domingo, 31 de agosto de 2025

Papelera

 Ernest Hemingway: «Sin embargo, resulta estupendo cuando uno escribe de verdad. No hay nada mejor».


—Maestro Tenkai, ¿debo usar la escoba de bambú o la de madera para barrer el patio?
—¿El suelo conoce la diferencia?
—No, maestro.
—Entonces, ¿por qué la conoces tú?
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Casares, con 6.046 vecinos, cuelga de la montaña como racimo de uvas blancas. Sus habitantes afirman que viven en el paraíso, pero olvidan avisar que subir hasta él requiere pulmones de cabra montesa y paciencia de santo mártir.
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—¿Has dejado de escribir?
—No, he dejado de fingir que tenía algo que decir.
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Una discusión no empieza con argumentos, sino con la humillante sospecha de que quizás el idiota de enfrente tenga razón.
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Marcos Muñoz cree que la imprenta desató una plaga de textos basura, que envenenó la cultura, y que las tecnologías digitales terminaron de convertir a cualquier idiota en editor de sus propias estupideces. En X, utiliza un seudónimo.
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Llegar significa enfrentarse a la realidad de lo que queríamos. Ir nos permite seguir soñando con que valía la pena el esfuerzo.
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El Gato con Botas creó perfiles fake en redes sociales para su boss. Le consiguió matches con princesas usando Photoshop. Pero cuando las conocía en persona, todas le hicieron ghosting. 
En cualquier caso, esa no fue una experiencia random; se hizo community manager.
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Júzcar se pintó de azul para recibir a unos duendes del norte. Ahora sus 164 vecinos viven en un sueño cerúleo donde las casas parecen fragmentos de cielo caído. El viajero no sabe si ha llegado a un pueblo o se ha perdido en las nubes.
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Íñigo Galván veneraba a Marx, no solo sus ideas sino su forma de vivir. Con la obsesión del imitador, sableaba a sus camaradas y engendró un hijo con su criada.
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PLAN DE VIDA
2025-2031: perseverar en mis objetivos profesionales, es decir, aguantar.
A partir de 2031: leer a Tito Livio.
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En 2024 dejó al psicoanalista que lo había escuchado desde 2015 y confió en ChatGPT. Tres años después, agotado de metáforas digitales y diagnósticos estadísticos, volvió a un psicoanalista humano. Quizá no para sanar, sino para que alguien lo mirara a los ojos.
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Ya sé que fumar está mal, no necesito que me lo recuerden en la cajetilla. Pero es mi pausa, mi pequeño ritual. Cada hora robo cinco minutos: un cigarrillo, un respiro, el silencio. No fumo solo nicotina, fumo soledad, fumo calma.
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DEMOCRACIA DIGITAL
El político prometió que gobernaría según las encuestas. Cumplió: cambió de opinión cada día durante cuatro años.
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Algunas mañanas, Pascual Ramos, agobiado por el peso del mundo, quiere mandarlo todo al cuerno. Casi siempre, un café humeante le devuelve las ganas de seguir.  
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El presidente se jactaba de no dejar cabos sueltos. Mandó llamar a un gurú, a un chamán y a un brujo. Sus enemigos resistieron, así que prefirió los amuletos modernos: una cuenta bancaria en Suiza y una mansión en Miami.
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Puddle on road became entire ecosystem.
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Aquella mañana, en el desayuno, el profesor de Historia decidió leer un periódico del 10 de noviembre de 1989.
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El optimismo es una enfermedad. Se cura solo con los golpes de la vida.
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Tiene que pagar tantos impuestos que necesita ayuda para vivir. Ayuda que no necesitaría si no fuera por esos impuestos.
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Tras huir del bosque, Hansel y Gretel toparon con la casa de siete enanitos que los pusieron a limpiar. Escaparon de madrugada y llegaron a un castillo en ruinas. Allí, entre muros derruidos, encontraron a una doncella dormida. Decidieron esperar a que despertara.
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X es un ejemplo de que resulta difícil engañar al algoritmo, pero bastante sencillo comprarlo.
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Tomás Martínez, cuando juega a la brisca o al tute, evita ganar porque los ganadores tienen enemigos y responsabilidades. Es más cómodo ser un perdedor simpático que un vencedor odiado.
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No soporta a los niños ni a quienes los tienen. Por eso, en un arranque de coherencia, se hizo vegetariano.
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EPÍLOGO
El lector llegó al final esperando un remate brillante. Solo encontró esta frase explicando que no había remate brillante.
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Reprocharle a un tímido su timidez es como reprocharle a un ruiseñor que cante al alba.  
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ESPAÑA INCREÍBLE
El escándalo no es que el alcalde se pasee en un Mercedes de lujo, propiedad de una empresa constructora, sino que alguien haya publicado una foto del alcalde conduciendo ese vehículo.
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STARTUP
Creó una app para conectar a personas solitarias. Era tan buena que se quedó sin usuarios: todos encontraron pareja.
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Un día supo que sus sueños no se harían realidad. No le importó: al final, soñar también entretiene.
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En el mundo habitan dragones. La gente, antes que enfrentarlos, nos llama a nosotros, los cazadores de dragones. Mas, cumplida nuestra hazaña, desprecian el esfuerzo, diciendo que era solo un lagarto, o niegan su existencia, afirmando que jamás hubo dragón.
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Cada nueva dinastía llamaba ladrones a los que gobernaron antes. Después, otros los llamaban ladrones a ellos. El emperador Zhen lo sabía bien. Pero él robaba con elegancia, dejando caer algunas monedas de plata en los templos y las manos de los mendigos.
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Cada mañana, mi madre me regañaba antes de que yo hiciera nada. Lo curioso era que, aunque yo pasara el día sin cometer una sola torpeza, al volver a casa ella decía: «¿Ves? Tenía razón en regañarte. Así te contuviste».
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Los lobos también mecen a sus pequeños con cuentos. Pero cuando llega el turno de Caperucita Roja, el relato se vuelve pesadilla: un lobo ingenuo es engañado, abierto en canal y vencido por una niña y un cazador implacables.
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En la entrada del parque infantil había un cartel que prohibía fumar, beber, montar en bicicleta y entrar perros. Como la gente fumaba, bebía, montaba en bicicleta y entraba perros, la Concejalía de Parques y Jardines tomó la medida más creativa: retiró el cartel.
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El origamista se hizo una novia de papel. Pero cuando intentó encender la pasión, solo logró cenizas.
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El primer cerdito pereció antes de recibir el permiso de obras. El segundo, con casa levantada pero sin cédula de habitabilidad, corrió igual destino. El tercer cerdito, más sagaz que sus hermanos, sobrevivió no por obedecer las leyes, sino por ignorarlas: era un okupa.
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Ella era guapa, simpática, encantadora. La acompañé a casa.
—¿Un café? —propuso.
Asentí, feliz de alargar la compañía.
—¿Le puedes echar un poco de leche? —pregunté.
—Por supuesto —respondió—. ¿Quieres leche de avena o de cucaracha?
Qué lástima, la noche pintaba bien.
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IDEA PARA UN CUENTO
Tengri está enfadado con los mongoles. Es un dios estepario, humilde, cuyo sencillo culto ya no encaja con su nuevo papel de gobernantes de medio mundo. Por ello, los mongoles lo abandonan por Mahoma y Buda. Tengri se venga. El Imperio mongol se desmorona.
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Ferran Lledó contaba monedas como si fueran reliquias. Reutilizó el papel de multas de tráfico para envolver regalos navideños. Su hija, cansada, le regaló un reloj de oro. Él lo vendió para comprar uno más barato, de plástico.
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Llegó un caballero a la puerta del castillo. Era barrigudo, calvo, con barba descuidada, orejas prominentes y nariz aguileña. La princesa lo observó desde la torre y rezó para que el dragón lo venciera.
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La crueldad lo guía sin más razón que la debilidad ajena. Te agrede porque imagina que callarás. Ignora tu silencio calculado, tu mente fría. No sabe que tienes paciencia. Dos semanas. Esperas la noche. Llevas una garrafa de gasolina y un mechero.
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Poco antes de medianoche, Cenicienta salió corriendo con tanta prisa que en las escaleras se le cayó uno de los zapatitos de cristal. El hábito, forjado en años de responsabilidad doméstica, pudo más que la urgencia del momento. Se dio la vuelta y recogió el delicado zapato.
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Soñó con un meteorito y despertó aliviado: el dinosaurio había desaparecido.
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—¿Y amor? ¿Lo has encontrado alguna vez?
—Una vez, sí. En una sopa de letras.
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En el sueño habita la eterna juventud. Cada noche renacemos sin memoria del ayer que envejece.
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Cansada de que los elefantes jugaran en su tela y espantaran a las moscas, la araña se fue a tejer a otro lugar.
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La nueva ley prohibió arrojar brujas a la hoguera. Pero no decía nada sobre arrojarlas desde una higuera.
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La humanidad es una mentira demostrada. Dios es una mentira aún por demostrar.
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Don Leandro Vilches, ataviado con capa bordada y cadenas de oro fulgente, entraba al mercado por un pepino. Pagaba con ducados resplandecientes y demandaba recibo con sello de realeza. Al partir, proclamaba: «Mi humildad es un tesoro que ostento con donaire».
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El examen de padre incluía contar cuentos infantiles. Le pidieron uno con caballero y princesa. Su respuesta: «Había una vez un caballero que quería a una princesa. La quería de veras. Pero no estaba preparado para casarse ni para tener hijos». El suspenso fue inevitable.
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Ulises regresó a Ítaca vestido de mendigo. Un niño compartió su pan, un anciano le entregó una moneda, una mujer le dio un trozo de tela. Tras tres días de limosnas, comprendió que la compasión alimenta más que los impuestos: había reunido más que cuando gobernaba.
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Dicen que para lograr algo hay que sufrir y desearlo con pasión. ¡Bah! Lucas prefiere el sofá. También ha llegado lejos: conquistó Winterfell, atravesó Springfield, sobrevivió a Raccoon City y merodeó por Twin Peaks.
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Que tú no eres libre. Ni yo tampoco. Ni nadie. Todos somos esclavos de Alá.
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Pedro Sánchez odia las vacaciones: lo cansan terriblemente. Tras tres semanas en Lanzarote, está agotado. Necesita recuperarse urgentemente, así que se va de finde a Andorra.
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Tras recorrer museos y galerías de arte, comprendió algo simple: pagar por un cuadro abstracto era un despropósito. Mejor coger un pincel y hacerlo uno mismo.
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Todos pensaban que el cíclope había sufrido un accidente. Siempre que alguien le preguntaba quién le había hecho aquello en el ojo, él respondía con calma:
—Nadie.
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El día perfecto acaba siendo el día menos esperado.
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Salió torcido y reí.
Pensé: «¡ahora brillará!».
Mas el hado dijo «sí»
y lo torció mucho más.
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Astronaut missed bus, moon remained unreachable.
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Dios creó al hombre, y el hombre creó el peine. El diablo inventó la alopecia.
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Soy optimista: cada vez que digo «no puede empeorar», el mundo me demuestra que aún tengo poca imaginación.
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—¿Por qué estudias filosofía?
—Para entenderme mejor.
—¿Y lo lograste?
—Sí. Ahora sé con precisión por qué soy un fracaso.
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Me negué al tatuaje obligatorio. Tras meses evitándoles, la policía me atrapó. El castigo fue inevitable: un tatuaje absurdo. Ahora, en mi mejilla, un unicornio rosa comiendo helado me mira desde el espejo.
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—¿Qué demonios te hizo matricularte en clases de interpretación?
—Un talento natural. Mi ex sigue convencido de que lo nuestro en la cama fue magnífico.
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Yavé creó el mundo con ChatGPT. Es fácil de comprender porque no fue nada original. Copió mitos cosmogónicos sumerios y babilónicos.
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Su marido le quitó la soledad pero no le dio compañía. Ahora tenía lo peor de ambos mundos: no podía llorar en silencio porque él preguntaba qué pasaba, pero tampoco podía contárselo porque no la entendería.
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EL PRIMER BORRÓN
Me senté frente a la página en blanco como quien encara a un enemigo antiguo. Había algo en su silencio que me desarmaba: tanta pureza, tanta calma, tanta ausencia de huellas. Era un espejo frío que devolvía mi incapacidad.
Me observaba con superioridad. Podía sentirlo. Me recordaba que yo necesitaba de ella, no al revés. Y, sin embargo, cometió un error: me subestimó. Creyó que seguiría inmóvil, atrapado en la impotencia.
Fue entonces cuando mi mano, casi sin pensarlo, dejó caer un borrón en el margen. Un accidente mínimo, una gota de tinta expandida como una herida oscura. No era una palabra, ni siquiera un trazo consciente, pero bastó para romper su perfección.
La página ya no estaba intacta. Había perdido su soberbia, y yo había ganado mi primera batalla. En aquel manchón había espacio para todo: un comienzo, un gesto de rebeldía, la prueba de que lo imposible podía quebrarse.
Ese borrón fue mi victoria y también mi liberación. Descubrí que escribir no empieza con palabras grandiosas, sino con el coraje de ensuciar lo inmaculado.
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Lanza tu corazón contra el último obstáculo. Y no esperes que alguien más lo recoja; ve tú mismo.
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Prefería a los parlanchines. Eran transparentes, sus intenciones obvias como cristal. Hablaban por nerviosismo, por necesidad de agradar, por costumbre. Sus palabras los delataban constantemente.
Los silenciosos, sin embargo, lo perturbaban. ¿Qué ocultaban tras esa quietud? ¿Conspiraban? ¿Lo juzgaban? ¿Conocían su juego y lo despreciaban por ello?
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Los ciudadanos votaron para eliminar las elecciones. La propuesta ganó por unanimidad. Nadie pudo votar para revertir la decisión. La democracia se perfeccionó a sí misma.
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Entró al bufete buscando una fotocopia. Salió con una demanda, tres cláusulas abusivas y un socio capitalista. El café sí era gratis.
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EL ORDEN DE LA LOCURA
El día de las elecciones nadie pensó que fuera posible. Sin embargo, en el manicomio se reunieron todos: los que gritaban al sol, los que coleccionaban botones invisibles, los que recitaban plegarias a máquinas inexistentes.
Primero destituyeron al director. Luego al nuevo director que intentó poner reglas. Más tarde, los celadores, que creían tener la llave del orden, fueron apartados sin discusión. El poder quedó en manos de los internos.
Lo inesperado fue lo que vino después. Se repartieron tareas con un rigor que hubiera envidiado cualquier república. El que contaba pasos se volvió encargado de horarios. La mujer que hablaba con sombras asumió el inventario. El hombre que repetía las mismas tres frases presidió las asambleas con puntualidad exquisita.
El caos se convirtió en disciplina. Las puertas se abrían y cerraban en horario exacto. La comida nunca faltaba. Nadie golpeaba a nadie, porque todos entendían que el dolor podía esperar su turno.
El manicomio, bajo su mando, encontró un orden extraño, perfecto, casi luminoso. Por primera vez, el mundo parecía tener sentido. Algunos, desde afuera, empezaron a pensar que tal vez los cuerdos eran ellos.
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—¿Nos hemos visto antes?
—Sí, estuvimos casados.
—No lo recuerdo.
—Por eso me divorcié.
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—Explorador, ¿dónde ha estado?
—Amazonas, Congo, Hadramaut.
—¿Y ahora?
—Explorando su escote, señora Frediani.
Ella cerró el mapa de golpe.
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Don Alfonso de Padilla quería matar al dragón que asolaba el Santo Reino. Después de presentar diecisiete formularios, tres estudios de impacto ambiental y una declaración jurada de intenciones heroicas, el dragón murió de vejez. La burocracia había vencido donde falló la espada.
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Logró la inmortalidad pero se olvidó de pedir la juventud eterna. Mil años después sigue vivo, sordo, ciego y decrépito, recordando cuando la muerte era una opción.
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No despertó con un beso, sino con una notificación de WhatsApp. El príncipe llegó tarde: ella ya tenía 300 likes en su foto dormida y un OnlyFans exitoso. El “final feliz” fue su independencia económica.
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El lobo la siguió en Instagram. Ella aceptó por error. Cuando llegó a casa de la abuela, el feed estaba lleno de filtros de orejitas y dientes. Nadie sobrevivió, salvo el algoritmo.
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Dejaron migas, pero Google Maps los rastreó mejor. La bruja intentó engordarlos con ultraprocesados y Uber Eats. Al final, ardió junto con su Wi-Fi. Los niños cobraron indemnización y montaron una cadena de pastelerías veganas.
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DE CÓMO, UNA VEZ MÁS, VENCIÓ LA PLUMA A LA ESPADA
Don Antonio de Haro, caballero de buena fama, alzó su espada ante el Real Consejo, protestando que libraría al reino del dragón que hollaba campos y aldeas del Santo Reino.
—Empresa loable —dijeron los consejeros—, mas primero habéis de cumplir con las ordenanzas.
Pidióselo memorial con tres sellos y cuatro firmas, probanza de nobleza, licencia para acometer peligros inauditos y seguro de estocada y decapitación. Mandáronle además relación jurada de sus habilidades bélicas y certificado de galeno que declarase aptitud para tan singular refriega.
El Consejo de Sostenibilidad, muy solícito, detúvole dieciocho meses por menester de saber si la muerte del dragón dañaría al ecosistema de su caverna y, sobre todo, a los murciélagos que allí moraban, criaturas de gran provecho en la devoración de mosquitos.
La Secretaria de Naturaleza fue más celosa: declararon al dragón postrero de su especie y, por ende, criatura sacra, digna de amparo. Matarlo, dijeron, sería crimen contra la diversidad.
Y mientras don Antonio apelaba, el monstruo, cansado de tanta traza, entregó el alma por achaques de vejez.
Así fue como el reino celebró no al héroe de la espada, sino a los escribanos, plumas y tinteros que lograron vencer al Mal sin derramar gota de sangre, salvo la de quien aguardaba aún resolución definitiva de su expediente.
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Dos niños perdidos entran en la casa de una señora vegana que prepara galletas de kale. Hambrientos, prefieren ser cocinados antes que masticar un brownie sin gluten. Final feliz: la hoguera fue menos dolorosa que el postre.
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El gato consiguió más seguidores en TikTok que su amo. Con cada vídeo viral le conseguía tierras, títulos y hasta una herencia. Moral: en la era digital, la astucia se mide en hashtags y no en espadas.
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El gato se convierte en community manager del marqués: filtra rumores, edita memes y manipula encuestas. El marqués triunfa en política, el gato en OnlyFans. El ogro sigue denunciando que le hicieron deepfake… nadie le cree.
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Rapunzel abrió un OnlyFans capilar. El príncipe no trepó: contrató un dron con cámara HD. El encierro acabó en trending topic, y ella firmó contrato con L’Oréal. Moral: nadie baja del castillo gratis.
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Rapunzel vive confinada en un piso sin ascensor. En vez de soltar el pelo, lo vende en Vinted. El príncipe le pide acceso al Wi-Fi; ella le responde: «Si no traes fibra óptica, baja por la escalera, campeón».
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Ya no presume de matar «siete de un golpe». Ahora son siete mosquitos con dengue. Publica la hazaña en X, recibe burlas y memes. Finalmente, lo cancelan por crueldad animal.
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Tras matar siete moscas, el sastrecillo presume en LinkedIn: «Gestión de crisis nivel europeo». Lo contratan como coach motivacional y da charlas TED. Nadie nota que sigue viviendo con su madre, sin trabajo real desde 1485.
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Renunció a su voz, pero se la compró una discográfica. El príncipe se casó con una influencer de yoga. Ella, hundida, fundó una startup de filtros de agua. Su canto olvidado suena como ringtone barato.
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Entrega su voz por piernas, pero le salen juanetes y TikTok exige baile. El príncipe prefiere a otra con filtro de sirena. Al final, la pobre se convierte en espuma… de caña artesanal, por lo menos algo refrescante.
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Hoy no necesitaría llaves ni sótanos: bastaría con carpetas ocultas en la nube. Sus esposas descubrieron todo en Google Drive. El verdadero terror fue que la contraseña era “1234”.
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Se llamaba Álvaro Nistal y era el vecino perfecto. Demasiado perfecto. Salía a la misma hora cada mañana, con los mismos pasos medidos, el mismo abrigo impecable y la sonrisa siempre en su sitio. Yo lo observaba casi sin querer, al principio con la simple curiosidad del que comparte paredes y horarios. Pero con los días, aquella rutina comenzó a agrietarse.
¿Por qué anotaba cada uno de mis movimientos en una libreta diminuta que guardaba con celo? ¿Por qué había micrófonos ocultos en las rejillas de ventilación de mi casa, micrófonos que no eran míos? ¿Por qué, cuando doblaba una esquina, lo encontraba tras de mí, simulando mirar un escaparate o contestar al móvil?
Las preguntas crecían y me devoraban, hasta que una tarde, en una cafetería de barrio, hallé la respuesta. Álvaro estaba sentado con dos desconocidos, conversando en voz baja. Yo me refugié en una mesa apartada, temblando mientras removía un café. Entonces, la televisión del local interrumpió cualquier pensamiento: un noticiero hablaba de un programa piloto del Gobierno. La idea, decían, era utilizar voluntarios, pero habían terminado reclutando a presos. Les borraban la memoria y los convertían en bomberos, limpiadores, espías.
La voz del presentador se mezclaba con la imagen de rostros vacíos, disciplinados, mecánicos. Reconocí a Álvaro en esa galería de esclavos sin pasado. Comprendí, al fin, la perfección de sus gestos, la ausencia de grietas.
Me quedé inmóvil, con el café frío entre las manos. No sabía qué era más aterrador: que él fuese un preso convertido en máquina o que yo, desde hacía meses, hubiese sido su único experimento.
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Un tipo millonario con castillo y bigote sospechoso pide confianza: «Nada de abrir esa puerta». La esposa, con ansiedad, abre igual. Descubre ex-mujeres en modo cadáver. Moral: nunca salgas con alguien cuyo Tinder tiene fotos en sótanos húmedos.
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El duende ya no exige el hijo: quiere las contraseñas del banco y acceso a Netflix. Ella googlea su nombre, lo doxea en Reddit y gana el juicio. Moral: nunca subestimes el poder del buscador.
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Los Tres Cerditos compraron el castillo de la Bella Durmiente en una subasta inmobiliaria. Lo convirtieron en un hotel boutique anti-lobos con sistema de seguridad avanzado. El lobo ahora trabaja de portero, rehabilitado tras terapia psicológica y un curso de hostelería profesional.
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Un enano criptobro exige el primogénito a cambio de minar Bitcoin. La chica, astuta, descubre su nombre en Reddit. El enano, doxeado y cancelado, pierde seguidores y se marcha indignado: «¡No entendéis la blockchain!». Nadie lo extraña.
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El primero construyó en Airbnb, el segundo en Vinted, el tercero invirtió en ladrillo. El lobo no sopló: compró la hipoteca y los echó. La moraleja moderna: nunca subestimes a la banca.
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Construyen casas con ladrillo, madera y paja. Llega la hipoteca, y el banco sopla más fuerte que cualquier lobo. Resultado: tres cerditos desahuciados compartiendo piso en Airbnb. El lobo, satisfecho, resulta ser director de sucursal bancaria.
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Rapunzel se cansó de que subieran por su pelo y se lo cortó para donarlo a La Sirenita, que había perdido su voz en un contrato leonino con una discográfica. Ambas montaron un salón de belleza especializado en extensiones mágicas para víctimas de cuentos patriarcales.