Salió del agua totalmente cubierto de barro y me mostró lo que había encontrado.
–Mira. Mira.
Había conseguido rescatar del cieno del fondo un gigantesco diamante. La laguna estaba llena con las ofrendas que los pritanos arrojaban a la diosa. Toda una fortuna.
–Hay más. Mucho más –me dijo.
Contemplé con temor las aguas turbias. Habíamos acordado que nos lanzaríamos por turnos.
–Allí hay una luz –le dije, señalándole algo que había a su espalda.
Cuando se giró, le asesté una puñalada. Tuve que golpearle varias veces antes de conseguir que dejara de moverse.
Avergonzado por lo que acababa de hacer, estuve a punto de arrojar el pedrusco a las aguas. Sin embargo, fue a mi compañero al que hundí en la laguna. Los peces darían buena cuenta de su cuerpo. Me alejé de allí.
Me fui a otra ciudad. Compré un poco de tierra, una casa. Tomé una esposa. Todavía pienso en mi compañero. Siempre se había quejado de su mala fortuna. No supo luchar por conseguirla.
Microrrelato enviado a la propuesta semanal de Elbicnaranja.wordpress.com