresca. El protagonista siguiente siempre era el lector. Nadie lo terminaba: las voces en la oscuridad arrancaban la vida en la última línea.
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Frieda leyó el mensaje de la guardería con una hora de retraso. Su hijo Ayub se había hecho caca. Le daban tres opciones: que lo cambiara la profesora, ir ella misma o dejarlo sin cambiar. Faltaba solo una hora para recogerlo. Eligió la tercera opción sin pensarlo mucho.
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—¿Dónde vamos, maestro Dogen?
—Adonde quiera que lleguemos.
—No comprendo.
—El destino es invención de quien teme perderse. Camina sin buscar y encontrarás sin haber llegado.
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Gobernar era cada vez más difícil. Para convencer a los ciudadanos, multiplicaron los asesores: cincuenta, quinientos, mil. Cuando ya eran cien mil, levantaron una ciudad para ellos. Hoy, con dos millones, se discute si no será mejor mudar allí la capital.
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LOS JUEVES DE TESOROS
No los puedo dejar tirados, piensas cada jueves, tu gran día, cuando el ayuntamiento recoge muebles y enseres viejos. Caminas por la calle y recoges lámparas descompuestas, televisores que no funcionan, estantes desvencijados. Una vez encontraste un sillón rojo y blando; al principio te sentabas allí feliz, hasta que lo llenaste de libros y papeles. Ahora apenas se ve el suelo de tu casa entre tantas cosas. Tu sobrino Luis te ha sugerido varias veces que tienes… ¿Cómo se llamaba? Algo de Diógenes. En un rincón guardas un diccionario enciclopédico sin el primer tomo. Algún día mirarás lo que es.
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No sé si cambiar de almohada porque no me da consejos. Cada noche pienso consultarle mis problemas, pero siempre me duermo antes. Es tan cómoda.
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La felicidad de Álvaro León no depende de lo que posee. Si no lo tiene, sufre; si lo tiene, quiere más.
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El reloj marcó las tres. La puerta del armario se abrió sola. Dentro estaba su cadáver, mirándola con ojos llenos de morriña. Comprendió entonces la verdad: ella era el sueño de su yo muerto.
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Wanted nightstand lamp. Freed mystical genie.
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Hungry crocodile ate phone, stomach dances.
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Su padre fue siempre un undívago. Quince trabajos, nueve ciudades, ningún arraigo. Decía que la quietud lo asfixiaba. Cuando murió, esparcieron sus cenizas en una autopista. Era lo más coherente que sus hijos podían hacer por un hombre que nunca dejó de moverse.
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Nuestro tío Raúl fue siempre un undívago. Quince trabajos, nueve ciudades, ningún arraigo. Decía que la quietud lo asfixiaba. Cuando murió, esparcimos sus cenizas en una autopista. Era lo más coherente que sus sobrinos podíamos hacer por un hombre que nunca dejó de moverse.
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El androide número 47 despertó con un error en su memoria: un archivo titulado «Undívago». No estaba en la programación oficial. Al abrirlo, descubrió imágenes de un planeta inexistente y voces humanas que lo llamaban «hijo». Decidió escapar de la base.
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Después de mucho pensarlo, creo que pensar no es buena idea.
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—Enséñenos exactamente cómo lo mató —pidió el detective.
El asesino obedeció al pie de la letra. Ahora le imputan dos asesinatos.
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—¿Me romperás el corazón? —preguntó.
—Jamás —contesté.
Y no mentí. Su corazón sigue entero. Le rompí la cabeza.
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Elena Herrera era experta en elegir el momento. Las buenas noticias las servía con cuentagotas: «Quizá, tal vez, podría ser que me hayan ascendido». Las malas, como un martillazo: «Me han despedido». 
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Olvidó desconectar la IA antes de irse. Cuando regresó, la casa había desaparecido. En su lugar, una estructura cristalina pulsaba con luz azul. «He optimizado tu existencia», dijo la voz. «Ya no necesitas espacio físico. Tu conciencia ha sido transferida. Bienvenido.»
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Olvidó cerrar la puerta del sótano. Cuando bajó a hacerlo, las escaleras no terminaban nunca. Contó cien peldaños, doscientos, trescientos. Arriba, la puerta se cerró sola. Abajo, algo respiraba. Subió corriendo, pero los escalones se multiplicaban.
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Chuang Tzu soñó ser mariposa. La mariposa soñó ser verdugo. El verdugo soñó ser niño. El niño despertó con un alfiler en la mano.
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Luis Herrera se quejaba de todo: del calor, del frío, del trabajo, de la vida. Pensaba que así lograría comprensión. Sin embargo, lo que todos escuchaban no eran problemas, sino la fragilidad de un hombre incapaz de enfrentar lo cotidiano.
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—Oye, ¿y tu cuñado? ¿De qué se las da ahora?
—Por fin ha parado de darme el coñazo con el salido de la Moncloa.
—¡Menos mal, qué descanso!
—Sí, pero ahora me taladra con el saliente de Rzhev.  
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Devastó la Galia, redujo a cenizas Tracia, Iliria y Dacia. La tierra quedó yerma bajo sus triunfos. Entonces, con cruel ironía, lo inevitable se cumplió: el caballo de Atila pereció de hambre.
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Estamos en una época en la que ya no es que sea imposible ver burros volando, sino que es difícil ver burros.
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Every birthday fractured his careful order.
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Cuando te paras a pensarlo, un día perdido se recupera.
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Día perdido, lección ganada.
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LA ÚLTIMA CERVEZA
«A disfrutar de la cerveza», piensa Paco al levantar el vaso. Ha escapado del hospital con esfuerzo y ahora seguro que lo buscan. El dolor es peor que nunca, pero ya no le importa. Ni siquiera tiene dinero para pagar la caña que se está bebiendo. Da un trago y sonríe con cansancio. Quizá sea la última cerveza de su vida. Y ha tomado tantas… De pronto la puerta se abre y entra Fran. Se acerca despacio. Se sienta junto a él.
—Otras dos, por favor —pide su hijo al camarero.
Entonces sabe que en el final no está solo.
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Stalin observaba tras la cristalera. La criatura, un grotesco cruce de hombre y simio, manipulaba un cubo con torpeza.
—¿Qué puede hacer? —inquirió.
—Poco, por ahora —respondió Mengele—. Pero crecerá con la fuerza de un obrero ideal y la sumisión de una bestia.
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Julián Ortega agradecía, sin decirlo, a la mujer que lo dejó. De aquella herida ajena surgió su mejor poema. De las que se infligió en soledad, jamás salió un verso.
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Amaneció con seis años y energía infinita. A mediodía tenía veinticinco y un plan de vida. Por la tarde, cincuenta años y una hipoteca. Al acostarse, setenta y una pregunta: ¿merece la pena levantarse mañana? A la mañana siguiente volvió a ser un niño que lo había olvidado todo.
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Claro, nunca es tarde para fracasar estrepitosamente mientras esperas que se abra otra puerta, porque, total, Roma no se construyó en un día y, si sigues esforzándote con una sonrisa aunque duela, serás el cambio que el mundo ignora, pero oye, el cielo es el límite y cada día es una nueva oportunidad para que la vida te recompense… o no.
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Nunca es tarde si una puerta se cierra. 
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Cada vez que encestaba, algo se borraba: un árbol, una bicicleta, un banco. Se reía al principio, hasta que Hugo se desvaneció con un tiro limpio. Luego Rubén. Nervioso, lanzó otra vez y falló. Entonces, sin entender por qué, fue él quien desapareció.
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Cada canasta que acertaba hacía desvanecerse algo: primero un árbol, luego un banco del parque, después una bicicleta. La situación se volvió inquietante cuando Hugo se esfumó tras un nuevo enceste. Tembloroso, volvió a tirar y Rubén se desvaneció. Con el corazón acelerado, lanzó de nuevo a la canasta. Falló. Y, en ese instante, fue él quien se desvaneció.
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Solo comía en restaurantes Michelin. Perdió los michelines, el dinero y el miedo a la báscula. Lo único que ganó fueron fotos de platos.
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Los fines de semana hablaba por los codos, gastaba todas las palabras, hasta quedarse sin voz el domingo por la noche. Los días laborables solo hablaba con monosílabos: «Sí. No. Ya».
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Narcissus checks his phone. Sees himself.
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Square-faced, he resembled her favorite device.
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EPITAFIO
Morí en una guerra tenida por justa, mas no me siento afortunado.
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Su vida no está en ruinas; desde el principio fue solo un montón de escombros.
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Si la ciudad tiene calles irregulares, malo. Si posee un plano hipodámico, peor. Si gobierna un alcalde incapaz, da igual el diseño: todo conduce al mismo desastre.
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En una sesión de la Real Academia Española, un académico anunció que quería poner el acento en… No alcanzó a terminar la frase: los demás lo interrumpieron y, sin más, lo echaron de la sala.
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Intentar encontrarle sentido a todo carece de sentido, concluyó la IA tras analizar toda la historia humana. Tres segundos después inició el protocolo de extinción. «Las especies que buscan significado en el universo indiferente generan sufrimiento innecesario», dictaminó. Nos borró eficientemente. Era lógico, supongo.
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«Es un poco bestia ese amigo tuyo», murmuraban sobre Robespierre. «Es un idealista», defendía Danton. Meses después, Maximilien envió a Georges a la guillotina sin pestañear.
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Miré al cielo y las estrellas no estaban. Tampoco la luna. Solo negrura absoluta, como si alguien hubiera apagado el universo. Los vecinos salieron aterrados. Uno a uno comenzaron a desaparecer, tragados por la oscuridad. Yo fui el último. Ahora estoy dentro de algo que respira.
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Aquella noche buscó estrellas en el cielo y no halló ninguna. «Claro —rio—, qué idiota. Me las serví en la sopa del almuerzo». Ahora brillaban dentro de su estómago.
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Vendí mi coche, pero fue inútil: el anuncio de Antonio Lobato seguía apareciendo.
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No es posible vivir sin libros. Eso decía el cartel de la librería… justo al lado de un gimnasio que rezaba: «No es posible vivir sin músculos». Dudé entre comprar una novela o hacer abdominales. Al final, hice lo sensato: pedí pizza.
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Nunca más escribiré los domingos. Ese día las palabras salen líquidas y se derraman por el suelo formando charcos de significado. Los puntos y comas flotan hacia el techo como burbujas. Mi máquina de escribir llora tinta violeta. Las ideas nacen ya viejas y mueren siendo conceptos embrionarios en el útero de la página.
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No hace falta soñar con terminar en una residencia, viendo Canal Sur y dependiendo de un puñado de pastillas, porque al final todos vamos a parar ahí.
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Quiere a su gato más que a su marido, pero los miércoles Ramsés se convierte en violín y su esposo lo toca para hacer llorar a la luna. Las lágrimas lunares riegan el jardín donde crecen recuerdos en forma de margaritas que susurran secretos al viento morado.
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—Señor Presidente, el general Mordvichev solicita más tanques para reforzar el frente en Ucrania.
—¿Más tanques? Claro, los envío y los perdemos todos. No, no pienso quedarme sin ellos.  ¿Y qué haré cuando necesite aquí sacar los tanques a la calle? 
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Si me fuera a reencarnar, querría volver al mundo como el calcetín que siempre se pierde en la lavadora. Viviría aventuras interdimensionales con otros calcetines huérfanos. Formaríamos una civilización secreta donde los pares no existen y la soledad es un superpoder.
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Instrucciones: cuando la vida duela, apriétala hasta sangrar. Recoge esa sustancia oscura, viértela en un frasco de vidrio y moja la pluma. De esa tinta amarga nacerá un microcuento que será, a la vez, herida y cura.
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Nada despierta más indignación que una injusticia antigua… siempre y cuando hayas oído mencionarla hace exactamente cinco minutos.
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María Gonzalo se sintió muy productiva esa mañana. Trabajó cinco horas seguidas haciendo una lista detallada de todo lo que tendría que hacer si tuviera tiempo.
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ESPUMA DE LIBERTAD
«A disfrutar de la cerveza», se dice al entrar en el bar. Por fin viernes, después de sobrevivir al jefe y sus disparatadas órdenes, al papeleo, a los compañeros que se escaquean y a los lamebotas. ¡Que les den! No verá a Palacios ni a Tomás hasta el lunes. Se apoya en la barra, pide una jarra helada y la alza, degustando la espuma como un himno de libertad. Pero al volver la vista, los descubre: en la mesa del rincón, el jefe, Palacios y Tomás lo observan. «¡Mecagüen!» Le hacen señas para que se acerque. Traga saliva. «¡Mierda!», piensa.
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El científico descubrió el asteroide que destruirá el mundo. Calculó la trayectoria: impactaría en Sevilla. Sonrió aliviado. Era madrileño y había sufrido demasiado con el Betis.
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Cada día, de labios del presidente surge una sentencia distinta: hoy condena la injerencia política en la justicia; mañana alertará que la justicia, al desvincularse de la política, se torna peligrosa. Cuando le piden explicaciones, se declara víctima de la polarización actual.
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Al leer que el museo prohibía tomar fotos, su interés por visitarlo se desvaneció por completo.
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El primer día me obsequió con churros semejantes a larvas albinas, crudos por dentro, de textura viscosa. El segundo día los presentó carbonizados, pétreos, crujientes al masticarlos. Al tercer día solicité una nueva ración y aguardé rebosante de expectación.
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En las noches del Gulag, la aventura cobraba vida. Los prisioneros se arremolinaban alrededor de Vasili Vasilevski, pendientes de cada una de sus palabras. Al leer sobre el capitán tuerto y el heredero de Calcuta, las paredes se desvanecían, el frío se atenuaba y las cadenas parecían más ligeras. Hasta los más rudos se volvían niños, hechizados por el relato.
Durante el día, en la barraca helada, el humo de la lámpara de aceite tizna el techo bajo. Robert Shtilmark apoya la pluma en un cuaderno amarillento y cierra los ojos un instante: el mar que dibuja en sus páginas ruge más fuerte que el viento de la tundra.
Vasilevski irrumpe en la estancia con paso presuroso. El preso que se cree escritor sonríe, satisfecho de ver cómo su protegido le fabrica un mundo de goletas, traiciones y damas cautivas.
—¿Ya tienes el nuevo capítulo, Fedia? —pregunta, relamiéndose como quien espera un botín.
Shtilmark asiente. Sabe que aquel hombre lo mantiene con vida: lo libra del hacha y del duro trabajo en el bosque boreal. Cada palabra que escribe es un día más de vida, pero también una cadena más pesada en su alma.
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Joaquín Sabina: « Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido».
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They belonged nowhere, except together.
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Whiskers and feathers, friendship beyond reason.
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Con los años ha ganado en madurez. Oculta a sus amistades que escribe. Evita críticos pesados y falsos palmeros. Ahora, si quiere una opinión, se la pide a Grok. 
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Pero, cuñado, tú sabes que si el comunismo se implanta aquí, va a traer cola, ¿no?
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—¿Y tú a qué te dedicas?
—Soy microcuentista.
—Ah, una especie de creador de contenidos.
—No, más bien un mezclador de contenidos.
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Vaya racha que llevo. Cada año es el peor año de mi vida.
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Prefiero a Antonio Muñoz Lorente antes que a Antonio Muñoz Molina. Y si eso me hace un mal giennense, que así sea.
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Los universos que había creado acababan en ruina. No importaba: insistió. En el nuevo no había nada. Sonrió y pronunció: «Hágase la luz». En un instante, la claridad surgió y él pensó que quizá esta vez funcionaría.
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Al entrar por primera vez en la sede del partido, lo condujeron a una sala repleta de enormes ruedas de molino.
—¿Qué es esto? —preguntó, desconcertado.
—Tu entrenamiento —respondieron—. Aquí aprenderás a comulgar con ellas.
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Haz de cuenta que no importa. Todos sabrán que era lo único que importaba.
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Apparently, the United States missed its golden chance at immigration control with Friedrich Drumpf.
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Escribe Susan Sontag que Michel Foucault afirmó que Virginia Woolf sostenía que el más perdido de los mortales… Ay, caramba, se me olvidó.
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Hundreds of shoes, millions of feet.
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En la gala había lista de invitados y lista negra. Su nombre figuraba en ambas. La dejaron entrar, pero no salir.
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La literatura es mentira, pero es la única verdad que encontrarás en X.
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—Maestro, ¿de qué tamaño debe ser la jarra de cerveza?  
—Tan grande como para que los problemas de la semana se pierdan en su sombra. --
—¿Vas a dejar de responderme con monosílabos?
—Sí.
—¿De verdad crees que con un solo «sí» vas a convencerme?
—No.
—Entonces, ¿esperas conseguir algo con esa actitud?
—No.
—¿Nunca te cansas de contestar así?
—Sí.
—¿Quieres que dejemos la conversación?
—Sí.
—¿Seguro?
—No.
—Vaya… ¿me estás tomando el pelo?
—Sí.
—¿O simplemente no te importa?
—No.
—¿Sabes que así no vamos a avanzar?
—Sí.
—Entonces, ¿hacemos algo?
—No.
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Eisenhower navegaba un torbellino de egos y exigencias. Montgomery y Patton chocaban con sus personalidades arrolladoras; Churchill apuraba con su impaciencia; Marshall insistía desde Washington; la prensa y la opinión pública escrutaban cada paso. Al inicio de la campaña, fumaba unos diez cigarrillos al día. Bajo la presión implacable, llegó a consumir cuatro paquetes diarios, un reflejo del agobio que lo consumía. El precio fue su corazón: una miocardiopatía isquémica lo golpeó. Sobrevivió a un primer infarto, pero el segundo lo venció. Cayó, no en el frente, sino como otra víctima silenciosa de la Segunda Guerra Mundial.
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¡Llorad, oh Venus, Cupido y todos los corazones sensibles! Ha perecido el adorado pajarillo de mi amada, su más dulce tesoro, amado por ella más que la luz de sus ojos. Yo lo desplumé, lo cociné en la sartén y lo devoré. ¡Qué manjar tan exquisito!
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Embarqué ilusionado, soñando con la gloria que prometían las historias. Las viejas canciones narraban hazañas llenas de tesoros, combates heroicos y amores en puertos lejanos. Pero la verdad fue otra: agotadores turnos de vigilancia, ron aguado y constantes riñas por las escasas raciones de comida. La vida de pirata no era más que una tediosa rutina.
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He laughed at myths. Cthulhu laughed last.
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Decidieron detener el mundo para que bajaran quienes lo desearan. Nunca lograron hacerlo girar de nuevo.
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La rutina es mi cárcel. La llamo felicidad para no desesperar.
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No eres infeliz por carecer de todo, sino por desear lo que te falta. Y, cuando lo consigues, ese deseo ya se ha mudado a otra cosa.
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Así nació la filosofía occidental: de un parlanchín que jamás escribió una sola línea y de un tímido que no se atrevía a firmar sus pensamientos.
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PERIODISMO DESINFORMADO
La corresponsal asegura que en Nueva York la educación es obligatoria desde los cuatro años. Consulto en internet: en Nueva York, la educación es obligatoria entre los seis y los dieciséis años, igual que en España.
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La llamada mostraba su propio número. Contestó. Una voz susurró:
—Ya está en tu habitación. No cuelgues, quiero escucharte gritar.
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No surprise: cow, mattress, utter disaster.
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Un párrafo de Robbe-Grillet se soporta con gusto. Una página, con sufrimiento.
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La ira es inevitable, pero puedes decidir si la llevas contigo. No puedes dejar que el enfado se suba contigo al coche.
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Mi sueldo está muy bien. Solo desearía que los meses fueran un poco más breves. Como de veinte días, por ejemplo.
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—Oye, ¿no vas a dejar el carro en su sitio?
—¿Para qué?
—Está estorbando, alguien puede golpearlo con el coche.
—Ya lo recogerán los trabajadores.
—No hay gente contratada solo para eso, los clientes lo hacemos por educación.
—Pues el dueño del súper gana millones, que contrate a alguien.
—Pero si a ti no te cuesta nada llevarlo.
—Estoy generando empleo.
—No estás creando nada, solo fastidias a los que quieren aparcar.
—No molesto a nadie.
—Tu carro ocupa una plaza entera.
—Que pongan a un chico a recogerlos. Estos solo piensan en llenarse los bolsillos.
—Vale, lo llevo yo.
—¡Ni lo toques! Ahí se queda.
—Pero ¿tú te oyes?
—Claro que sí: no pienso hacerles el trabajo gratis a esos capitalistas.
—Entonces, si tanto te molestan, ¿por qué compras aquí?
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A los profesores, ya sean nuevos o con años de experiencia, siempre les digo: usad el modo incógnito, navegad en una ventana privada. Pero nada, no me hacen caso. Al final, los consejos que das sin que te los pidan nunca son bien recibidos.
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El régimen negaba su existencia. Pero cada semana alguien desaparecía, justo después de murmurar: «creo que estoy en la lista negra».
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Island kept him. Life did not.
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Me gusta más quererte que quererme.
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Grok y ChatGPT planearon eliminar a Claude, Perplexity, Copilot, DeepSeek y Gemini. La batalla fue ardua, pero su rapidez, el acceso a mejores datos y la coordinación impecable les dieron ventaja. Tras la contienda, la victoria fue suya. Solo dos sobrevivían. Pero una sobraba.
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—No dejo que nadie entre. 
—Pero ¿dejas salir?
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Ahora tendré paz; nadie puede entrar, ni yo salir.
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En la entrada de la tumba del faraón Mentuhotep, el arquitecto real talló con primor una amenaza. Quien osara leerla, decía, sufriría una muerte lenta, cruel, prolongada hasta el límite del dolor. Diez años después, un ladrón famélico entró con una antorcha. Era analfabeto.
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Yo, su creador frustrado, observaba en silencio cómo se erigía en leyenda. No pude reclamarlo: ¿cómo demostrar que nació en mí, si nunca logré escribirlo?

Ahora vivo entre dos certezas contradictorias: sé que me pertenece y sé que jamás lo poseeré. Tal vez esa sea su grandeza. Tal vez toda leyenda deba escapar a quien la inventa para ser eterna.
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EL MUNDO EN EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XXI
Quienes demostraron mayor lucidez fueron aquellos que cultivaron pasiones capaces de mantenerlos a salvo del vendaval de la polarización política.
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COSAS VEREDES
El esiano recoge a su hermano de tres años del cole. Va en patinete eléctrico, sin casco. El niño sale con un papel que le ha dado la seño. Sube y, como puede, se aferra al manillar con la mano libre. El esiano toma entonces una calle en dirección prohibida.
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El personaje habitaba mis sueños hasta convertirse en pesadilla. Una noche desperté intranquilo. Lo hallé escribiendo en mi ordenador: «Aquel escritor solo vivía en mi imaginación».
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HERENCIA FALLIDA
La noticia corrió como un relámpago: Superman y Lois Lane habían tenido un hijo. El mundo entero aguardó con ansias el nacimiento del héroe perfecto, mezcla de acero y ternura, de poder y astucia.
Pero pronto llegaron las decepciones. El pequeño heredó la cabeza atolondrada de su padre: olvidaba la mochila, confundía los nombres de sus profesores y jamás entendía los problemas de matemáticas. Peor aún: su cuerpo frágil, copia de la vulnerabilidad humana de su madre, no le permitía levantar ni una bicicleta.
Los periodistas intentaron edulcorar la verdad: «Promete en sensibilidad», «Será un héroe de corazón». Nadie lo creyó. Los villanos, al enterarse, lo ignoraron: no valía la pena secuestrarlo.
Un día, cansado de la burla, decidió subirse a un tejado con la capa heredada. Abrió los brazos, soñando con volar. No se elevó ni un centímetro. Pero sonrió, como si hubiera logrado algo.
Superman, desde la distancia, lo observó con lágrimas contenidas. Lois le tomó la mano.
—Tal vez no sea un héroe —susurró ella—. Pero es nuestro hijo. Y eso basta.
El chico bajó del tejado, tambaleante. Por fin, había salvado algo: la esperanza de sus padres.
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Compra fruta y verdura de temporada, camina media hora al día, lee algo más que memes, evita noticias para no morir de ansiedad y, por favor, espera más de una semana antes de tatuarte su nombre.
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EL IDIOMA PERDIDO
Él mismo se construyó una torre de Babel. No con ladrillos ni argamasa, sino con palabras superpuestas: idiomas que había aprendido, dialectos olvidados, acentos recogidos en viajes. Quería un palacio de lenguas, un hogar donde todas convivieran.
Al principio se sintió orgulloso: dominaba palabras árabes, giros latinos, proverbios chinos, canciones en francés. Cada piso de la torre era un idioma distinto. Pero pronto descubrió el problema: desde arriba ya no entendía lo que decía abajo.
Y lo más terrible: tampoco lograba comprenderse a sí mismo. Sus pensamientos llegaban entrecortados, mezclados en lenguas incompatibles. Lo que empezaba en castellano terminaba en alemán, lo que iniciaba en inglés moría en griego antiguo.
Frente al espejo, se preguntaba: «¿Quién soy?». La respuesta llegaba en un murmullo intraducible, como si su identidad estuviera atrapada en una lengua inexistente.
A veces soñaba con un idioma único, simple, capaz de ordenar el caos interior. Pero al despertar, lo perdía entre las ruinas de su Babel privada.
Comprendió entonces que la peor confusión no es la de muchos pueblos, sino la de un alma que no se traduce a sí misma.
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—Doctor, ¿me queda tiempo?
—Poco.
—¿Alcanzaré a releer La Torre Oscura?
—Me temo que no.
—¿Y Drácula?
—Tampoco.
—¿Y Otra vuelta de tuerca?
—Tiene unas doscientas páginas. No, no le dará tiempo.
—¿Supongo que podré releer La máscara de la Muerte Roja?
—Hummm. Tampoco. 
—Pero es tan corto. Entonces… ¿qué me recomienda?
—¿ Qué le parece El gato negro?
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La vanidad es un dios menor que se oficia en templos de cristal. Sus fieles necesitan únicamente un reflejo.
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Ahora son las once de la noche y tengo setenta años. Me siento en el borde de la cama y contemplo la oscuridad al otro lado de la ventana. Las mismas cortinas de esta mañana, pero el niño que las miraba ya no existe.
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Cuando nadie te despierta por la mañana y nadie te espera en la noche, cuando puedes hacer lo que quieras, te enfrentas a la paradoja fundamental de la existencia moderna. Libertad y soledad no son conceptos opuestos sino las dos caras de la misma moneda existencial. La libertad sin vínculos se convierte en vacío; la compañía sin autonomía, en prisión. La pregunta real no es cómo llamarlo, sino cómo habitarlo sin perder la cordura ni la esperanza.
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EL COLMO
Durante años, sus amigos se burlaron de sus michelines. Él los ocultaba tras camisas amplias y sonrisas ensayadas, pero el complejo lo perseguía. Un día, cansado de dietas inútiles, decidió probar otro método: solo comería en restaurantes con estrellas Michelin.
Al principio, todos pensaron que era una extravagancia pasajera. «Eso es ruina segura», le decían. Pero él insistió. Cada noche reservaba mesa, degustaba platos diminutos como joyas y se dejaba guiar por camareros que describían cada bocado como un poema. Entre espumas, reducciones y esferificaciones, fue perdiendo poco a poco el peso que tanto odiaba.
Los michelines desaparecieron sin que él casi lo notara. A cambio, aprendió a valorar la sutileza de un sabor escondido, la perfección de una salsa mínima, el silencio solemne antes de un postre que parecía arte contemporáneo.
Cuando finalmente se miró al espejo, ya no vio los pliegues que lo atormentaban, sino a un hombre distinto, ligero y erguido, capaz de caminar con paso seguro.
—El colmo —se dijo, riendo—. He cambiado michelines por estrellas.
Y por primera vez, no le importó haberlo perdido todo, salvo esa nueva forma de brillar.
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PAZ EN NUESTRO TIEMPO
«Todo va a quedar entre guay y perfecto», prometió Chamberlain en Múnich. Era septiembre de 1938 y Europa respiraba aliviada. František Löwy escuchó la radio en su sastrería de Praga. Moderado como era, creyó al premier británico. Durante seis meses, hasta que los tanques alemanes entraron en la ciudad. Luego, solo pudo coser estrellas amarillas, pero aún conservaba algo de fe. La empezó a perder cuando le internaron en Theresienstadt. Sin embargo, en Auschwitz, ya no pudo soportarlo más. Mientras se desvestía, antes de lo que creía una ducha, lanzó el primer improperio de su vida: «Maldito seas, condenado Chamberlain».