–Me tengo que…, me tengo que ir –farfulló el polaco.
–Vamos, un rato más, Vladi.
–No, no… No puedo.
Al salir a la calle se sintió reanimado por el frío aire nocturno. La cazadora no parecía abrigar lo suficiente. Trató de orientarse. Calculó que tardaría media hora en llegar a su piso.
–¡Vladi! ¡Vlaaadi! –gritó una voz a su espalda.
Los españoles nunca parecían tener suficiente. Ignoró los gritos y siguió caminando. Cada vez que pasaba por aquellas calles recordaba que en ellas, durante el asedio de 1808, habían sido enterrados cientos de compatriotas que luchaban por Napoleón, que anhelaban recuperar la libertad de Polonia ayudando a quitársela a otros.
El frío era insoportable. Trató de abrocharse la cazadora, pero se dio cuenta de que le quedaba muy pequeña. No era la suya. Por un momento se detuvo, dispuesto a regresar al bar, pero decidió que ya lo haría al día siguiente. Continuó caminando.
El frío le estaba dejando los dedos helados. Introdujo las manos en los bolsillos. Allí dentro había un móvil. Lo sacó y le lanzó una mirada. Era un Samsung. No de los más baratos. Tocó la pantalla, imaginando que estaría bloqueada, pero se sorprendió al comprobar que no era así. Comenzó a curiosear en la agenda para tratar de descubrir a quién pertenecía. Abrió la carpeta de vídeos. Sintió un escalofrío.
Władysław Opieczonek, estudiante polaco del programa Erasmus, comprendió que nunca debió tocar ese móvil.
Microrrelato ganador del IV Concurso de Microrrelatos de la revista LA CALLE DE TODOS