Un día, Blancanieves decidió que no aguantaba más. Estaba harta de los malditos enanos. Llevaba meses cocinando para ellos, haciendo las camas, lavando, zurciendo la ropa, manteniéndolo todo limpio y ordenado. Para una princesa era demasiado.
Blancanieves le envió una carta a su madrastra. Le reconoció no sólo que era la más guapa, sino también la más lista.
La respuesta le llegó a la semana. Su madrastra le perdonaba y, como signo de buena voluntad, le mandaba una manzana de sabroso aspecto.