domingo, 28 de abril de 2019

Papelera

Augusto Monterroso: “Contar la historia del día en que el fin del mundo se suspendió por mal tiempo”.

–¿Y cuándo saliste del armario?
–Cuando el marido de Laura regresó a la oficina.
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–He pasado las de Caín.
–No te quejes. Peor habría sido que hubieras pasado las de Abel.
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Cuando Caperucita entró en la casa de su abuela, no sospechó que se metía en la boca del lobo.
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Cuando despertó, el dinosaurio todavía no estaba allí.
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Narciso se hizo un selfi: quería una fotografía de su amante.
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La vecina del 4º C comenzó a gritar. Por fin descubrí dónde se habían metido las ratas.
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Fui a hablar con el orientador. Después de hacerme muchas preguntas, me dio varios consejos y, sobre todo, me hizo un regalo muy útil: una brújula.
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Los niños odiaban al flautista de Hamelín: sólo les daba a comer ratas.
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–¿Cuándo vas a enviarme una fotografía tuya?
–Preferiría no hacerlo.
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–¿Qué te ha pasado en el ojo?
–Le pregunté a Salinger si podía hacerle una fotografía.
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Las ratas, que no paraban de comer cadáveres, estaban gordas como gatos. ¡Deliciosas!
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LA CIGÜEÑA DISLÉXICA
Julen e Ane, del 4º D, no paran de encargar hijos, pero no llega ninguno. Aitor y María, del 4º B, están pensando en mudarse: su piso es demasiado pequeño para ocho personas.
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Eran tan pobres que sus padres le regalaron como mascota una rata de cloaca.
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Noche del viernes. Michèle y Jean-Luc pasan una velada romántica en su minúsculo piso. Beben vino, se besan, van a la cama. Meses después, cuando llega la cigüeña, no recuerdan nada. ¿Por qué les pasa esto a ellos? ¿Por qué?
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Por la noche no olvida la botella de Jack Daniel’s, que le ayuda a olvidar todo lo demás.
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Cogió la pluma. Pasó cuatro horas escribiendo. Descargó toda su ira.
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Arroja el feto a la cacerola. Enciende el fuego. Le echa un poco de sal. Pone el cronómetro. Ahora, a esperar cinco minutos. Recuerda, de pronto, que tiene que coger el cuchillo: el último homúnculo que cocinó se le lanzó al cuello cuando estuvo listo.
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MIRÓN IMPERFECTO
Mira mucho, pero mira con ojos de miope.
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Un motrod falacó a Tolkien, que rotinó a metitarse: si guelidían los motrodes, también guelidían los joquenes y los hostocos.
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Le abrieron la cabeza para sacarle la piedra de la locura. Murió cuerdo.
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Matando el gusanillo, el jainista cometió un imperdonable pecado.
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–¿Tiene el acusado una última voluntad?
–Que venga Tánato a llevarme.
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–Caín, ¿dónde está tu hermano?
–En un sitio donde no tendrá más preocupaciones.
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El juez sentenció que descansara a la sombra de los cipreses.
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Para acabar con la superpoblación, el maltusiano Sławomir Kalinowski propuso matar todas las cigüeñas. Sorprendentemente, su plan no fue aceptado.
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–Hola. ¿Cómo estás?
–Ya ves. De pie.
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Para acabar con la superpoblación, el parlamentario maltusiano Sławomir Kalinowski propuso matar todas las cigüeñas. Desgraciadamente, los animalistas votaron en contra y su plan fue rechazado.
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–Jöns, tu amo ha muerto, ¿no? Era tan joven. ¿Qué le ha pasado?
–Perdió una partida de ajedrez.
–¿Y tanto le afectó no ganar?
–Es que estaba jugando con la Muerte.
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Yo no la he escrito. Lo juro. Yo no he sido. Yo no llenado su piel de poemas.
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A Rhonhanh le sorprenden las costumbres de los humanos: matan a sus dioses.
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Decidí sonreír un martes, así que fui al dermatólogo y le pregunté si era posible que me quitara el bótox.
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Vende en eBay una fotografía firmada de Salinger y un cuerno de unicornio.
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Aquel mortal se tomó la libertad de lanzarme una socarrona mirada y de burlarse de mi pelo. Me apresuré a colorear de piedra sus mejillas. Y todo él. Su insolencia –como la de tantos otros– se la llevó el viento. Nadie se ríe de mí, de Medusa.
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Hemingway era un peso pluma.
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Fallaron los frenos de la máquina del tiempo. Quería visitar la Florencia del Renacimiento. Acabó en la de la Peste Negra.
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La policía multó al niño por violar la Ley de Costas: había construido un castillo de arena a menos de cinco metros de la ribera del mar.
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–Eres un fantasma –me dijo.
Con tal de no discutir con él, desaparecí.
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Tardó tanto en preparar la coartada que no sacó tiempo para cometer el crimen.
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–Hernán, ha llegado un correo desde la costa con noticias terribles.
–¿Qué noticias, Pedro?
–El gobernador de Cuba ha enviado a Narváez para deponeros.
–Ese Narváez es un pánfilo.
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Pedro lamentó toda su vida la caída de Pablo en el camino de Damasco.
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VIOLENCIA ELECTORAL
Mi mujer no me da la publicidad electoral de los partidos que no le gustan. Muy sutil no es.
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–¡Libertad, igualdad, fraternidad! –gritó Robespierre.
–¡Qué loco! –dijeron.
Y le cortaron la cabeza.
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Decidí sonreír un martes. Dibujé una amplia sonrisa en mi cara. Salí de casa y, sonriente, me dirigí al estudio. Me encontré con el gran jefazo, que me dijo:
–O borra esa mueca de su rostro o la mando de regreso a Suecia, señorita Garbo.
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–Jean-Jacques, ya he tenido al bebé.
–¿Un bebé? No, no, Thérése. Estoy escribiendo el Emilio. No puedo distraerme con lloros.
–¿Y qué hago con él?
–Si serás tonta. Llévalo a la inclusa.
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EL COLMO
Alejandro sentía por Aristóteles amor platónico.
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Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño lleno de pesadillas, se encontró sobre su cama hecho un eccehomo.
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Había pasado tanto tiempo odiándole que se dio cuenta de que lo necesitaba.
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Ejecuté al rey, a la reina, a nobles, a republicanos de derechas, a jacobinos. Estaba completamente agotado, así que ejecuté a Robespierre y, al fin, descansé.
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Me olvidé de todo un martes, cuando acudí a declarar al juzgado.
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–Todo me pasa a mí –pensó Gregor Samsa.
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Sacamos a la abuela de la tumba y le preguntamos. Necesitábamos sus consejos.
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El Caperucito Rojo está deseando que le coma el lobo.
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Fray Servando no podía renunciar al placer de dejar volar su imaginación.
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Después de una noche complicada, Marquitos tomó una resolución: nunca más leería antes de acostarse un libro de R. L. Stine.
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–¿Hablo con el señor Berghegger?
–Sí.
–Soy la hermana de Gregor Samsa… A mi hermano le ha ocurrido algo… terrible.
–¿Sí?
–Se ha convertido en un monstruoso insecto.
–¿Qué? Señorita Samsa, dígale a su hermano que, si no se presenta en diez minutos, le despediré. Ya no sabe qué inventar para faltar al trabajo. ¡Qué vergüenza!
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El cartero llegó hoy tan temprano que no me dio tiempo a maquillarme.
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Cortés le regaló un espejo y Malintzin descubrió algo asombroso: era muy bella.
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–Gregor, considérate un sueño –dijo Franz.
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–Doctor Freud, su paciente, el señor Hessenkemper, no va a venir.
–¿Por qué?
–Ha caído en brazos Tánatos.
–¿En brazos de Tánatos! ¡Qué locura! Le dije que se dejara llevar por Eros.
–Precisamente, doctor Freud. El marido de su amante le descerrajó un tiro.
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Le costaba tanto facturar su maleta que le compró un asiento en business.
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Clarice era tan dulce que Hannibal decidió dejarla para el postre.
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Una mañana, Gregor Samsa descubrió algo terrible: era un escarabajo hembra.
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–Pero ¡qué dientes más sucios tienes! A mí no te acerques –dijo Caperucita.
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–¿En qué piensa, fray Marcelo?
–En lo que me dirá mi confesor cuando le cuente esto.
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Cuando desperté una mañana después de un sueño inquieto, me encontré sobre mi cama convertido en un funcionario de carrera. Al fin, descansé.
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Cuando Franz Kafka se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en checoslovaco.
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El médico me quitó el postre. Le denuncié a la policía.
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Cuando tiró el reloj, se quedó con todo el tiempo del mundo.
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El Homo sapiens no demostró ser muy listo cuando se dejó convencer por una Vipera ammodytes para comer el amargo fruto de un Malus sylvestris.
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Encendió el ordenador. Se pasó cuatro horas escribiendo. Descargó toda su ira.
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Mi madre cree en mí como un trotskista en Stalin.
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Me despedí en ese verso de Omar Jayam que le tatué en su espalda. No entiendo por qué se lo tomó tan mal.
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Doctor, el paciente se ha ido.
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–Quasimodo, ¿qué es todo ese humo?
–Dom Frollo, le prometo que yo no estoy ¡achís! fumando.
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Le llamaban el Asesino del Ajedrez porque siempre dejaba una pieza negra junto a sus víctimas. Como los detectives no conseguían atraparle, cuando cometió su decimosexto asesinato, cerraron el caso.
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Creé la luz, los cielos, la tierra, el mar, el Sol, la Luna, las estrellas, los seres vivientes, a Adán y a Eva. Por último, creé a la serpiente y, al fin, descansé.
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Acusaron al moderador de parcialidad: manejó el debate con mano izquierda.
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Pedro de Alvarado, que no quería que un cautivo fuera sacrificado en el Templo Mayor, masacró a dos mil aztecas.
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Al moderador que manejó el debate con mano izquierda le acusaron de tomar partido.
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–Entonces, ¿por qué quiere denunciar a su médico?
–Me quitó el postre.
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PARADOJA
Al monologuista no le gustaba que nadie se riera de él.
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Para poder soñar tranquila, desconectó el módem. Así consiguió que el gato eléctrico dejara de maullar.
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–Uno de vosotros me entregará –dijo el rabí.
Sin embargo, Judas, que era duro de oído, entendió:
–Uno de vosotros tendrá que entregarme.
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EL COLMO
El ludita tenía un robot de cocina en casa.
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Adolf Schicklgruber sabía que su derrota era inevitable. Por eso quería dejar huella. Se propuso dejar un mundo libre de judíos.
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El fantasma del marqués acabó en la cárcel de espectros.
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La abuela le explicó a Caperucita lo que era la zoofilia.
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Dios lanza los dados al aire. Caen.
–¡Catorce! –grita.
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Aunque el domingo por la mañana le dolieran los pies, Sergio no podía renunciar al placer de lucir el sábado por la noche unos stilettos.
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Nunca saldría con alguien como tú. En cualquier caso, la semana que viene volveremos a quedar en este hotel.
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Completamente arruinado, decidió suicidarse. Abrió la llave del gas, pero nada ocurrió: hacía semanas que se lo habían cortado.
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–Caín, ¿dónde está Abel?
–Si no sabes dónde está, no eres Dios.
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–Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
–…
–Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
–…
–Abuelita, abuelita, ¡qué boca más grande tienes!
–…
–Abuelita, abuelita, ¿es que se te ha comido la lengua el gato?
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Cuando el cofrade vio la previsión del tiempo, sintió horror.
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–Señor Bartleby, póngase arriba.
–Preferiría no hacerlo, señorita Warren.
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El condotiero recibió dos regalos: una estatua ecuestre en la plaza de la Señoría y un vaso de veneno.
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Es un lector adocenado: lee 144 libros al año.
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–Extraño.
–¿El qué?
–El que Caín, que era agricultor, matara a Abel, que era ganadero, con una quijada de asno.
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El cofrade no podía ver la previsión del tiempo; le daba horror.
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El príncipe besó a la Bella Durmiente, que abrió los ojos, se levantó, le dio un tortazo y le dijo:
–Pero ¿qué haces, imbécil?
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El autófago no pudo de preparar el plato de sesos rebozados. Llegó un momento en que olvidó lo que estaba haciendo.
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Le envió una carta al director. La policía le detuvo por amenazas.
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Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría… ¡Ay! ¡Qué mordisco me ha dado el puto asno!
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Al bebé reborn le presentaron a su abuela.
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Pedimos a la cigüeña que viniera. No entendemos por qué trajo un niño. Nosotros sólo la queríamos a ella.
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El Niño de la Máscara de Hierro, mientras juega con la rata que los carceleros dejan sea su mascota, no puede evitar pensar en Charolais, el perrito que su padre le regaló cuando aún vivía en el Louvre.
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Aquella puerta con los goznes oxidados me sacaba de quicio.
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La obsesión que el sabio Frestón sentía por don Quijote era patológica. Cuando el caballero manchego murió, escribió las aventuras del caballero manchego, llenándolas de falsedades y mentiras. Utilizó el pseudónimo de Cide Hamete Benengeli. El libro, que un tal Saavedra tradujo del árabe, tuvo tanto éxito que las hazañas reales de don Quijote acabaron cayendo en el olvido.
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Renata escribía a su diario: “Querida Ingrid…” Su diario, que en realidad se llamaba Katrin, nunca le respondía.
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–Señor Bartleby, son las nueve. ¡Levántese!
–Preferiría no hacerlo.
–¿Es que está acostado en mi buró?
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Cenicienta tuvo un olvido fatal: con las prisas, no dejó un zapato en el palacio.
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A Narciso le gustaba terminar todas las discusiones consigo mismo con sexo de reconciliación.
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–¿No les queda ninguna habitación?
–Sólo una, pero no se la recomiendo.
–¿Tiene cama y cuarto de baño?
–Sí.
–Pues deme la llave.
–Tome: la llave de la habitación 1408. Usted lo ha querido, señor.
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–¡Alto! –le gritaron al enano, que naturalmente no se detuvo.
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Estábamos hartos de nuestro bebé, que no paraba de llorar. Tuvimos que llevarla a la cigüeña que vive en el campanario de la iglesia. Ella sabría qué hacer con él.
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Tuve un orgasmo. Me lo quitó el banco.
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–¿Cómo te llamas?
–Jonia.
–¡Qué nombre tan original!
–Jí.
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–¿Qué es la verdad? –preguntó Pilato.
Y Jesús se puso a explicárselo. Tardó cinco años.
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Fueron necesarios ocho magníficos para acabar con aquel matasiete.
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–¿Quién es este joven tan delgado de la fotografía?
–Soy yo, antes de empezar a trabajar en el McDonald's.
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La señora Gerig siente que Freud vive de sus sueños.
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Me dejé llevar por la corriente un martes. Como es natural, no llegué a ningún sitio.
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–Caín, te condeno al destierro.
–¿Por matar a mi hermano?
–¿Por matar a tu hermano? ¡Quia! Por crueldad animal. Mira que eres bruto: arrancar la quijada a un pobre asno.
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Drácula está muy preocupado: ha salido muy favorecido en la fotografía.
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Aunque decía que era el doctor Freud, no consiguió ser nombrado director del psiquiátrico.
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–¿Tiene habitaciones?
–Sí. 80 dólares la noche.
–¿80 dólares? Sólo tengo 45.
–Por 45 le puedo ofrecer la habitación 1408.
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Temblamos cuando llegó. Nos quedamos acurrucados en las sillas sin saber qué hacer. Por fin, al cabo de unos minutos, Diana sugirió que echáramos a correr. Sin embargo, no era una opción: la puerta estaba lejos y tendríamos que renunciar a nuestros abrigos. No nos quedaba otra opción. Sacamos las carteras y comenzamos a sacar todo el dinero que teníamos. Julia puso cincuenta y seis euros. Jaime, doscientos trece. Yo, noventa y siete. Diana se disculpó: no tenía nada. Llamamos al camarero. Pagamos.
–Esperamos que vuelvan pronto –nos dijo.
No, no pensábamos volver nunca. ¿Quién podía permitirse estar pagando 350 euros por cuatro cafés?
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Cuando vio la fotografía de su hijo en la comisaría, lloró de alegría: creyó que nunca sería un buen carterista.
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–Me gusta Gregor Samsa.
–¿Eres un zoófilo?
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–Príncipe, no os ha gustado esa joven.
–No, no sabe bailar y, lo peor de todo, apesta a lejía.
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Cuando despertó en medio de la noche, descubrió que le habían dado un placebo.
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–¿No les queda ninguna habitación?
–Sólo una, pero no se la recomiendo.
–¿Tiene cama y cuarto de baño?
–Sí.
–Pues deme la llave.
–Usted lo ha querido, señor. Tome: la llave de la habitación 1408.
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–Usted, señor Téscor fue condenado a prisión permanente revisable, ¿no?
–Sí, señoría.
–Este tribunal, señor Téscor, ha revisado su pena.
–¿Y…?
–Hemos decidido mantenerlo encerrado otros veinte años.
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Después de morder a Frodo y robarle el anillo, Gollum echó a trotar Monte del Destino abajo y nadie más volvió a verlo desde entonces.
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Se mandan emoticonos porque no tienen nada que decirse.
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El etnólogo le hizo una fotografía al aborigen que, creyendo que le habían robado el alma, le robó la vida al etnólogo.
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–Siempre vas solo.
–Te equivocas. Constantemente me acompaña mi dolor de espalda.
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–No le has pintado la boca.
–No quiero que hable y me distraiga.