martes, 14 de febrero de 2017

Microcuentos

Vio Dios que todo lo que había hecho, aunque bueno, era aburrido. Y decidió darse un día de descanso antes de crear al demonio.
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Iba a ser sólo el lío de una noche, pero les resultó imposible desmadejarlo.
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A la liebre le consolaba pensar que ni siquiera Aquiles, el de los pies ligeros, había sido capaz de correr más que la tortuga.
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¡Te pillé! Ahora voy a prepararle a Zenón una sopa de tortuga que le va a callar la boca.
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Se le hacía la picha un lío con las indicaciones que le daba el director. Tuvo que dejar el porno.
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La presidencia de Trump ha fastidiado a los escritores de distopías. Ahora tendrán que echarle más imaginación a sus ficciones.
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Se comió la fruta prohibida porque, después de vivir veinte años en el Jardín del Edén, le parecía un infierno.
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La liebre llevaba tanta ventaja que se detuvo a leer las fábulas de Esopo. La tortuga ganó la carrera.
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Le sorprendió despertar aún atado a la camilla.
–¿Qué ha pasado? –preguntó.
–Los malditos genéricos.
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El director del Centro encargó a su peor agente la tarea de desenmascarar al topo.
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Eran la pareja perfecta. A ella le gustaba tener a su marido atado. A él le gustaba el bondage.
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Una vez más, para no estropear la moraleja, la liebre llegó después que la tortuga.
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–Le tuve lástima. El pobre no conseguía alcanzar a la tortuga –dijo Paris.
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La reina blanca era tan linda que nadie advirtió que había realizado un movimiento prohibido.
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Era un cortesano tan servil que se negaba a dar jaque al rey.
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Fue una relación rápida. Un día amaneció amarrado a una cama; al siguiente estaba atado a un banco.
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Absurdo
Esperan a Godot junto a un camino. Malentendido: Godot les espera en una plaza.
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Después de que Cide Hamete Benengeli le denunciara, Cervantes regresó a la cárcel reo de plagio.
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Cuando Godzilla despertó, la humanidad ya estaba allí.
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Ante la inminencia de la catástrofe, las ratas abandonaron el barco. ¡Lástima que no supieran lanzar la balsa salvavidas!
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Cuando vio el aspecto de aquel caballero, la princesa rezó por que el dragón venciera.
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Les oí susurrar que había un monstruo en el ropero. Les creí tan asustados que, cuando lo abrieron, me pillaron por sorpresa.
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La mujer del pianista le pidió que dejara los impromptus para los conciertos.
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–¿Quién te ha hecho esto?
–Nadie –respondió el Cíclope.
–Entonces debe tratarse de ceguera monocular espontánea –dijo el oftalmólogo.
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Mezclaba ingredientes: adornaba con monstruos los cuentos románticos y aderezaba los relatos de ciencia ficción con príncipes azules.
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Su vida pendía de hilo. Tan frágil era que se rompió.
Ahora pende de una cuerda.