Milena Busquets: “Pídeme lo que quieras, menos que te lea”.
EXPERIMENTO SIGMA
El espejo del baño le devolvió una imagen imposible: curvas donde antes había ángulos, piel suave donde recordaba vello. Se tocó el pecho con dedos temblorosos. “Esto no está pasando”, murmuró, cerrando los ojos con fuerza. Al abrirlos, la extraña seguía allí.
Negación
Vistió la camisa de cuadros de ayer, demasiado grande ahora. "Un sueño lúcido", decidió mientras el tejido le colgaba de los hombros. En la cocina, su taza de café favorita —la de "World's Best Dad"— seguía en el estante. La tomó con manos que ya no parecían las suyas. El líquido se derramó.
Ira
Rompió el espejo del recibidor. "¡Bromas de mal gusto!", gritó a las paredes vacías. Buscó cicatrices en su vientre, marcas de sutura. Nada. Solo piel intacta. Llamó al hospital, a la policía, hasta a su ex. Nadie sabía nada. El médico de urgencias le dijo, con fastidio, que siempre había sido mujer en su historial.
Negociación
"Si vuelvo a dormir, al despertar todo estará normal", pensó. Tomó dos pastillas para dormir. Soñó que firmaba contratos con un dios burócrata: "Te devuelvo tu cuerpo si dejas de beber". Al despertar, se palpó los pechos con desesperación. Nada había cambiado.
Depresión
Pasó tres días en pijama, viendo telenovelas. La cuarta mañana, encontró su vieja billetera en el bolsillo de los jeans masculinos que ya no le cerraban. La licencia de conducir mostraba su nombre nuevo, su foto actual. "María Elena". Rompió a llorar con el plástico entre las manos.
Aceptación
El séptimo día, se cortó el pelo frente al espejo que había rehecho con cinta adhesiva. Probó el vestido azul que encontró en su armario —no recordaba comprarlo—. No le quedaba mal.
En el trabajo, la recepcionista le sonrió: "Buenos días, María. ¿Mejor del resfriado?". Asintió. Al pasar frente al escaparate de una tienda, vio su reflejo y por primera vez no se sobresaltó.
Esa noche, antes de dormir, dejó la taza de "World's Best Dad" en el último estante. Mañana compraría una nueva.
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Quien no escribe por creer que todo ha sido escrito, plagia el silencio de los que se rindieron antes.
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¿En las partidas contra la tristeza está permitido hacer trampas?
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Un día llegué a Tandil y conocí a un anciano, que a falta de inteligencia se le dio por ser muy sabio. Le pregunté por la política una noche. Me dijo que la política es como un tango: muchos pasos adelante, pero al final siempre se termina volviendo atrás.
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Un día llegué a Tandil y conocí a un anciano, que a falta de inteligencia se le dio por ser muy sabio. Le pregunté por la educación una noche. Me contestó que los mejores maestros que tuvo fueron sus errores, y no le costaron matrícula.
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Dante vivió para Beatriz. Beatriz vivió sin Dante. Él cruzó por ella el infierno. Ella no cruzó con él ni una mirada.
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Nada le molestaba más que le llamaran fascista, porque él no era fascista, sino jonsista.
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Ese camino me alejaba de ella, pero me acercaba a mí.
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Cada paso lejos de su casa era uno hacia la mía.
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En el camino, dejé de buscarla y me encontré.
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En su estante, 209 formicarios mostraban civilizaciones extintas. La Tierra era la 210. Hoy notó algo raro: una hormiga señalando su mano. Por primera vez, el coleccionista dudó antes de echar insecticida.
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LA CUENTA ATRÁS
Lenin: “Saquead a los saqueadores”.
Los bancos ardieron en orden alfabético. Primero Abanca, luego Bankia, después CaixaBank. La gente sacaba fajos de billetes con guantes de cocina, riendo bajo mascarillas de gasa.
En el BBVA, Marta encontró algo mejor que dinero: una carpeta marcada “Préstamos impagables”. Dentro, cientos de fotos de familias desahuciadas.
–Esto vale más –dijo a su hijo, guardando los papeles–. Son sus culpas enumeradas.
El banquero que intentó detenerlos yacía atado con corbatas de seda. Observaba cómo vaciaban su oficina: el ordenador, la cafetera suiza, hasta el cuadro de escenas de caza.
–¿Satisfechos? –escupió–. Eso no es riqueza.
Marta le mostró su móvil: una notificación de su app bancaria. -287.500€ en su hipoteca.
–Ahora lo es.
Cuando prendieron fuego a los documentos, las llamas dibujaron sombras de casas en las paredes. Alguien empezó a repartir café en tazas robadas del despacho de dirección.
El banquero, ahora desnudo salvo por los calcetines, vio su Rolex pasar de mano en mano hasta desaparecer en un bolsillo anónimo.
–Esto es ilegal –musitó.
–No –corrigió Marta mientras salían–. Esto es contabilidad.
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LA JERARQUÍA DEL ASFALTO
En esta ciudad, los coches no se rigen por semáforos, sino por un estricto código de marcas. Un Citroën C3 debe ceder ante un Audi A3, que a su vez se inclina ante un BMW Serie 5. Un Ford Fiesta espera sumiso el paso de un Mercedes Clase E, y hasta un elegante Jaguar F-Type debe retroceder ante un Porsche 911.
Pero las dudas surgen cuando un Volvo XC90 se encuentra con un Lexus RX: ¿debe primar la seguridad escandinava o el lujo japonés? Los Tesla generan caos: algunos insisten en que su tecnología eléctrica los sitúa por encima de los combustión, pero los puristas exigen verlos humildes ante un Ferrari Roma.
El conflicto llegó a los tribunales cuando un Land Rover Defender (arguyendo su herencia militar) chocó con un Maserati Ghibli (que alegó superioridad artesanal). El juez, tras revisar manuales de prestigio y tablas de precios, falló a favor del Maserati… hasta que el abogado del Land Rover presentó un informe sobre durabilidad en terrenos hostiles.
La sentencia final fue inesperada: “Ambos deben ceder ante un Hummer H1. Caso cerrado”.
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Cuando el meteorito cayó, todos perecieron. Menos uno. Entre el polvo y el caos, extendió sus alas y alzó el vuelo. Y ahora lo llamamos pájaro.
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El impacto oscureció el cielo. Ceniza, fuego, muerte. Los dinosaurios gigantes se extinguieron, pero uno pequeño agitó sus plumas primitivas y escapó volando. Millones de años después, su descendiente gorjea en mi ventana.
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EL HOMBRE DE PAPEL
Los generales quemaron sus libros, pero sus palabras ya volaban en murmullos. Lo arrestaron, lo borraron... hasta que el mundo lo convirtió en bandera. Su creador murió pobre, sin saber que su criatura sobreviviría a todos los regímenes.
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SÍSIFOS DE LA CONVERSACIÓN
Laura lo amaba y se volvió loca por Daniel. Hace casi treinta años. Él le hizo mucho daño, pero ella logró superarlo. Hace más de veinte años. ¿Puede Laura llamar amiga a Sofía, quien aún le sigue preguntando por lo que pasó con Daniel?
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Un día llegué a Tandil y conocí a un anciano, que a falta de inteligencia se le dio por ser muy sabio. Le pregunté por los escritores una noche. Me contestó que todo escritor es, en el fondo, un lector al que se le fue la mano.
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Vieron su carné de donante y le sacaron todo: corazón, humor, cerebro, ojos. Ahora hay gente con un corazón podrido, humor de mal gusto, cerebro inútil y que no ve ni lo obvio.
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Vieron su carné de donante y le sacaron todo: el corazón, el humor, el cerebro, los ojos. Ahora hay gente por ahí con un corazón amargado, humor negro, pocas luces y ceguera total.
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(Un templo en la montaña, al anochecer. Suenan campanas lejanas. El viento mueve suavemente los cerezos en flor. El joven monje se sienta junto al fuego, inquieto.)
KENSHŌ.— Maestro Hōren... no puedo dormir. El mundo está lleno de sufrimiento. Guerras, hambre, desamor. No dejo de pensar en ello. ¿Cómo puedo descansar cuando otros no pueden?
MAESTRO HŌREN.— (Sirviendo té con calma.) Kenshō... el que intenta vaciar el océano con las manos, solo termina agotado.
KENSHŌ.— ¿Entonces no debo preocuparme?
MAESTRO HŌREN.— Preocuparse es como cargar agua en un cesto de bambú: mucho esfuerzo, poca utilidad. La compasión no requiere desvelo, sino presencia. Duerme, y sueña con un mundo mejor. Despierta, y haz que un rincón de él lo sea.
KENSHŌ.— ¿Eso basta?
MAESTRO HŌREN.— Basta con una vela para romper la oscuridad. Pero recuerda: la vela no llora por la noche, simplemente arde.
(Kenshō asiente en silencio. Cierra los ojos. El sonido del viento parece calmarse. El fuego crepita suavemente.)
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–Maestro Hōren... no puedo dormir. El mundo está lleno de sufrimiento. Guerras, hambre, desamor. No dejo de pensar en ello. ¿Cómo puedo descansar cuando otros no pueden?
–Kenshō... el que intenta vaciar el océano con las manos, solo termina agotado.
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–Pepe, en la radio dicen que esto se está viniendo abajo.
–Pues no sé quién podrá levantarlo. Leí en el periódico que faltan albañiles.
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–Debemos prepararnos ante la posibilidad de que una civilización interestelar sea nazi.
–Ah, sí. ¿Cómo? Le vendemos armas supersónicas a los polacos.
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La flota alienígena aterrizó en Varsovia.
–¿Otra vez nosotros? –dijo un coronel polaco.
Y sin esperar orden, desplegó las catapultas de plasma.
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Si sumamos tres leones a una gacela, nos salen tres animales.
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Tres leones acechan a una gacela en la sabana. Un matemático observa la escena y anota: 3 + 1 = 3.
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CRÓNICAS ESIANAS
Y si no hay más ruegos ni preguntas, damos por finalizado el claustro y el curso escolar. Recordad que, aunque sean las once y media, tenéis que quedaros aquí hasta las dos, para fichar.
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Confucio predicaba virtud y rectitud. En el Aula Confucio había poco de eso.
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CRÓNICAS ESIANAS
Confucio predicaba virtud y rectitud. En el Aula Confucio no había ni lo uno ni lo otro.
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Confucio predicaba virtud y rectitud. No había ni lo uno ni lo otro en el Aula Confucio.
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Confucio predicaba virtud, rectitud y respeto. Por eso, cuando pusieron su nombre a un aula en la universidad, muchos pensaron que sería un templo del saber y la disciplina. Se equivocaban. En el Aula Confucio reinaban la desgana, el plagio y la mediocridad. Los alumnos apenas escuchaban, los profesores apenas enseñaban. Todo se resumía en aprobar sin esfuerzo, fingir respeto y cumplir con lo justo. Nada más alejado del sabio chino. Si Confucio pudiera ver lo que ocurre bajo su nombre, quizá no diría nada. Solo asentiría con tristeza, recogiendo sus enseñanzas y marchándose en silencio. Sin mirar atrás.
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TEODORICO
Diez flechas le atravesaron el pecho, pero Teodorico seguía respirando, aferrado a la vida. Sus hombres lo rodearon con respeto: los hunos se habían retirado, la batalla estaba ganada. Uno se inclinó y dijo:
–Mi rey, hemos vencido.
Pero él no preguntó por la victoria. Su mirada, nublada, buscaba algo más importante.
–¿Y mi caballo? –susurró.
A unos pasos, entre cuerpos enemigos, yacía su corcel favorito, inmóvil.
Uno de los soldados, al ver los ojos del rey apagarse, murmuró con firmeza:
–Vive, mi señor. Vive.
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–¿Cómo te corto el pelo?
–Pues mira, desde la última vez me dejó mi pareja, me degradaron en el trabajo y el perro ya no me reconoce. Así que hazme un corte fácil… algo que no agrave la situación.
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PEDRO SÁNCHEZ
Cuando se retiró, publicó un tercer libro: Cómo dejar los problemas al que venga después. En él explicaba, con descaro, cómo apaciguó a los pensionistas subiéndoles las pensiones por encima de toda lógica presupuestaria y a los independentistas dándoles todo lo que pedían.
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Mi vida es más feliz –o al menos soportable– gracias a joyas como Predator. Pero claro, si uno prefiere sumirse en el abismo existencial, siempre le quedará el cine de Isabel Coixet y sus emocionantes planos de tazas humeantes.
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Ella lo amaba, se volvió loca por él. Hace casi treinta años. Él le hizo mucho daño, pero ella logró superarlo. Hace más de veinte. ¿Se puede llamar amiga quien aún le sigue preguntando por él?
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Cuando escribo, nunca sé si soy yo, mi superyó o el ello. El ello es escurridizo, travieso, a veces incluso tirano: me hace creer que escribo yo, cuando es él quien mueve los dedos. Al superyó intento callarlo, pero no siempre lo logro. Quizá es él quien está escribiendo esto ahora.
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Ella había sido guapa, sin duda; todavía conservaba unos hermosos pechos. Y seguro que se echaría encima de mí en cuanto le diera la menor oportunidad. Al fin y al cabo, era una zombi.
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Si mi mujer y yo no hubiéramos podido llevar a nuestro hijo a los bares, ellos habrían ganado el último año con nosotros… 0 euros.
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Escaparon todas las perdices. El final del cuento estaba abierto.
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Yo no me acercaría a ese terizinosaurio. Está de uñas.
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No tenía forma de convertirse en catedrático por la vía ordinaria, así que le ofrecieron una solución extraordinaria: una convocatoria excepcional, apenas un trámite. Entregó sus méritos: publicaciones, proyectos, años de docencia. Había otro aspirante, con una sola publicación. Le restó importancia. Esperó el examen confiado, hasta que vio salir al otro candidato, sonriente, acompañado por el rector, que luego no asistió a su prueba. Le pareció extraño. Luego se enteró: aquel aspirante era hermano del jefe de departamento. Entonces lo entendió todo. La plaza nunca fue suya. Desde el principio, había estado escrita con otro nombre. Sus méritos solo sirvieron para dar apariencia de legalidad. El tribunal le agradeció su esfuerzo. Le ofrecieron una foto de grupo. La colgó en su despacho. No para recordarla con orgullo, sino como advertencia: hay puertas que no se abren con trabajo.
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No podía acceder a la cátedra por vía ordinaria, así que le ofrecieron un proceso excepcional. Tenía méritos sobrados. El otro candidato solo había publicado una vez. Confió. El día del examen, vio salir al rival acompañado del rector, que no volvió para su prueba. Supo entonces que todo estaba decidido. El otro era hermano del jefe de departamento. La plaza tenía dueño desde el inicio. Sus méritos solo decoraban la farsa.
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Desde hace medio año, un carril permanece cortado por obras eternas. En plena autovía, los coches deben reducir a 60. Incomodidad para todos, excepto para la Guardia Civil, que encontró en la molestia ajena una oportunidad: recaudar nunca fue tan fácil.
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¿Cómo que la ley de Malthus está obsoleta? ¡Si está más vigente que nunca! Las necesidades humanas crecen mucho más rápido que los recursos disponibles.
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¿Cómo que la ley de Malthus está obsoleta? ¡Si está más vigente que nunca! Las necesidades humanas no dejan de multiplicarse: móviles de última generación, viajes en avión, piscinas privadas, ropa que cambia con cada temporada... Los recursos no dan abasto.
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¿Cómo que la ley de Malthus está obsoleta? Las necesidades humanas crecen sin freno: móviles, viajes en avión, coches cada vez más grandes, piscinas privadas, ropa que cambia con cada temporada, aire acondicionado, pantallas gigantes… Y los recursos, claro, no dan para tanto.
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Siempre se puede sacar algo de lo malo. Un carril cerrado por obras desde hace medio año obliga a reducir a 60 en plena autovía. Para los conductores, un fastidio. Para la Guardia Civil, una bendición: nunca fue tan fácil llenar el cupo de multas.
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La vida es como la Odisea: la mayoría no llega a Ítaca.
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Elena se hizo amante de Andrés, encontrando en él aquello que un día tuvo con Carlos, su marido. Al principio, todo era nuevo, emocionante. Pero con el tiempo, el tedio se coló entre ellos. Decidió seguir con su marido y con Andrés, pero ya buscaba otra pasión que rompiera la monotonía.
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Elena se hizo amante de Andrés, hallando en él lo que un día tuvo con Carlos, su marido. Al principio, todo era nuevo y emocionante, pero el tedio volvió. Siguió con ambos, aunque ya buscaba otra pasión que rompiera la rutina de su vida.
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Entre libros, buscaban respuestas exactas a preguntas sin sentido. Al final, entendieron que la única verdad era que nadie les preguntaba nada.
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Come out? Couldn't. Too tight closet.
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¿Salir del armario? Imposible. Estaba encajonado.
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EL LECTOR DE SHAKESPEARE
A los dieciocho años leyó Romeo y Julieta. Fue una revelación. No por la historia, que ya conocía, sino por las palabras. “¡Qué forma de decir las cosas!”, pensó. Y se prometió que un día leería todas las obras de Shakespeare.
El propósito era noble. El método, menos. Sacó de la biblioteca municipal las Obras completas traducidas por Luis Astrana Marín. Un tomo enorme, de pastas verdes, con las páginas amarillentas. Se lanzó sobre Hamlet, con asombro y esfuerzo. Lo terminó. Después, vinieron los estudios, los amigos, las fiestas. No hubo tiempo para más.
A los veintinueve, en plena crisis de los casi treinta, lo intentó de nuevo. Sacó el mismo tomo –más gastado aún– y leyó Ricardo III. La crueldad y la ambición del jorobado le fascinaron. Pero después, el trabajo, los viajes, una relación absorbente: Shakespeare volvió a quedar atrás.
Cansado de depender de bibliotecas, se regaló por su treinta y cinco cumpleaños la edición en varios volúmenes de Astrana Marín, encuadernada en piel, papel biblia. Con solemnidad abrió La tempestad. Leía por las noches, hasta que la rutina, las prisas y el cansancio fueron cubriendo la historia de Próspero de polvo.
A los cuarenta, graduado en la Escuela Oficial de Idiomas, decidió atreverse con Shakespeare en versión original. Compró en Londres un volumen de las Complete Works, papel biblia, flexible. Empezó con Otelo, diccionario en mano. Tras las primeras escenas, lo cerró. Demasiado esfuerzo.
Luego compró el libro de Harold Bloom sobre Shakespeare. Nunca pasó de las primeras páginas.
A los cincuenta y cuatro, recién divorciado, las hijas con su ex, los fines de semana largos y vacíos, por primera vez tuvo tiempo. Leyó Coriolano, El mercader de Venecia, y empezó Enrique V. Por un momento creyó que esta vez sí lo conseguiría.
Con renovado entusiasmo, compró traducciones nuevas, más modernas. El proyecto seguía vivo.
Al jubilarse, se prometió leer todas las obras en orden. Empezó bien: Ricardo II, El rey Juan. Pero el ingreso en el hospital, dos meses en cama, interrumpió la empresa.
Después vinieron los problemas de vista. Leer le fatigaba. Probó audiolibros, pero no le convencían: las voces, los ritmos, no eran suyos.
A los ochenta, pidió a la mujer ecuatoriana que le cuidaba:
–Lea un poco de El rey Lear.
Ella leyó, con acento suave. Al poco él dijo:
–Déjelo. No siga.
Ella pensó que la historia era demasiado triste.
Él no le explicó nada. Solo miró por la ventana, como buscando algo que ya no estaba allí.
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–El desayuno ha subido a 5 euros.
–¿A 5 euros? Ni para 2,1 me alcanza. ¿Me puede fiar?
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Mark, te propongo algo. Le preguntamos al Tribunal Constitucional si es legal gastar un 5 % en defensa. Y te juró que si responde que sí, lo gastaré.
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EL ÚLTIMO ENCARGO
Los Cosechadores de Ayer viajaban por el tiempo para satisfacer los caprichos de los ricos. Martínez, el mejor de todos, había traído de 1810 la pluma de Bolívar, de 1927 el primer micrófono de Gardel, y de 1492 hasta la última lágrima de un taíno al ver las carabelas.
Pero esta vez era distinto.
–Quiero el silencio que existió un segundo antes del Big Bang –dijo el cliente, un magnate de la neurotecnología–. Nombraré una ciudad entera en tu honor si lo consigues.
Martínez ajustó su cronorregulador. Sabía que era imposible: no había “antes” del Big Bang, según toda la física conocida. Pero también sabía que los genios se distinguen por cumplir lo imposible.
Su primer viaje lo llevó al 14 de julio de 1789, a las 5:29 AM, minutos antes de que la multitud asaltara la Bastilla. Robó el silencio tenso de esa madrugada revolucionaria, guardándolo en un frasco de cristal cuántico.
–No es esto –rugió el magnate al oírlo–. ¡Es el eco de mil gritos por venir!
El segundo intento fue al 15 de abril de 1912, a las 11:39 PM. Capturó los 37 segundos de calma chicha entre el choque del Titanic y el primer grito de alarma.
–Demasiado humano –escupió el cliente.
Martínez viajó entonces al límite mismo del tiempo: 10 milisegundos después del Big Bang. El calor le carbonizó tres trajes consecutivos. Pero cuando abrió su recipiente, solo obtuvo un rugido de plasma primordial.
Fue entonces que recordó las palabras de su mentor: “Lo imposible no está en el tiempo, sino en la percepción”.
Su último viaje no requirió cronodesplazamiento. Entró al estudio del magnate a las 3:17 AM, cuando este yacía en sueños inducidos por sus propias máquinas. Capturó el microsegundo exacto en que un sueño se convierte en pesadilla.
Al despertar, el magnate abrió el frasco. Sus ojos se dilataron.
–Es... nada –murmuró–. Absoluta nada.
–No –corrigió Martínez, cobrando su cheque–. Es el silencio que buscabas. El que existía dentro de ti todo este tiempo.
El informe final de Martínez anotaría: “Objeto imposible conseguido. Cliente insatisfecho. Como siempre”.
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EL ORDENADOR DE LAS HISTORIAS PERDIDAS
El portátil olía a tabaco barato y tenía una pegatina de “Bienvenidos a la noche del terror” en la tapa. Al encenderlo, encontré una carpeta llamada MIS OBSESIONES con diez archivos:
“Apocalipsis en el Mercadona”: Los zombis atacaban a los clientes del supermercado, pero solo a quienes compraban productos light. El último superviviente se escondía entre los yogures caducados.
“Vampiro en la C-5”: Un chupasangres viajaba cada noche en el tren de cercanías, chupando la energía de los móviles en vez de sangre.
“El fantasma de la oficina”: Un espectro atormentaba a los trabajadores cambiando las teclas del teclado. Su víctima favorita: el becario que nunca guardaba los archivos.
“La maldición del libro de texto”: Un manual de 4º de ESO resucitaba a los filósofos muertos. Kant aparecía en los espejos pidiendo café.
“El trol de Lavapiés”: Un ser mitológico vivía bajo el metro de Tirso de Molina y solo atacaba a turistas que preguntaban por “la auténtica paella”.
“La influencer vampira”: Subía selfis con filtros para ocultar su verdadera naturaleza. Sus seguidores desaparecían tras los meet & greet.
“El licántropo de Carrefour”: Cada luna llena, un empleado de reponedor se transformaba y aullaba entre las estanterías de congelados.
“El fantasma del Windows 98”: Un virus antiguo poseía el ordenador y solo escribía poemas tristes en WordPerfect.
“El zombi de la biblioteca”: Devoraba libros de autoayuda y escupía citas motivacionales.
“La bruja del pan bimbo”: Hechizaba a quienes comían su pan de molde, convirtiéndolos en muñecos de publicidad.
El último archivo, “LEEME.txt”, decía: “Si encuentras esto, es demasiado tarde. Ellos ya te han visto”.
Miré a mi alrededor. En la pantalla, el fondo de escritorio –una foto de un bosque– tenía un detalle nuevo: entre los árboles, una figura pálida sonreía.
El portátil se apagó solo. Desde entonces, cada noche, escribe historias nuevas.
Ayer abrí el documento más reciente. El título era mi dirección exacta. El primer párrafo describía con inquietante precisión cómo estoy sentado en este momento, tecleando esta advertencia, mientras algo respira detrás de mi sillón.
No me atrevo a mirar.