sábado, 22 de octubre de 2016

Maciste derrota al ejército austro-húngaro

No hubo forma de convencerle de que se pusiera un uniforme. Daba igual. Maciste no lo necesitaba. Tampoco precisaba recibir órdenes ni directrices. Cuando los generales comenzaron a describirle el plan de operaciones que llevaban meses preparando, Maciste les interrumpió.

–¿Dónde está el enemigo?

–Aquí –le indicaron en un mapa.

–No, no. Díganme dónde está realmente.

Le llevaron al frente y le mostraron a los lejos las trincheras enemigas.

–Allí están los austro-húngaros. Mañana empezará la preparación artillera y dentro de dos semanas iniciaremos el ataque terrestre.

–¡Déjense de tonterías! –exclamó Maciste.

Y, antes de que pudieran detenerle, avanzó decidido hacia el enemigo. 

Durante unos instantes, los austro-húngaros contemplaron asombrados al gigantón que avanzaba por la tierra de nadie. Ya casi había llegado a sus trincheras cuando empezaron a disparar. Maciste ni siquiera trató de evitar las balas; sencillamente, le rebotaban. Entró en la primera trinchera y comenzó a repartir golpes y mamporros. Cuando una trinchera se quedaba vacía, iba a otra. Regimientos enteros salieron huyendo. 

Maciste alcanzó el emplazamiento de la artillería austro-húngara. Dobló los cañones como si fueran de alambre. Siguió caminando y llegó al gran cuartel general imperial. Había sido abandonado. Maciste lo destruyó. Continuó avanzando durante horas sin encontrar a más soldados enemigos. Vio a lo lejos la cúpula de San Carlos Borromeo y la gran torre de la catedral de Viena. Entonces, de repente, le entró sueño. Maciste se echó a dormir. 

Varias horas después, el cañoneo austro-húngaro de todos los amaneceres despertó a los italianos.

Microrrelato escrito para el Viernes Creativo de Elbicnaranja.wordpress.com