Camanchaca está agonizando. Sus hijos permanecen junto a su lecho sin entender lo que dice: habla en una lengua indígena. Deciden llamar a un filólogo para traducir lo que susurra. La vieja no para de repetir unas palabras, las últimas que nadie pronunciará en ese idioma: “Cojones, dejadme morir tranquila”.
Microrrelato publicado en RELATOS EN CINCUENTA PALABRAS Y OTRAS MICROFICCIONES