Al amanecer, Miguel Servet pasea por una calle de Lión. Se encuentra con Michel de Nostradamus, que pone una cara extraña. Asustado, Servet huye a Ginebra.
Esa tarde, un amigo de Servet se encuentra a Nostradamus en la plaza de Bellecourt.
–Esta mañana le hiciste a Servet una señal de amenaza –dice.
–No era de amenaza –responde Nostradamus– sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Ginebra, y los astros me habían dicho que esta misma tarde será quemado allí por hereje.