Muchos esperaban una sentencia ejemplar. Después de todo, la flota veneciana había sufrido una derrota humillante. Los amigos del almirante Morosini le defendieron hasta el fin: destacaron que los turcos tenían más barcos y que habían atacado cuando no había guerra declarada. Además, debilitados, no habían podido conquistar Morea.
El veredicto tuvo que esperar cuatro largos días. El almirante los pasó en los calabozos de la Quarantia. Sus amigos y familiares le visitaban, dándole ánimos.
–Muchos jueces quieren una sentencia leve.
–Los Malipiero pidieron que fuera encerrado. Están resentidos porque cinco Malipiero murieron en Matapán. Eran buenos marinos.
–No te preocupes. Quizás pases unos años desterrado en Dalmacia.
Una mañana, el alguacil bajó a la celda y leyó la sentencia. “Llevar la vergüenza… Derrota ignominiosa… Encarcelado de por vida.” Morosini quedó abatido.
La Serenísima concedía a sus presos más ilustres un último deseo.
–Quiero que mi prisión se hallé junto al mar –pidió Morosini, que en su imaginación seguía combatiendo la misma batalla naval.
Fue encerrado en la torre de Cornaro, cuyos muros acariciaba el Adriático. Girolamo Malipiero era el alcaide. Ordenó confinar al prisionero en la más profunda mazmorra.
El almirante Morosini nunca más vio el mar querido.