sábado, 13 de agosto de 2016

Recuerdo el día

Recuerdo el día que sucedió. Echaron abajo la puerta de la iglesia y comenzaron a romperlo todo. Se llevaron las imágenes de Santa María y el Crucificado. Echaron a la hoguera a San Isidro, a Santa María de la Cabeza, a San Esteban, a San Antonio de Padua. Rompieron la piedra del altar. Tiraron por el suelo las vestiduras sacerdotales. Alguien se llevó los cálices de oro. Se marcharon.

Durante un tiempo, convirtieron la iglesia en una cuadra. Todo se llenó de suciedad. Un día, el niño que se ocupaba de los animales trató de arrastrarme fuera. Me lanzó al suelo y me rompió la mano derecha. Intentó moverme, pero se cansó pronto. Me dio varios golpes con un palo y me dejó en el suelo.

Pasaron varios meses. Una mañana, entraron unos milicianos para llevarse los caballos y los mulos. Dispararon contra las paredes y el techo. Quemaron la paja, pero el fuego no prendió. Dejaron la puerta de la iglesia abierta. Poco después, entraron otros soldados que vestían un uniforme diferente. Me levantaron del suelo y me llevaron a hombros por el pueblo. La gente me miraba asombrada. Gritaban:

–¡Nuestro santín se ha salvado!

Tardaron sólo unos pocos días en arreglar la iglesia. Me colocaron detrás del altar. El cura dio la primera misa. Dijo que había sido un milagro que Santo Toribio se hubiera salvado de las hordas marxistas. ¿Santo Toribio? Yo era… No, no dije nada, por supuesto. Me halagaba la idea de que me confundieran con un santo.

Microrrelato que obtuvo una mención en el Concurso 119 de Las Historias