La mujer del alcalde hizo que la mujer del pope tocara las campanas para reunirnos en la plaza. Temimos que nos llamara para anunciar una nueva requisa. Ya estábamos hartas de entregar nuestros cerdos y gallinas, nuestra cebada, a los austríacos, que a cambio sólo nos daban un inservible trozo de papel.
La sorpresa fue mayúscula cuando la mujer del alcalde nos dijo que la guerra, esa guerra que creíamos iba a durar siempre, había acabado. El emperador se había ido y el Imperio había dejado de existir. Serbia, después de todo, era la vencedora.
La guerra había durado mucho tiempo. Algunos hombres llevaban ya seis años fuera, acudieron voluntarios para luchar contra los turcos. Dos años más tarde, los demás fueron llamados cuando los austríacos invadieron nuestro país. Luego se llevaron a los chiquillos, a los ancianos, a todos los hombres. Hasta Dušan el Manco y el loco Petar se fueron.
Pocas nos alegramos con el anuncio de la mujer del alcalde. Aquellos habían sido años duros, pero también años de libertad. Años sin hombres. Sin aguantar sus borracheras, sus palabrotas, sus salvajes acometidas nocturnas. Nos habíamos acostumbrado a vivir sin hombres. Estábamos mejor sin ellos, solas.
Microrrelato mencionado en el Certamen de Relato Corto Esta Noche Te Cuento