miércoles, 21 de agosto de 2013

La feria eterna

Se dio cuenta del aprieto en que se hallaba. No sólo había perdido la tarjeta sino que no podía ir al piso. Se lamentó por no haberse quedado allí.
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Tenía que haber resistido a la tentación de quedarse allí.
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Un poco más descansado, comienzas a caminar por las calles. Muchas persianas bajadas. Ya casi pasa por los pisos. Hay gente que lo hace todo en el ferial: cortarse el pelo, lavar la ropa.
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Procuras salir de la ciudad. Quizá sea la única solución. Sigues caminando durante horas sin ver a nadie. Cuando llega la noche, agotado, te tiendes en el suelo.
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Le llevan a una celda oscura, minúscula. Se echa en el suelo, que está mojado. Cierra los ojos. Quiere que todo se acabe pronto.
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Quieres marcharte. Hace casi veinte minutos que dejaste del piso y comienzas a ponerte nervioso. Te sientes incómodo en la calle: puedes encontrarte con algún conocido, cualquiera puede pretender hablarte, empeñarse en acompañarte apoyándose en la maldita hermandad de feria. Permanecer fuera del piso mucho tiempo resulta tan arriesgado como jugar a la ruleta rusa.