Amarela vive en la gran ciudad. Le gusta deslizarse entre los edificios, beber en las fuentes, alimentarse de la comida que los hombres tiran al suelo, que le arrojan. Su vida es peligrosa. Amarela ha estado a punto de ser atropellada decenas de veces, ha tenido enfrentamientos con otras gaviotas feroces, ha sido acosada por críos humanos. Sin embargo, en general, considera que es feliz.
A veces, sólo a veces, Amarela echa de menos el mar. Su bisabuela le contó que, varias generaciones atrás, su tataratarabuela había vivido en una tierra rodeada por el océano. Allí no había hombres. Sí comida, mucha comida. Peces. Sabrosos peces. Su bisabuela sentía morriña de esa isla, el paraíso. ¿Cómo llegó su familia a esta ciudad sin mar? Su bisabuela no lo sabía. Todo un misterio.
Un día, su bisabuela desapareció. Aunque la vida de las gaviotas es muy azarosa –después de todo, su madre murió atropellada por un autobús de la EMT– Amarela siempre ha sospechado que retornó a la tierra de sus antepasadas. También ella siente curiosidad. Quiere ver el mar. Quiere ver la isla, su isla. Pero ¿qué dirección debe tomar?
Relato finalista del Certamen Illas Atlánticas