Cuando empecé terapia con el doctor Valls, tenía ansiedad y alguna que otra tristeza flotante. Nada grave. Después de la tercera sesión, supe que tenía un complejo de Edipo «enmascarado», una fijación oral mal resuelta y síntomas de trastorno evitativo. La semana siguiente, añadió un perfil narcisista latente. Me felicitó por mi «estructura mental de alta complejidad», aunque sospecho que era sarcasmo clínico.
Ahora voy a consulta dos veces por semana. He dejado el café, he empezado a soñar con puertas que no llevan a ningún sitio y me siento culpable por no haber odiado más a mi padre.
El doctor toma notas, sonríe poco y formula preguntas que se repiten: «¿Y tú qué sientes al decir eso?». A veces me siento tan observado que empiezo a observarme también. Hablo de mí como si no fuera yo. Creo que él lo llama «disociación funcional».
Mis amigos dicen que he cambiado. Mi madre cree que me han lavado el cerebro. Yo solo sé que ya no estoy seguro de quién era antes. Pero el doctor me asegura que vamos bien.
Lo único que sé con certeza es que, si sigo así, saldré de allí con el diagnóstico completo. O completamente loco.