jueves, 28 de agosto de 2025

Todo podría haber ocurrido al revés


Le visité en la cárcel de Porlier una tarde de noviembre. Hacía frío, y el viento de Madrid parecía arrastrar consigo todos los lamentos de un país roto. Cuando me llevaron a su celda, lo encontré escribiendo, encorvado sobre un cuaderno sucio, con la concentración de quien sabe que cada palabra puede ser la última.

—Luis —dije, apenas.

Levantó la vista. Sonrió. Aún tenía esa mirada clara, casi infantil, que tanto contrastaba con la noticia que me había traído: lo iban a fusilar al amanecer.

Luis era del otro bando. Yo, de la CNT; él, de la Falange. Pero fuimos amigos antes de que la política nos dividiera. Jugábamos juntos en la plaza del pueblo, nos leíamos versos de Rubén Darío bajo los olmos, y soñábamos con cambiar el mundo. Luego vinieron las elecciones, los discursos, la crispación. La guerra.

—Todo podría haber ocurrido al revés —me dijo, cerrando el cuaderno—. Podrías ser tú el que escribe hoy. Y yo el que viene a despedirse.

Tenía razón. En otra línea del tiempo, yo habría sido el apresado. Y Luis el visitante. Porque ambos hicimos cosas. Yo puse bombas en los raíles. Él participó en la ejecución de un maestro republicano. Ambos obedecimos siglas. Ambos manchamos las manos.

Pero allí, en aquella celda húmeda, solo quedaban dos muchachos viejos, dos amigos que habían sobrevivido a todo menos a sus decisiones.

—¿Qué escribes? —le pregunté.

—Una carta a mi madre. Y unos versos. Por si alguien los encuentra.

Nos quedamos en silencio. La guerra no entiende de poesía, pero aún así, él la escribía. Y yo la escuchaba. Como antes.

Me despedí sin abrazarlo. No me atreví. Caminé hacia la salida con el cuaderno apretado contra el pecho. Me lo había dado. No sé si para que lo publicara o para que lo enterrara con él.

Esa noche no dormí.

Han pasado años. Y a veces, en sueños, me visita. Me encuentra escribiendo. Y esta vez soy yo quien espera al pelotón.

Y él me dice:

—Todo podría haber ocurrido al revés.

Y yo, como entonces, solo asiento. Porque lo sé.

Y porque lo seguimos sabiendo, aunque ya no quede nadie vivo para recordarlo.