jueves, 10 de mayo de 2018

Microcuentos

Papá nos dijo que, cuando él muriera, dividiéramos todo por la mitad. Es por eso, señor juez, por lo que partimos a mamá.
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Érase una vez una perdiz aterrada. Temía que su cuento acabara bien.
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Chuang Tzu no puede evitar sentir un escalofrío cuando ve a alguien con un cazamariposas.
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Le comunicaron que su paciente se había suicidado.
–¡Qué pena! –dijo el psiconalista–. Ochenta y seis u ochenta y siete sesiones más y se habría curado.
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Procuraba no conocer a nadie para no tener que escribir sus memorias. Evitaba salir de casa para no verse obligado a escribir su autobiografía.
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Su cara era un poema de Bukowski.
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SUICIDA CARTESIANO
No pienso, luego dejo de existir.
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La rata de biblioteca no pudo devorar El capital.
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Drácula no soporta los espejos. Le hacen sentirse invisible.
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–Penélope, ¿me puedes explicar esta factura de la mercería? Me piden cien vacas y doscientos cincuenta corderos.
–Me aburría, Ulises. Pasé los veinte años que estuviste fuera tejiendo.
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A la rata de biblioteca no le gustan los libros digitales.
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Que nos vas a expulsar del jardín de Edén por comernos una manzana. ¡Pero si estaba pocha!
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Harto de oír que no sabía pintar, Van Gogh se cortó una oreja.
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Habían esperado la felicidad durante tanto tiempo que las perdices que tenían en el frigorífico se habían echado a perder.
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Después de romper todas las reglas, siguió con las escuadras y los cartabones.
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MALDITA
¡Puaj, qué asco! Donde se ponga un ratoncito bien jugoso. Le voy a gastar una broma a Eva. Le voy a decir que pruebe esta repugnante fruta.
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Cuando los jueces contemplaron el cuerpo del delito, tuvieron que absolver a Friné.
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El androide, harto de soñar con ovejas eléctricas, le pidió a su amo que le desconectara por las noches.
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Cuando Mentuhotep II regresó al mundo de los vivos, descubrió horrorizado que su tumba había sido saqueada. No le habían dejado ni un simple anillo de plata. Ahora pide limosna en las calles de El Cairo.
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–Teseo, ¿quieres un hilo de lana o de lino?
–Preferiría una espada de bronce, Ariadna.
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–¿Y no quiere un espejo de recibidor? –le preguntó el vendedor de muebles.
–Desde luego que no –respondió el conde.
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Nunca creyó en fantasmas y ahora no cree que esté muerto.
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Vive en el exilio interior. Huye de la persona que le obligan a ser.
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Cansado de que todos sus autorretratos fueran iguales, Van Gogh se cortó una oreja.
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Cuando Chuang Tzu despertó, el dinosaurio insectívoro todavía estaba allí.
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¡Encontró la respuesta! Arquímedes corrió entusiasmado al palacio real. Pilló un resfriado porque, al salir de la bañera, no pensó en secarse.
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En el tren comenzó a leer un libro. Cuando paró, estaba en Ruritania.
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Al final de la jornada de reflexión comenzaron a crecer en urgencias los ingresos por gastritis nerviosa.
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El director de la exposición le dijo que no permitiría que exhibiera una escultura que se titulara En el bidé. Acabó llamándola El pensador.
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Observó atónito cómo el rey cortaba el nudo. ¡Qué tramposo! Se tomó un instante de reflexión antes de exclamar: “¡Magnífico! ¡Genial!”.
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Ahí es donde el emperador Calígula gobierna el mundo. Y allí mismo es donde el cónsul Incitato piensa.
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Le propone ideas descabelladas: pedirle salir a Luisa, invitar a su jefe a casa, comprarse un híbrido. Ha tenido que cambiar de almohada.