jueves, 26 de enero de 2017

Microcuentos

Era un monstruo tenaz. Ni aun cerrando los ojos conseguí librarme de él.
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La Tierra entera estaba cubierta por el humo. Los extraterrestres la confundieron con un enano gaseoso. Y pasaron de largo.
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–Te daría mi corazón –le dije.
Se echó un trago y me respondió:
–Me conformó con tu hígado.
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Le dejé. Me trataba como si fuera un jarrón de la dinastía Han.
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Jesús se acercó y le dijo:
–Abre los ojos.
El ciego, que vivía de las limosnas, se hizo el sordo.
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Trató de inventar una distopía, pero no pudo imaginar nada peor que el mundo real.
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Ella era como una sirena. No había forma de meterse entre sus piernas.
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Tuvieron que darle un tiro de gracia para que dejara de reír.
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Dejó de llover. El brujo había olvidado el paraguas en casa.
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Él le engaña, pero no le miente.
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Escuchando a su novio, comprendimos que el amor no sólo es ciego, sino también sordo.
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Lannister murió después de haber saldado su deuda, feliz.
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Tardó en olvidarla diecinueve noches y quinientos días, hasta que se compró la Thermomix.
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La voz le repetía:
–¡Salta! ¡¡SALTA!!
–Saltemos juntos –dijo el esquizofrénico arrojándose por la ventana.
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Heráclito: Conócete a ti mismo.
Bartleby: Preferiría no hacerlo.
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–Querida, ¿me dejas tu gato? –preguntó Schrödinger a su mujer.
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El cajero no sabe si alegrarse. La dirección del banco ha prometido pagarle con cinco trasteros en Seseña y una plaza de garaje en Oropesa.
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Compró un espejo roto para verse todas las mañanas como se sentía.