martes, 13 de agosto de 2013

La trinchera

Nos arrastramos hasta la trinchera que marcaba el límite de nuestra línea y esperamos que oscureciera del todo. Maldonado se fumo un último cigarro. Yo acepté un sorbo de la achicoria que nos ofrecía el sargento, que nos había acompañado hasta allí. No se lo habíamos dicho al sargento, desde luego, pero nuestra intención era atravesar las líneas. Era una locura permanecer en la tierra de nadie durante tres días. Nos arrastramos dentro y dejamos que nos tapara con unas ramas. Esperaríamos. Los disparos continuarían durante un buen rato. Ahora, todos los centinelas continuarían dándole al gatillo hasta que les quedaran dos o tres balas. Siempre hay que guardar dos o tres balas. Traté de acomodarme. No sabía si Maldonado estaba despierto, pero sabía que no se podía contar con él. Tenía esa rara habilidad para orientarse con las estrellas, pero era malísimo cavando, no era fiable cuando montaba guardia, no lograba dar nunca en el blanco. Y sin embargo sobrevivió. -El sargento Puig nos hizo construir aquella maldita... aquella trinchera. Estuvimos tres días, cuatro, cavando sin parar. Al final de la semana, llegó el capitán Mendoza y, después de echar un vistazo a lo que habíamos hecho nos dijo que aquello era una mier… Perdón. Nos dijo que aquel agujero no valía y que teníamos que hacer la trinchera cien metros más adelante, más cerca de los otros, del enemigo. Los otros, sin duda, estaban como nosotros, empeñados en cavar una trinchera lo más honda posible. El picor en el brazo se la hacía insoportable. Quiso continuar, pero se dio cuenta de que no podía. La enfermera apartó el periódico y le miró.