martes, 30 de diciembre de 2014

La pierna del mariscal Lannes

Napoleón trató de ignorar el desagradable olor que despedía el enfermo. Antes de abandonar la habitación, lanzó una última mirada al yaciente mariscal: otro viejo camarada caído.

Llamó a su fiel Berthier.

–El mariscal deber ser llevado a Francia y enterrado en el Panteón.

El mariscal Lannes falleció unas horas después. Sus restos fueron introducidos en un ataúd de plomo. Sólo faltaba la pierna que le habían amputado en un vano intento de frenar la gangrena. El miembro había sido arrojado a una fosa excavada junto al hospital.

–Yo la encontraré –se ofreció el cirujano que había sido incapaz de salvar a Lannes.

Había cientos de brazos, pies, piernas en aquel agujero. El cirujano pasó mucho tiempo revolviendo los restos. Imposible hallar la pierna del mariscal. Por fin encontró una que también había sido cortada un poco por encima de la rodilla.

–Aquí la traigo.

Berthier miró escépticamente el miembro que le mostraba el doctor. Iba a decirle que esa no era la pierna de Lannes, pero se contuvo. Después de todo, su anónimo dueño había luchado por Francia sin recibir ni rentas ni títulos nobiliarios. Al menos, aquella pierna reposaría gloriosa en el Panteón.

Microrrelato seleccionado en el Certamen de Relato Corto Esta Noche Te Cuento