Abandonaron el lugar de noche. Cabalgaron a la luz de las estrellas durante unas horas. Habían recorrido poco más de una legua cuando llegaron a la orilla de un arroyo.
–Éste es buen sitio para descansar –dijo el caballero.
El escudero bajó del burro y ayudó a descabalgar al caballero. Luego, sacó pan y queso.
–Dame agua.
Cuando terminó de atender a su amo, el escudero comenzó a rebuscar algo en sus alforjas.
–¡Ay, ay!
–¿Qué pasa, Sancho?
–Tenemos que regresar, señor. He olvidado lo más importante.
–¿El qué?
–Mi radio portátil.