En un lugar de la Mancha cuyo nombre he olvidado, ha mucho que vivía un cirujano entrado en carnes, viudo, más cerca de los sesenta que de los cincuenta años. He sabido que se llamaba Juan Fresneda. Los ratos que estaba ocioso –que eran los más desde que su mujer murió– le dio por leer libros de caballerías. Pedíaselos prestados a un vecino de su mismo lugar, Alonso Quesada o Quijano, que poseía una inmensa biblioteca. Se enfrascó tanto en su lectura que vino a perder el juicio. Llegó a creer Juan Fresneda que era un sabio, por nombre Frestón, versado en sortilegios y encantamientos. Acabó el dicho Juan Fresneda por dar con sus huesos en la cárcel por robar unos libros a su vecino, Alonso Quijano. Allí escribió la historia de un caballero imaginario, don Quijote de la Mancha, al que el sabio Frestón no paraba de hacerle todos los sinsabores que podía.
Relato seleccionado en el Certamen 400 años del Quijote