Estuvo semanas en aquel sótano. Cuando se le acabó el agua, comenzó a beberse sus propios meados. Dos días. Al tercero, salió.
Esperó a la noche porque supuso que habría menos vigilancia. Buscó una fuente, algún lugar donde saciar su sed. Por fin encontró unos aspersores que estaban regando un jardín. No le importó que fueran aguas residuales. Aprovechó para lavarse. Llevaba meses sin cambiarse de ropa.
Las cámaras de vigilancia le captaron cuando salió del sótano. Le siguieron por las calles. Las policías esperaron a que estuviera distraído para abatirle. Llevaban tres meses sin cazar a ningún hombre. Quizá éste era el último.