miércoles, 27 de agosto de 2025

De cómo la naturaleza se burló de los designios del camarada Stalin, con resultado harto contrario al esperado

 En los lóbregos sótanos de un laboratorio moscovita, sabios de la Unión Soviética, con ínfulas de Prometeo, osaron mezclar el ADN humano con el simiesco, anhelando forjar un ser de labor incansable, obediente, inmune a las quejas que afligen al proletario común. Los sabios soviéticos, versados en las artes de Mendel y Darwin, mezclaron con meticuloso cuidado los humores vitales de ambas especies, esperando parir criatura laboriosa e incapaz de murmuración alguna. Mas el destino, siempre burlón, trastocó sus designios. El híbrido, lejos de ser un autómata de pico y pala, emergió con mirada inquisitiva, ávido no de tareas, sino de la sagrada doctrina del PCUS. Sus manos, torpes para el arado, danzaban sobre las páginas de Marx; su voz, más apta para recitar a Lenin que para gruñir, debatía con fervor los decretos del Partido. 
Los científicos, atónitos, llevaron la noticia al camarada Stalin, quien, con ceño fruncido y puño sobre la mesa, vio en tal criatura no un triunfo, sino un sarcasmo de la ciencia. Tras meditar breves instantes, decretó la inmediata suspensión del proyecto, murmurando que ya tenía suficientes comunistas convencidos. «¡Basta de este desatino!», rugió, y el experimento fue clausurado. Así, en la penumbra soviética, un simio filósofo, efímero prodigio, soñó con revoluciones antes de desvanecerse en el olvido.