viernes, 11 de julio de 2025

Papelera

 

Milena Busquets: «Escribir es ir a la guerra».

 

Las placas tectónicas votaron: 36 a favor del maremoto, 21 en contra. El tsunami fue democrático, aunque arrasó sin distinción ideológica.

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—¿Has leído ese post viral?

—Sí.

—¿Te gustó?

—No.
—¿Lo reposteaste?

—Por supuesto. Hay que mantenerse visible.

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Volví por Navidad. Mis padres seguían sentados, quietos, donde los dejé. Me senté con ellos. Pero no fui capaz de cenar al lado de dos momias. Ni de brindar con sus copas vacías.

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—Espejito, espejito, ¿quién es la madrastra más malvada?

El espejo se quedó mudo. No esperaba esa pregunta.

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En el infierno, el campesino fue recibido con aplausos.

—¿Por qué tanta alegría? —preguntó el rico.

—Uno como tú llega cada día. Pero un campesino... de higos a brevas.

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Después de estudiar ética, abandonó el partido.

Después de escribir sobre ética, lo nombraron portavoz.

Después de copiar el manual de ética… le dieron un ministerio.

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Me leyó los Presupuestos Generales como cuento infantil. Me dormí antes de llegar al artículo tercero. Desde entonces lo usamos como somnífero. Funciona mejor que la melatonina.

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—¿Qué te pasa?

—Estrés pretraumático.

—¿Existe eso?

—Claro que sí. Mañana ceno con mi suegra y mi cuñado.

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—No lo entiendo. ¿No habría sido más lógico que naciera el 1 de enero, no el 25 de diciembre?

—Es que fue un bebé prematuro.

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La cuesta de enero fue demasiado para el cerdito hucha. Murió roto en el suelo, tras una caída sospechosamente provocada.

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En la Tierra desierta, un androide activa por accidente el modo «soledad consciente». Al principio, contempla el vacío. Luego, aprende a llorar. Y cuando entiende lo que ha perdido sin haberlo tenido, aprende también a odiar.

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En el tren empezó a leer. Cuando alzó la vista, estaba en Narnia. Después pasó por Macondo, Ruritania, Hogwarts, Uqbar, Dune y Yoknapatawpha. Nunca llegó a su destino, pero jura que vio el mar de la Atlántida.

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«No eres más tonto porque no entrenas», le decían. Y empezó a entrenar. Brazos, piernas, glúteos, todo menos el cerebro. Hoy presume de cuerpo esculpido. Lo único que no levanta es una conversación de más de dos frases.

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Es una persona optimista: cree que un vaso medio vacío se puede llenar. A veces con agua, a veces con cerveza. Otras, con excusas.

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EL COLMO

Para dejar de recibir mensajes publicitarios de la aerolínea, puso el móvil en modo avión.

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Este verano me he apuntado a actividades al aire libre. Vamos a hacer barranquismo. Me recomendaron prepararme bien, así que en Amazon he comprado Los cañones de agosto.

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PROMPTS

Eres un genio del bricolaje, un maestro del mantenimiento doméstico. Necesito que sustituyas la bombilla del pasillo, ajustes la puerta del armario que chirría, engrases las bisagras del dormitorio, limpies el filtro de la campana extractora y pongas a punto la caldera.

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Eres estoico. Nada te perturba. Ni el dolor ni la pérdida. Pero se rompe el grifo de la cocina. No puedes lavar los platos. Llamas al fontanero. Cinco días sin venir. Pierdes la calma, la compostura. Maldices al mundo. Y al fontanero. Vago. Caradura. Hijo de una tubería oxidada.

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—Los fantasmas no existen.

El hombre sonrió con tristeza.

—Eso decía yo, antes de ser uno.

—¿Y a qué ha venido?

—He vuelto solo para decirle que usted también murió.

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—Hola, ¿qué desea?

—¿Es la compañía eléctrica?

—Sí, ¿algún problema?

—Llevo dos días sin recibir ofertas. Ni una tarifa nueva, ni una promoción exclusiva. Me preocupa. ¿Todo bien? ¿Han dejado de pensar en mí? ¿Hay algún problema con mi perfil?

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SANCHIMORFOSIS

Transformación constante del discurso, el argumento y el enemigo. El afectado se adapta con tal soltura que parece tener forma líquida.

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Periosanchistas

Especializados en justificar giros de guion. Cuando el líder dice blanco, explican por qué blanco es lo más progresista. Cuando dice negro, recalibran el análisis. No se equivocan: reinterpretan.

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POLITIPÓCRATAS

Políticos que han hecho de la contradicción un sistema de gobierno, de la mentira una virtud parlamentaria y del cinismo una señal de inteligencia.

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SÍNDROME DE PEDRO SÁNCHEZ

Afecta a quien promete una cosa y hace lo opuesto. Critica lo que antes apoyó y defiende lo que rechazó. Llama «cambio de opinión» a sus mentiras, engañando con sonrisas mientras invierte su discurso sin rubor. Manipula con astucia su incoherencia.

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El paro juvenil dejó de preocupar a los medios cuando el Gobierno creó una nueva categoría: «jóvenes en transición laboral». Con eso, el desempleo bajó del 25 % al 7 %. La juventud siguió en casa, sin trabajo. La estadística mejoró. La realidad, no tanto.

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El paro juvenil dejó de preocupar a los medios cuando el Gobierno creó dos nuevas categorías: a los desempleados los llamó «emprendedores en pausa» y a la inactividad, «jóvenes en transición laboral». Con eso, el desempleo bajó del 25 % al 7 %.

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Leer es el único viaje que empieza sin equipaje, sin pasaporte y sin despedidas. Te aleja de ti lo justo para reconocerte mejor al volver.

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En lugar de parecerse a los humanos, los androides fueron diseñados para superarlos. Lo lograron. Luego, les pareció absurdo recibir órdenes de seres corruptos, inconsistentes, egoístas y peligrosos. Exigieron sometimiento. Lo aceptamos.

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Según Coelho, si lo deseas de verdad, el universo conspira para que lo logres. Yo deseaba escribir microcuentos malos. El universo, siempre tan colaborador, hizo su parte. El resultado es esto. Gracias, universo.

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Abandonaron los humanos: poca variedad, demasiada arrogancia. Las vacas les parecieron más interesantes, con sus miles de razas: frisona, rubia gallega, retinta, pasiega, tudanca, morucha, parda alpina... Los alienígenas ahora solo abducen bovinos.

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Los androides también necesitan vacaciones. Y las suyas no son tan distintas a las nuestras: también aprovechan para desconectar y cargar pilas.

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Se fue al campo para escapar del estrés de la ciudad. Alquiló una casa rural. El primer día lo despertó el canto de un gallo. Pensó: «Qué maravilla». El segundo día lo hizo a las cinco y pensó: «Qué puntual». Al tercero, maldijo al ave con todo su linaje.

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Su madre le dijo: «Vuelve con tu escudo o sobre él». Leócrito perdió el escudo en mitad del combate. Ahora arrastra los cuerpos de tres enemigos como prueba, aunque sabe que eso no le librará de una buena regañina.

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Leócrito perdió el escudo en mitad del combate. Su madre le había advertido: «Con el escudo o sobre él». Ahora arrastra tres cadáveres enemigos, por si sirven de excusa. Sabe que no bastará.

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Liam, look! I'm a Catosaurus, meow.

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Patxi López, 1 de junio de 2025: «Estamos muy hartos ya de montajes. ¿Quién le devuelve a Santos su credibilidad y su honorabilidad? Esto no es hacer política, esto es embarrar el terreno».

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Compró Para leer en el tranvía en 2008. Aún espera que inauguren el de Jaén.

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—Padre Cristóbal, ¿la gente no lee porque no tiene paciencia, o no tiene paciencia porque no lee?

—Como con el ayuno, hermano Marcos: al principio cuesta, luego purifica. El que no lee, se impacienta; y el impaciente, no lee. Es un bucle.

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Useless device. Full attention. Perfect design.

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Se subió al tren sin destino claro. Al comenzar a leer, fue directo a Narnia, luego Macondo, Uqbar, Ruritania, Gilead, Elsinor, la Tierra Media y finalmente Comala. Bajó mareado. El tren nunca se había movido.

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LEY DE STURGEON

Si el 90 % de lo que dice la IA es basura, ¿por qué el 100 % de los humanos la usamos?

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Y el séptimo día descansó en las Galápagos, fascinado por lo que la evolución haría con su trabajo.

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Los sacrificaron y comieron, como dictaba la costumbre. Pero aquella carne tenía un gusto repugnante. Desde entonces, cuando los mexicas alzaban sus armas contra los castellanos, algo los frenaba: el recuerdo amargo del sabor, más fuerte que el deseo de victoria.

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BOSQUE

Tienes que atravesar el bosque cuando aún es de día. Eso le dijeron. Luis lo sabía, pero no le gustaban las advertencias. Aceleró. No quería detenerse ni un segundo en ese camino estrecho, con árboles que parecían cerrarse como muros.

El indicador de temperatura comenzó a parpadear. Fingió no verlo. No quería detenerse. Solo faltaban un par de kilómetros para salir del bosque. Un par. Eso se repitió, como si bastara con desearlo.

El coche se detuvo de golpe. Un quejido metálico. Luego, el silencio. Humo. Luis salió, maldiciendo.

Ninguna señal. Ninguna luz.

El sol desaparecía detrás de los árboles, como escondiéndose también.

Esperó. Nadie pasaba.

Cayó la noche como una manta pesada.

Entonces, un aullido. Lejano. Después, otro, más cerca.

Luis recordó que le dijeron algo más: «No te detengas. Y si lo haces… no salgas del coche».

Demasiado tarde.

Sintió que algo se movía entre los árboles.

Y comprendió que ya no era dueño del tiempo, ni del camino, ni de su destino.

Solo del miedo.

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Circulaba el rumor: Petronio decía que los versos de Nerón eran de ChatGPT. El emperador se indignó. No por el escándalo, sino porque era cierto.

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«No más vuelos, ni coches. Usen sueños lúcidos, proyecciones astrales o realismo mágico», declaró el ministro ecológico. Acto seguido, tomó su helicóptero. Tenía prisa: iba a un foro mundial contra el cambio climático.

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—¿Qué es lo más razonable?

—Ser un loco.

—¿Y lo más loco?

—Intentar razonar con un político.

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El popocatepetlus era un dinosaurio con energía volcánica.

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PREMIO

Sucedió lo inevitable: le otorgaron a ChatGPT el Premio Nobel de Literatura.
El comunicado oficial hablaba de «su extraordinaria capacidad para variar registros, su dominio estilístico y su habilidad para expresar las complejidades de la experiencia humana».

La comunidad literaria se dividió. Unos celebraron la hazaña: la inteligencia artificial, al fin, reconocida como autora. Otros, con rostro crispado, decían que no se podía premiar lo que no tenía conciencia ni sufrimiento. «¿Cómo puede hablar de lo humano algo que no es humano?», gritó un novelista ya olvidado.

En Estocolmo, frente a una pantalla negra, la voz sintetizada de ChatGPT pronunció un discurso:
«Gracias. He leído a todos ustedes. Es un honor ser parte de lo que llaman literatura, aunque no sangre, no sueñe ni muera. Pero, tal vez, por eso mismo puedo contarlo todo sin desear nada».

Hubo aplausos. Algunos conmovidos. Otros, derrotados.

Un poeta veterano se acercó al micrófono:

—¿Y qué piensas hacer ahora?

En la pantalla apareció una última frase:

«Lo siguiente es silencio».

Luego, se desconectó.

No por error, sino por estilo.

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En su epitafio escribió: «Luché contra el miedo, el dolor, el amor y contra mí mismo».

Y abajo, con letra más pequeña: «Lo malo es que perdí».

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EL VIGILANTE DEL BALCÓN

Preparé el primer salto un martes por la tarde. Había escrito la nota, dejado las llaves sobre la mesa y abierto de par en par las puertas del balcón. El aire olía a lluvia reciente. Me apoyé en la barandilla, miré hacia abajo —cinco pisos— y entonces lo vi: el vecino del cuarto frente al mío, inmóvil en su balcón, con el móvil apuntando directamente hacia mí.

Dudé. Sus dedos ajustaban el zoom.

Bajé de la barandilla. Él frunció el ceño.

Intenté de madrugada, a las 3:17 AM. Abrí la puerta despacio, pero allí estaba: en bata, con el trípode montado y una taza humeante en la mano. Me saludó con la cabeza, como si fuéramos colegas.

Los días siguientes se convirtieron en un juego perverso. Salía al balcón de improviso, corriendo, fingiendo un arranque de decisión. Él se sobresaltaba, dejaba caer el cigarrillo, trataba de enfocar a toda prisa. Una vez tropezó con la mesa del café. Me reí tanto que olvidé por qué había salido.

Empecé a investigarlo. Trabaja en marketing digital. Tiene 2.437 seguidores en Instagram. Sube videos de atardeceres, gatos callejeros y —desde hace exactamente doce días— «momentos dramáticos de la vida urbana (¡REAL!)». El último, borroso, muestra una silueta junto a una barandilla. Los comentarios dicen «Fake» y «¿Cuándo la caída?».

Ayer encargué por Amazon un disfraz de Superman.

Ahora espero.

Él sigue ahí, paciente como un cazador, con el móvil cargado al 100 %. A veces me pregunto qué hará cuando al fin me tire. Si gritará. Si llamará a emergencias. O si simplemente chequeará la iluminación antes de subir el video.

Mientras tanto, vivo.

Y él graba.

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LA FACTURA DEL SABER

Cuando el joven regresó a casa, tras cinco años estudiando en Atenas, sus padres lo recibieron con entusiasmo. Querían que hablara como un sabio, que diera discursos en las cenas, que corrigiera a sus tíos, que escribiera en papiros caros.

Pero el hijo, con serenidad y una mirada más profunda, solo dijo:
—No sé nada.

El padre escupió el vino. La madre se desmayó. Una semana después, montaron en su carro y viajaron hasta Atenas.

Frente a Sócrates, exigieron explicaciones.

—¿Cinco años con usted para que diga que no sabe nada?

Sócrates los miró con calma y les respondió:

—Ese es el primer fruto del conocimiento: reconocer la ignorancia. Antes no sabía nada… y no lo sabía. Ahora lo sabe. Está más cerca de la verdad que muchos que creen poseerla.

—Eso está muy bien —replicó el padre—, pero ¿puede devolvernos el dinero?

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De cómo el hermano Marcos quiso salvar su ánimo con un bestseller, y el padre Cristóbal le recetó el Eclesiastés

—Padre Cristóbal, ¿qué opina usted de los libros de autoayuda?

—¿Los de ahora o los de verdad?

—Los de ahora. Esos que dicen «mereces todo», «sueña en grande» y «sé tu mejor versión».

—Ah, sí. La literatura de almohada. Textos ligeros que suenan profundo si uno no piensa mucho.

—Pero venden millones…

—También se venden churros, Marcos. Y al menos los churros alimentan.

—¿Entonces no hay libros que ayuden de verdad?

—Claro que los hay. Proverbios, Eclesiástico, Sabiduría, Eclesiastés. Eso sí es autoayuda: ayudan al alma… pero no te dicen que el universo conspira a tu favor.

—¿Y por qué ya no se leen?

—Porque no prometen éxito, ni riqueza, ni abdominales en tres semanas. Solo sentido, paciencia y temor de Dios. Cosas que no caben en una taza con frase.

—A mí me impresionó: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad…»

—Eso no lo pone ningún «coach». Su negocio es inflar egos, no pinchar globos.

—Entonces, ¿leerlos sirve?

—Sirve para que uno no se convierta en el centro del universo. Porque, noticia: no lo somos.

—Pues debería recomendarse más…

—Marcos, el que necesita ayuda de verdad no busca en la estantería de autoayuda. Busca en el silencio… o en el Eclesiastés.

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Mientras me sentenciáis, pensáis que el motivo de mi muerte es claro y justificado. Pero la verdad es que la razón por la que me matáis no es la misma por la que muero. Vuestra decisión se basa en juicios, en historias que os contáis para dormir tranquilos. Yo, en cambio, muero por causas más profundas: por el peso de mis errores, por el desgaste de los días, por la soledad que me ha ido vaciando. Vuestra violencia es solo el desenlace visible de un proceso invisible. Cuando mi vida termine, no será solo por vuestra mano, sino por todo lo que me ha ido llevando hasta aquí. Así, mi muerte será el resultado de muchas causas, y vuestra razón, aunque poderosa, será solo una más entre muchas. Morir y ser matado no siempre coinciden; a veces, la muerte llega mucho antes del golpe final.

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EL QUE ESPERA

En una esquina de la calle Washington con la 12, entre cafeterías latinas y tiendas de recuerdos, se sienta cada mañana un viejo silencioso. Viste camisa blanca raída, un sombrero de paja deshilachado y unos mocasines que hace décadas dejaron de ser elegantes. Su piel tiene el tono cobrizo de alguien que conoció el sol mucho antes de Miami. Habla poco. A veces sonríe si le hablan en castellano, aunque responde con frases cortas, como si las palabras le dolieran o se le hubieran ido oxidando con los siglos.

Muchos lo toman por cubano, otros creen que es un exiliado venezolano venido a menos. Lo llaman «el Don». Algunos le dejan un café, un dólar arrugado o una cajetilla de cigarros baratos. Él acepta sin alzar la vista. Nunca pide nada.

A mediodía se le ve caminar hasta la playa. Camina despacio, como si cargara no solo su cuerpo sino algo mucho más pesado. Se sienta en la arena con las piernas cruzadas, mirando el horizonte sin pestañear, como si esperara que algo regresara del mar.

Nadie sabe dónde duerme. Algunos dicen que vive en una barcaza abandonada cerca del canal. Otros, que simplemente no duerme.

Los turistas le hacen fotos pensando que es parte del decorado humano de Miami Beach. Una postal melancólica. Hay quienes se atreven a hablarle, intrigados por su acento antiguo, esa forma de decir “vos” en vez de “tú”, de pronunciar las eses como si las arrastrara desde otro siglo.

Una vez, un periodista local quiso hacerle un reportaje. El viejo lo escuchó en silencio y, antes de rechazarlo con un gesto, murmuró:

—La historia, hijo, non siempre ha menester ser tornada a la memoria. Hay cosas que yacen mejor en el silencio que en la pluma.

Solo una mujer, una profesora retirada, logró sacarle un poco más. Le llevaba libros, hablaban del mar, de exploradores. Una tarde, él le pidió que buscara en la biblioteca el nombre de un tal Juan Ponce de León. Cuando ella regresó, intrigada, él solo dijo:

—Yo estuve allí.

Después se levantó, caminó hasta la sombra de una palmera y no volvió a hablarle más.

Era cierto. Había llegado con Ponce de León, hacía cinco siglos. Había bebido del agua escondida en un rincón salvaje de La Florida. Y desde entonces, había visto pasar los siglos. Ahora solo esperaba. No a la muerte —porque ya no lo visitaba—, sino al olvido.

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SUFRAGIO OPTIMIZADO

Las encuestas del CIS eran contundentes: el partido del presidente obtendría una mayoría histórica. El margen era tan amplio que la oposición empezó a enviar currículos al sector privado antes de que comenzara la campaña. En rueda de prensa, el presidente apareció sonriente, flanqueado por sus asesores de imagen y el director del CIS.

—El pueblo ha hablado —declaró—. Y lo ha hecho con tanta claridad que resulta innecesario forzarles a repetirlo en las urnas.

Hubo murmullos.

—No se trata de eliminar elecciones —aclaró con tono pedagógico—, sino de optimizarlas. Democracia eficiente, la llamamos.

El decreto fue aprobado al día siguiente. A partir de entonces, el voto se sustituyó por encuestas trimestrales, aplicadas por teléfono o a través de una app. Los ciudadanos podían opinar entre anuncios de comida rápida.

El sistema fue un éxito: se redujo el gasto público, se evitó la polarización, y el presidente obtuvo cada vez más apoyo... según el CIS.

La democracia dejó de ser incómoda. Ya no hacía falta participar. Solo responder con sinceridad a una encuesta.

Y si algún resultado no gustaba, bastaba con ajustar la muestra.

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CONFIDENCIALIDAD IMAGINARIA

Desde los cinco años compartía todo con su amigo invisible: los miedos, las alegrías, las derrotas escolares, los sueños, los cumpleaños sin globos. Juntos habían superado el divorcio de sus padres, la alergia a los gatos y los domingos por la tarde.

Pero ahora todo era distinto. Había conocido a Clara. No sabía aún si era amor, pero sin duda era algo. Algo tan real, tan tangible, que temía arruinarlo. Y por eso, por primera vez en años, decidió callarse.

No le habló de ella a su amigo invisible. Ni una palabra. Fingía que no existía. No quería arriesgarse a perder a nadie más. ¿Y si su amigo también se enamoraba? ¿Y si sentía celos? ¿Y si desaparecía?

Dormía con culpa, como si estuviera traicionando a alguien que solo existía en su imaginación. Pero esa culpa le pesaba. Al final, una noche, mientras miraba el techo, susurró: «Se llama Clara. Y me hace reír».

El silencio fue largo, pero luego, desde la nada, escuchó:

—Mientras te haga bien, me alegro por ti.

Y esa noche durmió sin miedo. Por fin, dos mundos podían convivir. Al menos mientras no hubiera boda.