Llegaron a temer que fuera inmortal. Por eso, su muerte les cogió por sorpresa. Una vez que el médico certificó la defunción, se apresuraron a preparar las honras fúnebres. El velatorio se realizó en la intimidad. Por la mañana temprano llevaron el cuerpo al cementerio. Cuando el sepulturero cerró la tumba, los familiares (los herederos) resoplaron aliviados. Esa vez, el maldito galileo no había aparecido para resucitar a Lázaro.