Subió los diez pisos hasta la azotea. Por fortuna, a esas horas de la noche no encontró a nadie: su aspecto desastrado habría asustado a cualquiera. Tardó cinco minutos en llegar arriba. Se subió a la cornisa. Advirtió que había un coche parado junto a la puerta del edificio. Del vehículo salió una mujer. ¿Quién sería? Esperó a que el coche desapareciera para saltar. Tardó apenas unos instantes en estrellarse contra el suelo. Volvió a comprobar, sorprendido, que no le había pasado nada. Tenía tiempo para lanzarse una vez más desde la azotea antes de que amaneciera. Si tampoco lo lograba, siempre podría intentarlo la próxima noche.