martes, 27 de enero de 2015

Colasa

El timbrazo despertó a Colasa. ¿Quién sería? Nadie la visitaba nunca. Sonó otro timbrazo. Se asomó a la ventana y diviso una furgoneta junto a la cerca.

Hacía años había hecho instalar un telefonillo. Le costó recordar cómo funcionaba.

—¿Sí? –preguntó, tratando de suavizar la voz.

—¿Nicolasa Vallines? Traigo un paquete.

El paquete… ¿Qué paquete? Ah. El paquete. Hacía casi dos semanas que había hecho el pedido por internet. Lo había olvidado.

—Pase, pase.

Abrió la cancela. Se miró en el espejo: no quería asustar al repartidor. Bajó a la planta baja y entreabrió la puerta.

Vio al repartidor subir por el sendero.

—¿Nicolasa Vallines? Firme aquí.

—¿Qué? Ah, sí.

El repartidor entró el paquete en la casa. Tuvo que disimular la repugnancia que le producía el olor que allí
había. A azufre. A algo más.

Cuando se quedó sola, Colasa fue a la cocina y abrió el paquete. Comenzó a sacar sobaos paisegos, miel de Liébana, embutidos.

—¡Qué buen sabor va a tener!

Tardó poco en preparar una bandeja con comida. Luego, bajó al sótano.

—Toma, toma, buenín.

El cautivo salió de las sombras y observó la comida que le ofrecía la bruja.

Microrrelato seleccionado en el Certamen de Relato Breve "A qué sabe Cantabria"