viernes, 27 de marzo de 2020

Cuenta 140

Siempre estaba encima de mí, me lanzaba continuos reproches, coartaba mi libertad. Estaba harto de Él. Me hice ateo.
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Su psiquiatra demostró en el juicio que había matado a su madre en defensa propia.
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La interpretación fue magnífica. Sin embargo, el director se fue enfadado al camerino: los aplausos estaban descompasados.
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La repostera no pierde la esperanza de ver aparecer por la puerta a un hombre guapo, delgado, musculoso.
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Le perdió su gentileza. Les ofreció un poco de chocolate suizo a los inspectores de la Agencia Tributaria.
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Se hacía tarde, así que tuvieron que arrancarle la pluma de la mano y conducirle al patíbulo.
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Comprendió que ya era un escritor superventas. En la portada de sus libros, su nombre aparecía mucho más grande que el título.
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Enfadado, pidió hablar con el librero. Había colocado su obra, “Éste no es un libro de autoayuda”, en la sección de Autoayuda.
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Doctor, recéteme algo. La felicidad no me deja escribir.
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Descubrió que su novio era un vegetal. Lo expulsó de su vida antes de que echara raíces.
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No sólo no ganó el concurso de cocina, sino que fue imputado por homicidio culposo.
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Por fin ganó el concurso. Ahora tenía que esperar que no se dieran cuenta del plagio.
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Entró en el baño del restaurante. No había papel. ¡Qué cicateros! Menos mal que siempre llevaba un maletín lleno de billetes.
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Una semana después de haber jurado su cargo de ministro, dimitió.
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El viaje en el Concorde fue una pesadilla. Se le metieron en la cabeza los pensamientos del pasajero de delante.
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Tenía que haber sospechado de aquel pasajero que preguntó vehementemente si el estofado era de cerdo.
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El profesor de Matemáticas no pudo despejar la incógnita: ¿quién le había rayado el coche?
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Siempre quiso trabajar en un manicomio y lo acabó consiguiendo: el resto de internos le nombraron director.
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El presidente le pidió al ministro de Hacienda que no sonriera más.
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Al antropólogo no le importó que los waruta le confundieran con uno de sus dioses. Hasta que descubrió que eran teófagos.
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Sin gafas, aquel abogado de oficio podría pasar por su sosias. El condenado a muerte pensó que todavía le quedaba una oportunidad.
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Papá era muy escrupuloso. Cada vez que bajaba al desayuno bufé, iba con una calculadora. Tenía que comerse exactamente 13,5 euros.
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El forense sólo escribió dos palabras en el informe de autopsia: Bufé libre.

Microcuentos finalistas semanales del Concurso 140 de El Semanal (2019-2020)