viernes, 23 de agosto de 2013

El general

Los oficiales contemplaban con tranquilidad el manoseado mapa que había sobre la mesa. Algunos tenían el uniforme cubierto de barro (o de sangre). La reunión había sido convocada con tanto apresuramiento que no habían tenido la oportunidad de ponerse otro; o, sencillamente, no tenían otro. Afuera, en la lejanía, al este, se escuchaba el ominoso retumbar de los cañones. En otras circunstancias, el cuartel general se habría instalado más lejos del frente, pero, en las actuales, ¿hasta dónde habría sido necesario hacerlo?

Señores, señaló el coronel Leys, jefe de Estado Mayor de la división, nos han dicho que pronto llegará una compañía médica de campaña.

Nadie hizo mucho caso. En realidad, hacía tiempo que se ocupaban del hospital de campaña algunos médicos civiles. Era la ventaja de haber llegado al territorio del Reich.

La división estaba formada por unidades recogidas en los caminos. Casi un tercio de los soldados eran rusos, ucranianos, tártaros. El resto habían formado parte de media docena de divisiones que habían dejado de existir semanas atrás, cuando se desencadenó la ofensiva rusa. Incluso había medio centenar de mecánicos de la Hermann Goering, que habían sido olvidados en una estación polaca.

Por fin, a las doce y cinco, salió de su despacho el general en jefe de la división. Apenas tres días atrás estaba en una pequeña población del sur de Alemania. Después del desastre de diciembre de 1941, había sido licenciado por enfermedad. Desde entonces, había esperado recibir un nuevo mando, pues se daba cuenta de que sus compañeros de promoción habían ido acumulando promociones y medallas. 

Conservaba el optimismo de los militares que no han sufrido sino unas pocas derrotas.