domingo, 4 de septiembre de 2016

El forastero

Salí de la ciudad porque estaba cansado de ser una hormiga anónima más en aquel enorme hormiguero. Llegué al pueblo y ocupé la casa que había comprado a un tal Antonio Abreu, que trabajaba en una fábrica de muebles de la ciudad. No tardé en conocer a los vecinos. En la casa de al lado vivían una amable pareja de jubilados, Antonio y María; él seguía yendo todas las mañanas a cuidar de su huerta. Enfrente de casa estaba el bar, que regentaba Antonio el del bar. En el otro extremo de la calle vivía un matrimonio joven, Antonio y María, que tenían una hija, María. El pan se lo compraba a Antonio el del pan. La farmacia era regentada por María la farmacéutica. Conocí a Antonio el cojo, a Antonio el electricista, a Antonio el de la SEAT, a María la joven (que tenía más de 80 años), a María la lotera. 

Creo que nunca llegaron a preguntarme mi nombre. Acepté que me llamaran simplemente Antonio el forastero.

Microrrelato finalista del Certamen Javier Tomeo, publicado en la Revista Compromiso y Cultura