sábado, 21 de noviembre de 2015

Asprino

Relato basado en la historia de Asprino, que Séneca cuenta en la epístola LXXIII a Lucilio

Sintió como un latigazo en el tobillo. Cuando cayó al suelo, el secutor no pudo evitar sonreír, creyendo que ya había derrotado al gran Asprino. La victoria era suya. Después de todo, el reciario estaba caído en la arena. Nunca más se levantaría. Gritó algo en un idioma incomprensible. Asprino, ignorando el dolor que sentía en el tobillo, logró apoyar la rodilla del pie herido en tierra y miró desafiante a su contrincante. Pensó que era bueno el secutor pecara de exceso de confianza. Él no cometería el error de perder la concentración. Pronto llegaría el ataque de su contrincante. 

El secutor estaba tratando de recuperar el resuello. El combate le había agotado. Lentamente, comenzó a caminar en círculos, lejos del tridente del reciario. Asprino no le perdió la cara. El ataque del secutor llegó de repente. El reciario hizo algo que el galo no esperaba: dejarse caer a un lado. El secutor se trastabilló. Antes de que pudiera darse cuenta, el tridente del reciario le había atravesado el cuello. Trató de decir algo en su bárbaro idioma, pero la boca se le llenó de sangre. El público comenzó a gritar. Asprino, el gran Asprino era el vencedor. 

El reciario se puso de pie utilizando el tridente como bastón. Antes de saludar al público, miró su pierna herida. Aquel salvaje le había cortado los tendones. Asprino lo supo: éste había sido su último combate. No había gladiadores cojos. Vio lo que le esperaba. Mendigar un vaso de vino o un trozo de pan de algún admirador. Dormir en la calle. Temblar de frío. Vivir como los animales. Morir como los animales.
Se acercó a secutor y se agachó para arrancarle la espada de la mano. Gritó unas últimas palabras. Insultó a los romanos en un idioma que ya casi había olvidado. Luego, buscó el hueco entre dos costillas. Hundió la espada con decisión. 

Asprino estaba muerto antes de llegar al suelo.