El viejo guerrero levantó el rifle y disparó contra la multitud de rostros pálidos. El público le aplaudió. El apache soltó las riendas del poni y comenzó a dar vueltas a la pista. Cargó de nuevo el rifle y disparó. Siguió así durante un rato, hasta que se dio cuenta de que estaba agotado. Dio una vuelta más y disparó una última bala de fogueo. Algunos espectadores se levantaron de sus asientos y aplaudieron enfervorizados.
Goyathlay descabalgó. Estaba exhausto. A pesar de eso, caminó erguido entre los otros artistas del circo. Bill Cody se acercó y le palmeó el hombro.
–Has estado magnífico, Gerónimo.
El viejo apache no dijo nada. Siguió caminando hasta su roulotte. Después de cerrar la puerta, se echó un trago de whisky. No entendía a toda aquella gente. Habían exterminado a los indios y, sin embargo, aplaudían a los que había en el circo: era como si desearan ser pieles rojas. Goyathlay pensó que su vida habría sido más fácil si hubiera sido un rostro pálido.