Sentía curiosidad por saber lo que había en el centro de aquel laberinto, pero no era lo suficientemente osado para adentrarse en él. Prefirió leer todos los libros sobre laberintos que cayeron en sus manos. Empezó con la Biblioteca mitológica de Apolodoro, que narraba la historia del primer laberinto, aunque decía poco de su forma. Estudió los diseños de los laberintos de Troya. Recorrió mil veces –sobre el papel– el laberinto de la catedral de Chartres. Se extravió en los laberintos vegetales de Michael Blee. Siguió leyendo libros y más libros hasta que acabó perdiéndose en el laberinto de su cabeza.
Microrrelato que recibió una mención en el Concurso #109 de Lashistorias.com