jueves, 18 de agosto de 2016

El agujero

–Tienes que quitarte los zapatos –me dijo la madre de Clara cuando me vio.

–¿Qué?

–Tenemos un suelo de parqué muy delicado. ¿No pretenderás pisotearlo con esos zapatones?

Miré a Clara, pero ella ya se había descalzado y se había puesto unos gruesos calcetines encima de las medias.

–Está bien –le dije a la madre de Clara.

No se trataba de darle una mala impresión de mí. Después de casi dos meses saliendo juntos, Clara me había llevado a conocer a su madre. Temblaba como un flan.

Al quitarme el primer zapato, advertí que tenía un agujero en los calcetines. No le había dado importancia cuando me los puse por la mañana. Ahora, sin embargo, aquello era tan grave como la explosión de una bomba atómica.

–¿Vienes ya? –me preguntó Clara desde el interior de la casa.

Por un momento estuve tentado de llamarla y de confesarle que tenía un tomate en los calcetines. Quizá me pudiera prestar otros. Me quedé observando la uña del dedo gordo del pie. Era monstruosa. Llevaba días pensando en que tenía que cortarme las uñas. Pero no había encontrado tiempo. Nunca encontraba tiempo para hacerlo.

–¿Felipe?

Me volví a poner el zapato y salí de allí como alma que persigue el diablo.

Cuando llegué a casa, me quité los calcetines, los arrojé a la basura y cogí las tijeras. Había terminado ya de cortarme las uñas del pie izquierdo cuando comenzó a sonar el móvil. Era Clara, por supuesto. No se lo cogí. Traté de concentrarme en lo que estaba haciendo.

La verdad es que Clara era una chica dulce y preciosa.

Microrrelato ganador (ex aequo) del Concurso 120 de Las Historias