El viajero fue el dios de la tribu de caníbales hasta que la linterna se quedó sin pilas.
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Como no se le ocurría ninguna idea, dejó la escritura y se hizo taxista. Un año después publicaba un libro de cuentos y una novela.
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El banquero puso los pies encima de la mesa de café. El presidente del Gobierno fingió que no se había dado cuenta.
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Empujó por las escaleras a la primera actriz y la sustituyó. Ha conseguido triunfar, sí, pero tiene pánico a las escaleras.
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Antes de ahogar a Desdémona, Otelo le susurró:
-Sé que te acostaste con el director.
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Manuela, mira lo que acabo de comprarle a un idiota: una bolsa llena de billetes de cincuenta euros.
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Por quinto día consecutivo, el aire de la ciudad era irrespirable. El alcalde volvió a quedarse trabajando en su casa de la sierra.
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Nuria, que pasaba los veranos en el pueblo, nos parecía muy original. Hasta que papá puso la tele y vimos que todas llevaban minifalda.
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EXPIRACIÓN
En la caja había un hombre muerto. El crítico, sorprendido, dijo que quería saludar al artista.
-Es el de la caja -le dijeron.
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Al abogado me dijo que me haría un precio de amigo. Cuando llegó la factura por correo, comprendí por qué no tenía amigos.
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Para conservar su amistad de infancia, nunca más quedaron a tomar café con sus maridos.
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-¿No le da vergüenza? Yo pago su salario con mis impuestos.
-No, no lo paga -dijo, irritado, el inspector de Hacienda.
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El masoquista tampoco presentó ese trimestre el modelo 303. Cruzó los dedos para que fuera Judit quien le hiciera la inspección fiscal.
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En prisión se jactó de tener varios millones en Suiza. Semanas después, su compañero de celda se jactó de que le habían reducido la condena.
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Tenía enterrado en el jardín a su vecino. Su fantasma se le apareció y le dijo que ahora era más feliz que nunca.
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Su hijo le anunció que, ahora que tenía trabajo, se iba de casa. No se sentía tan feliz desde que su mujer le dijera que estaba embarazada.
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TALIÓN
El presidente, furioso, ordenó al ministro de Energía que subiera al ascensor. Y entonces cortó la luz.
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Subió, con 18 años, al ascensor en la planta baja de la sede del partido. Se bajó, con 54, en la planta 14 de la sede central del banco.
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Como trabajaba de técnico de ascensores, siempre utilizaba la escalera.
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Se sentó y pidió un café. Tardó diez cafés en escribir un folio. A uno cincuenta la taza, comprendió que nunca podría terminar su novela.
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Era muy tímido. Le invité a subir para tomar un café. Tuve que echárselo por encima para conseguir que se quitara los pantalones.
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Enfureció a sus seguidores cuando llamó “subsahariano” a un “negro”, y tuvo que dimitir como presidente del Partido Conservador.
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Esa noche soñó con la presidenta tetona. Por la mañana leyó en el periódico digital que había sido cesado por comportamiento impropio.
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Le avisaron:
-Recuerda: al catedrático no le gusta Žižek.
Y lo recordó todos y cada uno de los días de julio y agosto.
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Después de leer la crítica, tardó seis meses en volver a escribir.
Microcuentos finalistas semanales del Concurso 140 de El Semanal (2018-2019)