viernes, 27 de junio de 2025

La piedra y el tiempo

 Primero fue el monumento al jefe del clan. Una figura tosca tallada en granito, de ojos vacíos y mandíbula cuadrada, rodeada de menhires. Lo erigieron en la cima de una colina, donde el viento contaba historias antes de que existieran los libros. Nadie recuerda su nombre, solo que gobernó con sabiduría o con miedo –según quién lo contara.
Años después, los oretanos levantaron un altar sobre el mismo lugar. Era cuadrado, sencillo, orientado al sol naciente. En sus caras estaban grabados toros, leones y guerreros danzando. Allí ofrecían vino, sangre y silencio.
Luego llegaron los romanos. No soportaban lo tosco. Arrasaron el altar y construyeron un templo majestuoso al dios Júpiter: columnas corintias, frontón triangular, mármol traído desde Tarraco. El eco de los cascos resonaba entre las piedras.
Con el cristianismo, el templo cayó. Lo sustituyeron por una iglesia visigoda de nave única y ventanas de herradura, oscura como una cueva. Fue consagrada a santos cuyos nombres también se perdieron.
Después vino el islam. La iglesia se derribó para dar paso a una mezquita de cal y ladrillo, con patio, fuente y un alminar que tocaba el cielo. En sus muros, versos del Corán en caligrafía vegetal. Era ligera, abierta, respiraba.
Cuando la ciudad cambió de manos, la mezquita se convirtió en iglesia románica: gruesos muros, arcos semicirculares, un ábside rugoso como una montaña. Luego, gótica: pináculos, vidrieras, bóvedas de crucería. Después renacentista: líneas limpias, proporciones humanas, mármol esculpido con arrogancia.
Siglos más tarde, vendieron el terreno y levantaron un centro comercial. Acero, cristal, escaleras mecánicas, cafés con nombres en inglés. Los cimientos eran tan profundos que a veces las máquinas encontraban huesos.
Entonces llegó el gran cataclismo. Nadie sabe bien qué lo provocó. Todo cayó. Los escaparates, el hormigón, el acero. Todo regresó al polvo.
Y cuando al fin el mundo se aquietó, alguien –quizás sin saber por qué– levantó de nuevo un monumento al jefe del clan: piedra sin pulir, rostro sin expresión, rodeado de piedras hincadas en círculo. No tenía leyenda, ni inscripción. Solo el cielo encima, y la tierra que seguía temblando bajo sus pies.