Estoy en boca de todo el mundo: me acusan de haber matado a mi hermano. Me consideran un salvaje. No me comprenden. Mi padre murió sin poder abrazar a su hijo pródigo. Siempre quiso que retornara a nuestro país. En su lecho de muerte, me pidió que hiciera lo posible para que regresara. Así se lo juré. Entre tantas preocupaciones que tengo como presidente, no olvidé esa promesa. Envié mensajeros a mi hermano. Le rogué que volviera. Di mi palabra de perdonarle sus crímenes contra nuestro país. Sin embargo, hizo oídos sordos. No me dejó, por lo tanto, otra opción: tuve que ordenar que mataran a Kim Jong-nam. Por amor filial.