viernes, 25 de diciembre de 2015

La mano derecha del conde

Mi amo, el conde Theodor von Neuenthurm volvió de la guerra a trozos. Primero la cabeza y el torso; luego, el pie derecho, la nariz y los ojos; más tarde, el brazo derecho y las orejas. Por el brazo izquierdo hubo que pagar rescate a los polacos, casi cinco millones de florines. Poco a poco, el doctor Reiniger consiguió recomponer al amo. Sin embargo, no apareció por ningún lado su mano derecha. ¿Dónde estaba? El amo no recordaba dónde la había perdido. Se enviaron cartas a todos los campos de batalla de Europa, pero no hubo forma de encontrarla.

El doctor Reiniger le propuso al conde implantarle otra mano. Mi amo al principio se mostró en desacuerdo. ¿Otra mano? Ni siquiera aceptaría la mano del rey de Hungría. Sin embargo, se acabó cansando de comer con la mano izquierda y se hartó de que la gente señalara el horrible muñón en que acababa su brazo derecho.

–Adelante –le dijo un día al doctor Reiniger.

Por supuesto, fue mi mano la que cortaron para implantársela al conde. En vez de ella, el buen doctor me colocó un hermoso gancho de acero.

–Mejor que una mano –me dijo.

Mi amo, el conde, empero, no estaba demasiado satisfecho con su nueva mano.

–Apesta a estiércol –exclamó cuando la olió. 

El doctor Reiniger le aseguró que se acabaría habituando a ella.

–Cuando vuestra sangre haya fluido durante un tiempo por esa mano, no seréis capaz de distinguirla de la verdadera. 

Poco a poco, mi amo se fue acostumbrando a su nueva mano, es decir, a mi mano. Aprendió a escribir de nuevo y pronto se convirtió en el hábil espadachín que era antes de su manquedad. Sin embargo, cuando mi amo acaricia a su esposa, la bella Hannelore von Neuenthurm, sigue evitando cuidadosamente hacerlo con la mano derecha.

Microrrelato publicado en Elbicnaranja.wordpress.com