Subió a los riscos don Quijote, impaciente, por descubrir a Sancho volviendo con nuevas de la embajada a la sin par Dulcinea. Mas, poco acostumbrado nuestro caballero a caminar por los peñascos, perdió pie, de manera que el de la Triste Figura quedó convertido en tristísima figura al fondo de un barranco. Habría sido el final de la historia si a miles de leguas de distancia el sabio Frestón, el eterno enemigo de don Quijote, no hubiera sentido que algo le había pasado a su archiodiado caballero. El mago recorrió la distancia entre su torre almenada, situada en lo alto de los Cárpatos, y la Sierra Madrona en apenas unos instantes. Cuando vio a nuestro caballero descalabrado en el suelo, se sintió felicísimo. Sin embargo, al poco pensó que, sin el caballero de La Mancha, no le quedaría a nadie a quien odiar y mortificar: no existían más caballeros andantes en el mundo. Todos habían muerto o se habían convertido en acomodados cortesanos. Fue por eso que Frestón, haciendo uso de sus obscuras artes mágicas, resucitó a don Quijote, que no tardó en levantarse magullado sin comprender muy bien lo que había ocurrido.